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Chile es para mí apenas puñado de percepciones directas, una reputación patria envidiable desde la perspectiva de la España asolada por la crisis y un sueño por descubrir.

Las percepciones proceden de unos días de trekking en el parque nacional de Torres del Paine. Bien es cierto que tales experiencias directas se produjeron después de visitar Argentina y cruzar la frontera por el paso de Cerro Castillo. Es inevitable la comparación entre ambos países, tan cercanos y tan distintos. En consecuencia, mis primeras impresiones están contaminadas por los elevados precios de la tienda chilena del paso fronterizo y el contraste entre nuestro guía argentino, una mezcla extraña entre un belga, su país de origen, un viajero romántico y un hippie moderno, y su compañero del otro lado, adusto, serio y poco sociable. Es lo que tiene la diversidad, aleatoria y caprichosa.

Sin embargo, las montañas azules del Paine me cautivaron. Ni la lluvia ni el viento ni las nubes ni un carpita siempre húmeda fueron suficientes para desmovilizar mi alma montañera. Cimas esquivas rodeadas de imponentes glaciares que convierten al Paine en el sueño de cualquier caminante de las alturas. Tras cinco días de trekking descansamos una noche en Puerto Natales y regresamos a El Calafate para abordar El Chaltén.

De esta fugaz estancia retengo una naturaleza grandiosa, unos profesionales serios y bien preparados y una nación orgullosa.

La marca de Chile como país es actualmente uno de sus grandes activos. Sistemáticamente aparece en las encuestas como el territorio más serio de Latinoamérica, el mejor para hacer negocios. Su transición política tiene reminiscencias con la española, tan exitosa y tan añorada. Su forma de juzgar el pasado ominoso también merece el reconocimiento internacional, aunque a buen seguro permanecen abiertas heridas incurables en el alma de muchos chilenos.

Chile ha sabido cultivar su marca, reescribir su historia con los relatos de sus mujeres y hombres, de aquellos que no protagonizan grandes hazañas, sino que atienden con honestidad todos los días sus obligaciones profesionales. Y así ha creado un clima de seguridad jurídica favorable para la inversión que ha catalizado crecimiento económico.

Esta es la imagen que mayoritariamente se tiene de Chile en Europa, casi como una Alemania latinoamericana.

Y, sin embargo, en el interior la crítica florece con la naturalidad que la democracia exige. Censura de la desigualdad, de las instituciones que no funcionan correctamente, de los políticos que solo miran a sus bolsillos, de los empresarios que abusan de sus empleados, de la autoridad que rebasa sus límites, de los medios de comunicación que se han olvidado de informar y se conforman con entretener… quejas que expresan frustración por lo que no es y debería ser, pero sobre todo el deseo de construir un país mejor.

Siempre somos más exigentes con los que tenemos más cerca. Los chilenos pueden estar orgullosos de su país, de su economía, de sus personas, incluso de ese guía del Paine que cumplía con su trabajo sin una concesión a la calidez de la amistad montañera, ni siquiera una sonrisa.

Percepciones, reputación y un sueño: descubrir el país que se encuentra detrás de muchos de los habitantes de Sitiocero, que les inspira. Encontrarme con el alicanto, ese pájaro legendario, gran esperanza de los mineros porque su presencia delata la existencia de oro y plata, su alimento. De aspecto majestuoso, reza la leyenda que quien siga al alicanto corre el riesgo de ser abandonado a su suerte, para lo cual deberá invocar a la Virgen de Punta Negra para que le indique el camino de regreso.

Yo la invoco para que me permita transformar este sueño lúcido en admiración patria.

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