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A propósito del tema de la semana: la PSU, los 220 puntajes nacionales, el ranking de notas, la segregación y la elección de las universidades una exclamación sentida me da vueltas, la de Salvador Allende: “¡Trabajadores de mi patria!”, y es digno de mencionarla pues todos somos trabajadores de sueños y llevamos poesía en nuestras manos, hasta el más humilde de los hombres, y en la patria – no la imaginéis con aquella connotación nacionalista – cabemos para construir el sueño de mañana.

El sistema educativo chileno no da para más. Es hora de cambiarlo de raíz, primero en nuestro pensamiento, luego culturalmente, en comunidad. Iniciemos este viaje imaginando que desde pequeños los niños son respetados en sus capacidades y habilidades, de las cuales van tomando consciencia perfeccionándose en ellas con excelentes profesores que también, en su carrera docente tienen aprendizajes significativos. A cuarto grado, los niños estarían desarrollándose en un arte, cualquiera que este sea, y llamo arte también a la ciencia y las matemáticas, junto a la música y la poesía, la pintura, el dibujo, las artes visuales, los talleres de manualidades, la danza y el movimiento, la lectura y la escritura incluyendo a niños y niñas con capacidades diferentes y de diversas etnias. No hay SIMCE, no hay mediciones que despierten el apetito del lucro en los establecimientos educacionales, existe el conocimiento de sí mismo en el desarrollo único y personal de cada estudiante. Luego, hacia Enseñanza Media, no habría por qué señalarle a cada alumno que estudiando tal o cual carrera podría llegar a tener mejor salario, autos, casas, viajes, pertenecer a una clase social con privilegios, sino que sus habilidades y capacidades están al servicio de la mejoría de los problemas de nuestra Nación, a la cual pertenecerán como trabajadores de la salud, del magisterio, como técnicos y profesionales en cualquier área donde se realicen.

Comencemos este discurso en la comunidad: el servicio a los otros vulnerables que son nuestro reflejo, y nos demandan la atención necesaria para producir los cambios y superar la desigualdad. Una patria que se ocupe de brindarles espacios legítimos a los pueblos originarios, a los enfermos, a los que no tienen voz, vivienda y salud es la poética revolucionaria en las aulas. Se terminan las pruebas de selección, las PSU, los ranking y cada joven decide dónde estudiar y qué estudiar según las necesidades de su pueblo, con esa responsabilidad adquirida en sus años de estudio. Cada uno es muy importante, y lo sabemos, en el recambio generacional de la patria: los artistas, los científicos y los técnicos. Hemos perdido el sentido con este sistema. Necesitamos instalar una educación que contemple el para qué seré arquitecto, no el por qué llegaré a serlo. En este caso, el para qué incluye observar desde pequeños, con sentido crítico, la propia condición de vivienda, y en la comunidad, los parques, los juegos, las rutas, los puentes, el camino a casa. El para qué es un incentivo a la contribución madura de los jóvenes en la construcción de un mundo de trabajadores que sabrá, en igualdad de condiciones, repartir sus talentos y capacidades en los lugares en que los necesiten, sean sus sueldos como sean, en un aprendizaje ciudadano de magnitud.

Para ello los profesores deben estar contratados todo el año, inclusive los meses de verano-vacaciones- poniéndole fin al plazo fijo de marzo a diciembre, también requieren descanso y tranquilidad, contar no sólo con sueldos de excelencia sino también con un plan de retiro voluntario con indemnización adecuada al jubilarse y tener un piso mínimo de sueldo docente que les garantice no estar discriminados por los sostenedores: sean municipalizados, particulares o particulares subvencionados. Todavía hay una deuda histórica con los maestros que enferman y mueren, a los cuales no se les ha pagado el traspaso de las escuelas del Ministerio a las Municipalidades. Las escuelas deben retornar al Ministerio de Educación o a una institución nacional, provincial y local que dé cuenta de su condición de trabajadores del magisterio. Y para ello es necesario desmunicipalizar la educación.

Aunque pudieran parecer consignas, no lo son. El cambio cultural para erradicar este sistema de educación es responsabilidad de todos y todas en nuestras conversaciones cotidianas. Cambiar el sentido del para qué educamos: ¿ Es para qué nuestros hijos e hijas, nietos y nietas adquieran más bienes de consumo una vez que estudien en la universidad ciertas carreras “ de élite” o para que sean felices brindando sus conocimientos, capacidades y talentos a su pueblo que los necesita con cualquiera de sus experticias y habilidades?

Un médico trabaja como un carpintero, instalemos la igualdad en la mente. La PSU vuelve a medir todos los años cantidades de conocimientos, y no la reflexión de los mismos, dejando a miles y miles de estudiantes fuera de la educación superior porque no alcanzaron el puntaje. Algunos de ellos postularán a universidades privadas donde el puntaje mínimo para ingresar será aceptado. La mayoría quedará marginada de una oportunidad de perfeccionarse como persona en estudios superiores. Sabemos las razones de base: segregación en las escuelas y una pedagogía al servicio del consumo y no defensora del derecho. En este caso deberíamos como patria ampliar, a cargo del Estado, las oportunidades de desarrollo personal creando espacios para ellos, con el reconocimiento debido, que contaran con excelentes profesores de oficios. Un oficio da cuenta del respeto por las capacidades y talentos diferentes de cada ser humano, aquellos que se aprenden de padres a hijos, o aquellos en que el estudiante se ha destacado siempre, algo que no mide la PSU. En este planeta que tenemos que salvar, los oficios son el bálsamo a su agonía en campos y ciudades. Recorriendo Chile podemos encontrar a los trabajadores más dignos de nuestra patria, sembrando el amanecer de una nueva consciencia.

 

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