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Alfonso Coke, alcalde de Cunco está empeñado en una cruzada: que los vecinos de Villa La Esperanza puedan bañarse en el lago Colico, ubicado a 700 metros de donde viven y al cual no pueden acceder. Esto, porque los vecinos adinerados que han construido casas de veraneo a orillas del lago han puesto portones y custodian el paso con guardias y perros. El mismo alcalde ha debido enfrentar a los feroces canes: un reportaje exhibido por Televisión Nacional lo muestra arriba de un cerco escapando de sus colmillos.

Colico es uno de los lagos más bellos de la zona. Situado a unos 15 kilómetros la ciudad de Cunco, es, según la información turística, apto para picnic, pesca deportiva y otros deportes náuticos. Lo único malo es que para gozar de estos placeres hay que pagar o comprarse una parcela. De allí la pelea del alcalde Coke y de habitantes de Cunco y de comunidades mapuche, quienes reclaman que las riberas del lago Colico “se ha ido poblando de mansiones de veraneo negándonos el camino para bajar al agua”.

Hace más de 20 años con unos amigos antropólogos fuimos de camping al lugar y nos instalamos en una de las orillas. Era un paraíso. Sin luz eléctrica, ni agua potable (nos aprovisionábamos de una vertiente) ni ninguno de los adminículos de la modernidad (excepto una radio a pilas) disfrutamos del paraje bucólico sintiéndonos como el mítico naúfrago de Daniel Defoe. Hasta que llegó el fin de semana y a eso de las diez de la mañana vimos llegar un helicóptero a la orilla opuesta. Al día siguiente, llevado por el viento, llegó un adolescente aferrado a una vela de wind surf. El chico estaba impresionado por la precariedad de nuestro asentamiento. Nos contó que veraneaba con sus padres al otro lado y aunque no nos dijo- ni preguntamos- quienes eran adivinamos que debía pertenecer a una de las familias del quintil más rico del país, porque el helicóptero fue y vino varias veces en esos días.

Esa quincena en el lago quedó entre mis recuerdos de “aquellas vacaciones” hasta que vi al alcalde de Cunco arriba del cerco mostrando al periodista de TVN como un camino que debería ser de libre acceso estaba interrumpido por portones cerrados con candado.
Pequeña historia en Choshuenco

La apropiación de espacios públicos es historia antigua y extendida: cada vez son más las orillas de mar, río o lago que se ocupan para uso privado y menos los recursos que llegan a buen fin para que el acceso sea público. La tonada de los lagos del sur que alaba al Pirihueico y Panguipulli será parte del anecdotario nacional de seguir las cosas como están. Es de dominio público que las mejores vistas del lago Panguipulli pertenecen a acaudalados veraneantes.

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Choshuenco queda 50 kilómetros de la ciudad de Panguipulli (región de los Ríos). Un lago pequeño de aguas azules y quietas es una de sus mayores atractivos. En las cercanías está el volcán del mismo nombre y a unos 18 kilómetros se encuentra Neltume, donde fueron detenidos y ejecutados o hechos desaparecer decenas de dirigentes campesinos. Algunos habitantes de este villorrio todavía recuerdan las detenciones, pero no conversan mucho de esto ni tampoco de la fracasada guerrilla que quiso instalar el MIR en la cordillera de Neltume en los años 80.

De lo que sí hablan es acerca de cómo los Luksic, los Ayvallú y los von Appen se repartieron las miles de héctareas forestales que rodean el lugar y también cómo, progresivamente, se fueron apropiando de las orillas del lago. Así pues, un día sin saber cómo ni por qué el camino de borde costero que era público (pudimos verlo en los mapas del Instituto Geográfico Militar) se convirtió en privado y un portón metálico gigantesco cerró el paso.

Durante un viaje al sur hace unos años quisimos tomar esa vía, pero un guardia uniformado nada de amable nos dijo desde el otro lado que estaba prohibido entrar y tuvimos que tomar una camino lleno de obstáculos y casi inaccesible para continuar nuestro paseo. En medio de una vegetación portentosa descubrimos un letrero que decía acceso público indicando un horario. Entramos y descubrimos que en el lugar había un helipuerto, cuidados jardines que me hicieron recordar la campiña cercana a Cambridge y guardias en pequeños vehículos comunicándose a través de walkie talkie (la señal de celular era muy mala). La aparición de un auto extraño, que de seguro no respondía a los parámetros de los visitantes habituales, despertó la alarma y rápidamente nos vimos rodeados. Uno de los hombres de azul nos conminó a retirarnos. Con la misma energía, pero con harto susto, le respondimos que estábamos haciendo uso de un derecho, puesto que el acceso a orilla de lago estaba garantizado por ley y que nos iríamos cuando termináramos el recorrido, por la salida principal. El camino de borde costero era tan bello como nos habían dicho, pero custodiados como estábamos no pudimos disfrutarlo como hubiésemos querido. Nuestra pequeña revancha fue despedirnos con un “hasta luego” del cancerbero que custodiaba el portón de fierro macizo que nos había impedido la entrada unas horas antes.

Cuando contamos la anécdota a los dueños de la hostería del lago no podían creerlo, porque los lugareños (exceptuando quienes trabajaban allí dentro) tenían totalmente vedado el paso.

La demarcación de límites, la soterrada lucha de clases, el manifiesto uso mañoso de las leyes y la incapacidad de las autoridades para hacerlas cumplir (habitualmente no hay quien impida los cercos; se reacciona solamente ante las denuncias) pone de manifiesto nuevamente un tema no superado en nuestro país: la convivencia en armonía entre sus habitantes.

Gustavo Arellano, presidente de la junta de vecinos de La Esperanza, de Colico, piensa que detrás de la exclusión hay racismo, clasismo, y mal ejercicio del poder. “Nosotros somos tan personas como todos y si ellos piensan que nosotros vamos a venir a contaminarles aquí yo creo que todas las personas se pueden educar” decía ante las cámaras con tono de rabia y pena uno de los, en el reportaje que menciono al inicio de esta nota. Que un argumento tan evidente caiga en oídos sordos parece increíble en una nación que aspira estar en el club de los países desarrollados. Pero, lamentablemente, no lo es.

 

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Alguien comentó sobre ““Todos somos personas”: la privatización del acceso a ríos y lagos de Chile

  1. Consulta. Si las orillas de los ríos son de uso público, que debería ser garantísado por el estado
    Se puede solicitar una servidumbre de protección, para garantizar su conservación

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