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La libertad es una aspiración humana, el sueño político de los filósofos de la Ilustración que encendió la chispa de las grandes revoluciones que se extendieron por Europa y América al finalizar el siglo XVIII, y que fueron acompañadas por el movimiento romántico de la literatura y la idea del hombre bueno por naturaleza, sostenida, entre muchos otros pensadores, por el inglés John Locke. Pero “los sueños, sueños son”, y el camino apropiado de la civilización está más cerca del sentido práctico que de las creencias a las cuales nos aferramos y convertimos en ideologías. La idea de libertad generalmente se relaciona a la de igualdad que la limita hasta convertir ambos conceptos en teorías políticas a veces contradictorias. Así se demostró con los gobiernos de la incipiente Revolución industrial en Europa y Estados Unidos, que por no limitar la libertad de los grandes capitalistas condenaron a una nueva forma de servilismo a las clases pobres. Igualmente ocurrió con gobiernos posteriores basados en socialismos nacionalistas y comunistas que condujeron al servilismo, a la persecución y al exterminio humano. Es desalentador comprobar que en pleno siglo XXI surjan en nuestro continente latinoamericano algunos gobiernos que nuevamente, con el pretexto del socialismo y resucitando fantasmas de viejas prácticas capitalistas, atropellen las libertades ciudadanas y sirvan de pretexto para el engaño y la perpetuación en el poder.

Se ha dicho que la Historia es la gran maestra de la vida y que si olvidamos sus lecciones nos condenamos a repetir siempre los mismos errores. En 1944 apareció un libro “El camino de la servidumbre”, del filósofo, jurista y economista austriaco, Premio Nobel de economía en 1974, Friedrich Hayek. Las ideologías de su época hicieron que este libro pasara inadvertido, pero ante los desaciertos políticos de la historia que amenaza repetirse, vale la pena recordarlo. Para Hayek el ascenso del poder del fascismo y el nazismo en Europa, contrario a la creencia común, ambos surgieron como reacción al movimiento socialista que los había precedido, y fue el resultado de los conflictos entre la derecha del nacionalsocialismo y la izquierda comunista. No se trató de luchas entre partidos rivales.

Refiriéndose al año 1944, habla Hayek de situaciones ideológicas que en gran parte son aplicables a los países latinos a que hago alusión. Dice que en 1944 existían entre las democracias occidentales, la misma determinación típica de Alemania después de la Primera guerra mundial y del mismo menosprecio por el liberalismo del siglo XIX, al que un socialismo mal fundamentado, para disimular sus errores y atender a sus intereses individualistas, culpa hoy de los errores del neoliberalismo. Hoy se vive lo que Hayek describió como el mismo espurio “realismo” e incluso el mismo cinismo y la misma aceptación fatalista de las “tendencias inevitables” en prácticas económicas que fueron a veces erradas pero cuyos errores nunca son inevitables.

Continúa diciéndonos Hayek que en el período moderno de la historia de Europa, el desarrollo social buscó la liberación del individuo de tradiciones culturales que lo mantuvieron limitado a sus actividades ordinarias. Cuando los individuos pudieron desprenderse de esta forma de opresión, pudieron crear mercados y un orden complejo de actividades económicas. La libertad económica les permitió un crecimiento y como consecuencia una libertad política. En un mismo encadenamiento, la ciencia siguió la marcha de la libertad que empezó por extenderse de Italia a Inglaterra. Aunque la capacidad inventiva en otras épocas no había sido menor, su desarrollo rápidamente había sido suprimido, entorpecidas las invenciones mecánicas y sofocado el anhelo de conocimiento. La concepción del dominio rechazaba al innovador individual. Fue la libertad industrial la que abrió el camino a la exploración de nuevos conocimientos. Cuando se permitió ensayar bajo su propio riesgo a los individuos, la ciencia comenzó a “dar pasos de gigante”. Fue la apertura a la libertad individual en el siglo XIX, la que permitió un desarrollo sistemático.

El extraordinario éxito de algunos individuos amplió sus necesidades y desarrolló sus mayores ambiciones hasta resultar en estragos de “aspectos tenebrosos” como fue la servidumbre de las clases pobres. Según Hayek, ello causó el descrédito del liberalismo que proclamaba la libertad individual, ya que no todos podían participar del progreso general. Poco ha cambiado la situación en nuestros días. Al progreso fácilmente nos acostumbramos, y ahora como en la época descrita por Hayek, las desigualdades, resultado de la bonanza económica, son más difíciles de soportar. Vemos así en los países más avanzados de Latinoamérica, Chile, México y Brasil, como arrecian más las protestas sociales. Decía Hayek que la pregunta ya no era “por qué algunos llegan a la riqueza”. La respuesta de su época y de hoy es, por qué no todos disfrutamos de ella.

Buscando soluciones y oportunidades de imposición ante los demás, el ser humano ha convertido ideas en creencias como religiones, lo que en política equivales a las ideologías. Nos resulta casi imposible acomodarnos en un punto de vista distante de lo que hemos decidido creer para encontrar las realidades apropiadas a objetivos que fortalezcan el bienestar general. Hayek es un defensor del liberalismo como doctrina “progresista” y ataca al socialismo cuando es una amenaza para la libertad, como vemos históricamente que lo fue con el nacionalsocialismo y el comunismo; pero siempre hay posiciones razonables entre ideas conservadoras, liberales y socialistas, cuando no permitimos que se estrechen nuestros conceptos defendiendo una ideología.

El socialismo del tiempo de Hayek, al que él se relacionaba en su libro, no sólo significaba un objetivo de mayor igualdad y seguridad sino también un método que exigía la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la creación de un sistema de economía planificada que sustituía a los empresarios que trabajaban por su propia ganancia. Con la perspectiva histórica de nuestra época hemos visto que ese tipo de socialismo fracasó donde se implantó. Hoy el socialismo convive con la propiedad privada y la democracia, y ha logrado notorios éxitos, siendo comparable con la misma política actual de Estados Unidos, si nos apartamos de las inflexibles ideologías para poder considerarlo con mayor objetividad.

Hoy lo que debemos exigir de nuestros gobiernos es, además de la democracia participativa, una libertad individual que no sobrepase los límites de los derechos de los otros; una igualdad de deberes y derechos para todos; una distribución razonada de la riqueza donde puedan participar de ella las clases menos favorecidas; una justicia imparcial, y una forma de gobierno honesta y transparente. Hayek consideraba un tipo de socialismo así como una utopía. Sin embargo hoy vemos países que progresan apartándose de las ideologías en busca del sentido práctico. Es posible que Hayek haya tenido razón cuando consideraba a un socialismo así como una utopía, pero en tal caso, utopía sería también el liberalismo e igualmente cualquier ideología. Con respecto al tipo de socialismo que buscan los actuales gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y tal vez Argentina, vale la pena preguntarse si son del modelo socialista que describía Hayek. En cuanto a Cuba, ya la respuesta está dada.

Chile rememora en estos días una fecha que es una enseñanza histórica de ideologías y servidumbres para los países de todo el mundo.

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