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Comprender a los demás puede ser nuestro aporte individual a la mejora de la civilización. Nuestro medio social sigue siendo indispensable para nuestra sobrevivencia, pero ya no como protección contra los depredadores, somos los mismos seres humanos los que nos hemos convertido en depredadores uno del otro, corrompiendo nuestra civilización con el egoísmo, el engaño y la violencia. El mandato religioso de amar al prójimo resulta ya casi ilusorio, en cambio tratar de comprenderlo nos puede introducir las verdaderas causas y las posibles mejoras de nuestra sociedad. El ser humano es sociable por naturaleza, necesita de los demás, no sólo para su sobrevivencia, sino también para su complacencia. La negación sistemática del otro para imponerse a él, contradice nuestro instinto de animal social y nuestra razón. Ello no es parte de la naturaleza humana, sino la descomposición de las reglas no escritas que rigen nuestra civilización.

La comprensión de los demás no es una solución definitiva pero a ella conduce. Es complejo mejorar nuestra civilización porque ella nunca se ha regido por la razón, lo que parece una incoherencia, pero no lo es. Hemos errado el camino pero aún sobrevive nuestra especie. El sentido de comprensión humana nos redime, al menos en parte, del atropello de la vida diaria. El desgarramiento todavía no es total ni generalizado, disfrutamos también de compartir la naturaleza, del privilegio de estar vivos, de compartir con algunos congéneres cuya existencia hace más grata la nuestra.

Podemos escoger entre las alternativas de vivir una vida amargada o tratar de ser felices. Tenemos también las opciones de militar con quienes ejercen el atropello sobre los demás, de apartarnos para hacernos insensibles en el aislamiento de la soledad, o de buscar sentido a la vida contribuyendo al logro de una civilización más humanizada. Esta última es una labor que posiblemente sólo nos dejará la satisfacción del sembrador porque serán otras generaciones las que verán los frutos.

Debemos empezar por ejercer el sentido de la comprensión humana con gratitud por los beneficios de la existencia. El logro de una sociedad más justa y una mejor civilización sólo es posible con la aceptación generalizada de nuevos valores por parte de todos los individuos. Cambiar la sociedad y los errores que ha arrastrado nuestra civilización no es una utopía, pero su posibilidad está limitada al aporte individual casi insignificante de cada individuo, que al multiplicarse con el aporte de muchos, puede lograr el cambio.

La idea común, y en apariencia lógica, de que así como los seres humanos con nuestra razón creamos las instituciones de sociedad y civilización; utilizando la misma razón, podríamos también alterarlas a voluntad, según nuestros anhelos o deseos, es errada, porque no creamos de manera razonable la sociedad ni la civilización. No podemos cambiar nuestra civilización a voluntad porque tanto la razón como la civilización tuvieron su origen al mismo tiempo. Razón y civilización se desarrollaron y se siguen desarrollando en interacción mutua, de la misma forma como nació el lenguaje sin que nadie lo inventara.

Debemos comprender que no todos los fenómenos resultantes de la mente humana han sido concebidos como objetivos de la mente, y como lo explica Friedrich Hayek, erróneamente se nos induce a pensar que la moral, la ley, las artes y las instituciones sociales, pueden justificarse sólo en cuanto correspondan a un propósito preconcebido. Cuando los etnólogos intentan comprender otras culturas, por lo general encuentran que sus miembros no tienen idea de la razón por la cual observan determinadas reglas, y aunque muchos teóricos sociales lo desconozcan, lo mismo pasa con la civilización occidental. No sabemos por lo general qué beneficios derivamos de nuestras costumbres. Los mismos teóricos, concluye Hayek, consideran ese hecho como una deficiencia lamentable de la civilización.

En el proceso de la evolución humana, nuestra especie obedeció a una serie de reglas que han sido la base de nuestro orden social y no necesitan ser expresadas ni escritas porque se formaron antes de que los humanos aprendiéramos a hablar y a razonar. Sin embargo, gracias a estas reglas nuestra especie ha sobrevivido. Hayek también nos indica que esas reglas originaron un sistema de relaciones abstractas cuyas manifestaciones concretas dependen de circunstancias particulares que no es posible conocer en su totalidad porque tienen un significado o función que nadie les ha asignado y que los teóricos sociales deben descubrir.

Pese al reconocimiento que debemos a los filósofos del Racionalismo por el avance de nuestra civilización después del oscurantismo de la Edad Media, es necesario también comprender sus errores para entender que no fue la razón humana la que llevó a la civilización, sino lo contrario. Fue la civilización la que nos llevó a la razón. Así lo comprendió David Hume, crítico del Racionalismo, quien como rechazo a la afirmación de Voltaire: “Si queréis buenas leyes, quemad aquellas que tenéis y dictaos otras nuevas”, explicaba que las estructuras sociales son el resultado de las acciones humanas, pero no de la concepción humana.

Debemos partir sin prejuicios en las posibilidades de una acción efectiva para mejorar nuestra civilización. No es la razón humana la que llevó a la civilización porque la razón humana es el resultado de la civilización, al igual que lo fue nuestro lenguaje y nuestras ideas. Debemos aceptar que la razón, como una forma avanzada de la inteligencia, fue el resultado de la civilización, habiéndose originado ambas en el proceso evolutivo de la humanidad. La moral y los valores sociales tienen esta base evolutiva y nos ofrecen un conocimiento de tipos de conducta que debemos evitar. No se trata de un conocimiento positivo, razonado, de causa y efecto, sino de una guía instintiva de lo que debemos evitar, pero que pesa más que cualquier razonamiento.

Según explica el filósofo británico Richard S. Peters en “Los conceptos de motivación”, el hombre es un animal que no sólo busca objetivos, también sigue reglas. Se trata de reglas que no se afirman pero que se observan como el sentido de la justicia o la sensibilidad al lenguaje. Estas reglas a veces pueden expresarse con palabras, pero sólo dicen aproximadamente lo que hace tiempo se observa en las acciones humanas. Son formas aceptadas de conducta que se trasmiten en un proceso cultural de generación en generación.

Sin embargo se han observado formas de cambio en estas reglas para un orden más eficiente de un grupo, lo cual lo lleva a prevalecer sobre otros grupos para conseguir un estado real de cosas diferente a la regularidad de la conducta observada. Se trata de un orden válido para la totalidad de los individuos que los capacita en base a su conocimiento respectivo para crear expectativas relativas a la conducta de otros y que se demuestran correctas haciendo posible un ajuste mutuo con éxito en las acciones de todos. Así algunos individuos, basados en su conocimiento, pueden crear nuevas expectativas en la conducta de otros buscando ese ajuste que a la larga mejore nuestra civilización.

El orden social que existe, formado a través de milenios con reglas de conducta cuyas funciones verdaderas los individuos desconocen, tuvo su origen en un principio para miembros de una misma tribu y se ha extendido a toda la comunidad global con los medios tecnológicos de información y comunicación. Esos mismos medios que han originado cambios antes sólo imaginables, pueden servir también a otro grupo de individuos que seguramente existe, basado en el sentido de la comprensión de los demás, proponerse hacer reconocer las fallas y las injusticias que genera nuestra sociedad para mejorar así nuestra retardada civilización.

Me permito agregar algunos fragmentos de Antologías, tomado del blog poemas de Juan Rodes:

Un árbol frente a mi ventana cambia
con la luz con el viento y con los pájaros
que lo habitan lo rondan y le cantan

Una civilización me legaron mis ancestros
y el lenguaje de mis progenitores
me hizo humano por mis pensamientos

Soy de mi proceder apenas dueño pero
leve llevo mi felicidad como la brisa de la tarde
no temo afrontar lo que cambiar no puedo

Con el otro intercambio amor e indiferencia
pero un poco de compasión y de amistad
constituyen mi moneda de reserva

Veo una rosa doblarse sobre su tallo
en el solitario de mi mesa
aún ofrece de su frágil vida la postrer entrega

La sociedad en hacer mejor al hombre lenta avanza
pero la barbarie retrocede al paso de la historia
y una flor que no desmaya es la esperanza

Redes de diálogo abrazan la tierra
cada vez el hombre del hombre está más cerca
y el sueño que sueña en la fraternidad regresa

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2 Comentarios sobre “Comprensión humana y civilización

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