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El 11 de septiembre de 1973 tenía dos años. Por eso cuando en el Chile de hoy algunos piden perdón, yo quiero dar las gracias. Gracias a los y las que nos enseñaron que Democracia, Libertad y Justicia siempre llevan mayúscula. También que van acompañadas de memoria, verdad, respeto y de un trabajo cotidiano de cada uno de nosotros.

Gracias a los que nos contaron sus historias, y sobre todo, a los que nos motivaron a buscar nuestra propia verdad. Gracias a los y las que pese haber tenido que quemar o enterrar sus libros nos generaron la inquietud por buscar otras voces. De paso, nos enseñaron que es imposible encarcelar las ideas.

Gracias a las amigos cómplices que cantábamos con más fuerza esa parte más rebelde del obligado himno nacional de los días lunes  en el colegio. Gracias a los y las que mordieron el miedo,  superaron el dolor, le ganaron a las desconfianzas e hicieron posible espacios de amor y colaboración. Ahí la violencia se combatía con peñas, guiños de alegría,  grafitis y sueños colectivos.

Gracias a algunos medios de comunicación que durante la noche larga cuestionaron las versiones oficiales y ayudaron a mantener la esperanza de que los derechos humanos podrían ser recuperados. Gracias también a los pocos que han roto los pactos de silencio y a los muchos que no se han quedado tranquilos con “la medida de lo posible” que ya sabemos es insuficiente. Gracias, especialmente,  a los que siguen luchando para construir un Chile feliz para todos y todas.

Precisamente por el aporte de todos y todas ellos, a cuarenta años del golpe militar son  imprescindibles cambios en el presente. Además de los evidentes en el sistema binominal y en el sistema social que segrega y excluye, otro de los cambios necesarios es el slogan de nuestro escudo nacional. Si Chile quiere crecer en una cultura de derechos humanos no puede tener un escudo con esa afirmación terrible de “por la razón o la fuerza”. ¿Por la fuerza de la razón? ¿Por la fuerza  de las razones y las emociones? No sé la respuesta, pero el actual mensaje nos ata a un pasado que no nos representa.

Nunca más en nuestra historia  la fuerza puede ser el camino para resolver nuestras diferencias. Por lo tanto, si se trata de no repetir errores, un nuevo escudo puede ser un cambio concreto desde donde construir futuros compartidos en el que todos tengan espacio. Un escudo no bélico, un escudo integrador  que permita  acoger y ser receptáculo de las nuevas ideas que fluyen.

Nota:  Las opiniones expresadas en este texto son a título personal y no representan a la institución en que trabajo

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2 Comentarios sobre “Un escudo acogedor

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