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En estos días que se recuerdan 40 años, muchas imágenes, escritos y rememoranzas se nos vienen con oleadas de memoria, a ratos espontáneas, con hechos que quizás por mucho tiempo no traíamos al presente. En uno de esos escritos, un nombre se unió con un recuerdo personal archivado por algunos años…. el nombre Ninoska Henriquez Araya, que en un artículo reciente sobre la detención y tortura infantil exponía su caso. Esta historia es sobre cuando y como la conocí, y como en medio del terror un grupo de niños se atrevió a decir lo indecible.

No puedo precisar la fecha, algún mes de 1979, yo tenía 12 años y transcurría una de las épocas de mayor represión de la Dictadura. Mi familia, pese a que vivíamos a diario los efectos por ser parte de los perseguidos, no acostumbraba a participar directamente en actos políticos… suficiente con un padre que viviendo una doble vida clandestina quería protegernos de alguna manera, sin embargo esa vez él me invito a participar en una actividad muy “política” para esos dias: un congreso infantil sobre la declaración de derechos del niño, a esa fecha recientemente ratificadas por la ONU en el año internacional de la infancia.

Tampoco puedo recordar exactamente el lugar, pero era una escuela pública en algún lugar del área sur de Santiago, Gran Avenida quizás. Decenas de niños de distintos orígenes y lugares, pero con historias comunes para compartir, convergíamos algo temerosos en dos días de reflexiones, grupos de trabajo y distintas actividades sobre los derechos del niño. Nuestros tutores  jóvenes pero mayores que nosotros, algunas religiosas (seguramente parte de las ONG convocantes) y unos pocos adultos, nuestros “tíos” en ese par días intensos.

En una de las actividades conocí a Ninoska y la imagen se me viene clara pese al tiempo transcurrido, tenía la misma edad que yo, de cara redonda y sonrisa fácil, pecosa y de cabello claro, nos relató a un grupo de niños sin derramar una lagrima, seguramente ya agotadas, como la habían detenido junto a su tío, su hermano y sus abuelos, como la obligaron a ver a su abuelo amarrado, y si bien no podría relatar con exactitud sus palabras recuerdo claramente su frase final “y ahora mis abuelitos están desaparecidos”

En los archivos del museo de la memoria se relata así la detención: “El 2 de Abril de 1976, fue detenido en su domicilio en Quintero el ex parlamentario comunista Bernardo Araya Zuleta. En el mismo operativo fueron detenidos la cónyuge del afectado, María Olga Flores Barraza. Su cuñado Juan Flores Barraza y sus nietos Ninoska Henríquez, Wladimir Henríquez y Eduardo Araya, todos menores de edad. Ellos fueron trasladados a un recinto de reclusión ubicado en Santiago, lugar del cual fueron liberados Juan Flores y los nietos de los afectados. Bernardo Araya y María Flores desaparecieron del mismo lugar unos días después, estando ambos en muy mal estado a consecuencia de las torturas, según relatan testigos”

Relatos como los de esa nieta conocimos muchos esos días, en actividades que incluyeron no solo lágrimas y palabras tristes, también juegos, risas y esperanzas. Entre imágenes medio borrosas: dos grandes rondas en la cancha de la escuela, dibujos con lápices de colores tirados en el suelo de un gimnasio, cantos a coro de las canciones de “protesta”, una once con pan con mermelada y abrazos pegoteados, amigos que quizás nunca más vimos, pero que forman parte de nuestra historia. Luces en días de oscuridad

El cierre del congreso infantil era un acto público en el teatro Caupolicán, acción temeraria pese a que supongo había alguna clase de autorización y era una actividad con niños, el objetivo era exponer las conclusiones de los grupos de trabajo en relación a cada uno de los derechos del niño. Cada grupo eligió un representante para exponer en ese acto final, y yo pese a mi timidez fui elegida democráticamente para hablar ese día, las palabras precisas se las lleva el tiempo, pero sé que en mi discurso y el de los otros niños había muchas palabras prohibidas: Libertad, Justicia, Derechos, violencia, exilio y tantas emociones asociadas. Antes de la salida, en bambalinas estaba la Tía Mireya (la legendaria Mireya Baltra) revisando nuestros discursos, en una suerte de autocensura que no entendíamos bien, pero que no impidió que algunos improvisaran. Se podía sentir el miedo, pero era más fuerte el ánimo infantil y la energía de esos días compartidos.

El teatro Caupolicán estaba lleno y parecía tener vida propia, en la medida que se acercaba el momento en que me tocaba salir aumentaba mi nerviosismo, nunca había hablado en público y lo que me tocaba decir estaba lleno de emociones, además de representar a un grupo de niños que se expresaban en ese momento único. Sola al medio de un escenario que me pareció enorme, trataba de distinguir a alguien conocido entre el público, empecé a hablar algo tartamuda, pero fui entrando en confianza con los aplausos y el ambiente festivo “pese a los pesares”. Termine de hablar emocionada, y ahí estaban mis nuevos amigos para abrazarme, en un momento que revivo en esta fecha tan significativa para la historia personal y colectiva.

Sé que la mayoría de esos niños de ayer, con quien comparto este y otros recuerdos, deben aun sentir que muchos sueños de infancia no se han cumplido, con ellos formamos parte de una generación de NIÑOS QUE NO PUEDEN OLVIDAR, pero ojala si ser capaces de elaborar esos recuerdos, entender que son parte de lo que somos y que deben ser lecciones para nuestra vida adulta. Hoy por nosotros y por nuestros propios niños, más que nunca, la verdadera JUSTICIA es indispensable.

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3 Comentarios sobre “Niños que no pueden olvidar

  1. Los ninos afectados por los 21 toneladas de polimetales depositados en Arica y sobre los que jugaban tampoco olvidaran. Las consecuencias, minimizadas en un periodo, dificultaron la pronta intervencion.

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