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Hace unos días leí una entrevista (ver) que le hicieron a Marcos Camacho, máximo dirigente de una organización criminal de Sao Paulo, llamada “Primer Comando de la Capital” y hablaba sobre cómo ellos (los marginados) son consecuencia de un sistema que nos lleva a la segregación y exitismo económico y social, y que crece sin medida llevando el terror a las calles, y construyendo mafias de droga y delincuencia.

Toda la información que recibimos desde pequeños apunta hacia el éxito y el poder, la valoración de lo material como herramienta de autonomía y status. Deber cumplir con ciertas imposiciones para encajar en círculos sociales, religiosos, económicos. Todo esto nos lleva a construir ciudades y estilos de convivencia basados en la segregación, donde se trata de ocultar una realidad latente y desigual que está ahí, creciendo en la exclusión. ¿Qué pasa con esto? ¿Con las carencias que buscamos soslayar, con quienes están fuera de estos cánones y son excluidos por todos nosotros? ¿Quién se hace responsable por los niños que se crían solos, bajo el alero de la discriminación y falta de oportunidades y luego son criminales que atacan nuestra preciada comodidad? Esa realidad a la que tanto le tememos y tratamos de evitar acumulando bienes, protegiéndonos de “no tener”, “no pertenecer”.

Esta parte de nuestra sociedad está creciendo y no queremos verla porque le tememos, y nos encerramos en nuestro ghetto de igualdad, en las casas llenas de rejas, en el niño que no queremos mirar cuando pide dinero en el mall enviado por su madre. Y juzgamos, separamos, suprimimos, ocultamos esta parte de lo que somos y que es la consecuencia de la sociedad del éxito, que construimos en cada palabra de odio, en cada crítica al otro sin hacernos responsables, en cada mirada por debajo del hombro.

¿Qué pasará si seguimos obviando la desigualdad?

No todos podemos estar en lo alto de la escala social, pero lo ansiamos, lo buscamos con esfuerzo para encajar, para tener lo que nos ofrece el mercado y así obtener el ansiado “respeto” social, queremos ser parte de algo que no tenemos, que no somos, mientras los excluidos viven en la miseria que provocamos, dejando de temer, porque nunca han tenido nada que perder.

La estructura de convivencia humana que estamos construyendo nos lleva a vivir desconfiando del otro, sin hacernos parte de que somos todos quienes forjamos el futuro, sin aceptar que esa parte oscura de la sociedad con la que no queremos relacionarnos, es parte y consecuencia de nuestro estilo de vida e indiferencia ante la carencia del otro.

*Fotografía de Mariluz Soto.

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