Compartir

El control, la predicción de fenómenos para el manejo de variables de los sucesos naturales y sociales, deseo intrínseco del paradigma newtoniano cartesiano, recibe el llamado declaratorio de su confesión. Ciencia que ha creído que la división y el dualismo la guiaría a la comprensión total, al conocimiento del todo, así como si el análisis, como método de estudio, inevitablemente condujera a la realidad.

La complejidad, diferente a la complicación, ha emergido justamente desde la otra vereda. El principio de incertidumbre por ejemplo, aclara que no es posible conocer la velocidad y posición de una partícula de manera exacta y conjunta. Así, desde esta perspectiva, la complejidad se constituye en la idea de la totalidad y las redes como principios rectores. Esto implica pasar del control y la predicción, a la comprensión, al estudio de la naturaleza misma del comportamiento de dicha totalidad. ¿Pero que sucede entonces con las particularidad de los seres humanos? Para responder esto es necesario enfocarnos en la visión de que los seres humanos somos parte inseparable de aquella totalidad que buscamos comprender. En esta trama se da espacio a un sin número de relaciones posibles que configuran comportamientos variables, todo ello entendido desde relaciones anteriores conducentes a una recursividad del quehacer humano. Sin lugar a duda una mirada desde la linealidad y el mecanicismo clásico entorpece tal comprensión desde la complejidad. Uno de los requerimientos claros es el desapego de las certidumbres, aceptar la curiosidad y lo desconocido como materia prima, las interacciones y relaciones humanas como fuentes autoorganizativas creadoras que devienen en la retroalimentación del co-vivir.

La educación como proceso epigenético en que nos vamos transformando de manera recurrente con los otros y el medio, ha estado inmersa en la escuela, en una dinámica relacional de control, de certidumbre y división. Estas relaciones de co-transformación llevadas a la escuela y teñidas de dichas características, sólo se constituyen como relaciones escolarizantes, de repetición, disciplina y aculturación. Al afirman que la creatividad requiere del soltar la certidumbre, sostengo que es incoherente la búsqueda del control permanente en las relaciones escolares, más aún, sostengo que la libertad, la retroalimentación, la curiosidad, la reflexión y la confianza, constituyen procesos de autoorganización que devienen en creatividad.

Sin lugar a dudas el acto creativo más cotidiano es el conversar. Nuestra actividad humana se da en un flujo de conversaciones, un danzar constante entre las emociones que fundan nuestra disposición y el lenguajear que constituye nuestro interactuar en el relatar y delatar de la enunciación corporal. El conversar supone la intención de interpretar, desplegar direcciones y sentidos en un estar con el otro de manera que el otro dance corporalmente conmigo, así, el decir, el escuchar, el compartir, forman una red de emociones que se entrecruzan en la búsqueda estética (desde el sentir) del otro. El patrón de organización que emerja desde la conversación estará dado por la configuración de las relaciones consensuadas que dispongamos, de manera que el conversar también presume a la voluntad. En el conversar reflexivo pueden surgir un sin número de posibilidades, desde las cuales florezcan bifurcaciones que conducen a la configuración de un nuevo orden relacional desde el acto creativo.

Claramente los procesos educativos implican el interactuar. Siempre he creído que la autoeducación en términos estrictamente aislados no es posible, así como tampoco lo es la transmisión del saber de una persona a otra, pues la educación no se da de manera mecánica en nuestra corporalidad, ni tampoco podemos ser receptáculos de conocimiento, la educación se da en el convivir y el convivir implica el estar con el otro. Cuando ese otro es el profesor, este debe adoptar la función de permitir y proponer un espacio de convivencia en la co-transformación. Dicho espacio de expresión y escucha, teñido de oportunidades creativas, favorece el fortalecimiento de instrumentos de reflexión y acción que conducen a la autonomía del educando.

La enunciación corporal que se pone en juego en el acto creativo de interacción estética, revela identidades de los participantes, de modo que en el conversar manifestamos deseos, gestos y fuerzas que nos describen, nos mostramos como personas. El acto creativo es la posibilidad de identificarnos. Permitir la creatividad es ampliar el espacio de relaciones humanas.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *