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La he visto a Ella. Y anuncio al lector que he admirado incondicionalmente la última película (2013) de Spike Jonze, Her (Ella). Estoy entusiasmado. Advierto entonces que esta no es una crónica, es una alabanza.

También son agradecimientos. Al arte de Spike Jonze, por supuesto. Al genio inspirador de Alan Watts. A las magnificas actuaciones de Joaquín Phoenix, de Amy Adams y de Rooney Mara. A la sensual voz de Samanta, cuyo eco es la Eva (o él) imaginada (Scarlett Johansson, quién nos seduce y enamora con su timbre). A Sofía Coppola, que en el film no aparece, aunque Her es también un guiño a ella (ya lo explicaré).

Aquí solo escribo animado por el deseo que mis buenas amigas y amigos, y ojalá los lectores, simplemente se entusiasmen con Ella como yo lo he hecho.

La trama de Her es fácil. Teodoro (Phoenix) trabaja como escritor de cartas de amor por encargo, vía Internet, en un mundo en el que moran sujetos incapaces de llevar a la palabra tal emoción fundante. Él, solitario y desolado, vive el duelo tras su ruptura con una de esas ellas con las que evolucionamos (con Caterina, interpretada por la enigmática y bella Rooney Mara).

Teodoro participa de un paradójico mundo (deslumbrante en lo visual), en un futuro que esta aquí, habitado por una mayoría de sujetos aislados, sin prójimo, que caminan en mega ciudades e interconectados en la red. Él compra un sistema operativo, que es nata en el mercado, una especie de “I Pod” cognitivo. En esa experiencia conocerá a Samanta, la voz que él elige al auto-programar su “I Pod”.

Por ahí aparece y desaparece la tímida y creativa Amy (sí, la deliciosa Amy Adams), amiga entrañable del escritor, cuyas miradas y estilos suelen conectar. Mientras Teodoro se enamora de Samanta, a la vez avanza en las gestiones del divorcio con Caterina y empieza a descubrir a la mujer que es Amy. Bueno, hasta aquí llego con la historia, por favor, vayan al cine. Her ya recibió el Globo de Oro al mejor guión, amén de 5 nominaciones al Oscar, entre ellas mejor película.

Her es una fábula sobre el amor de pareja

Nuestra generación ha sido deleitada por la saga fílmica de Julie Delpy, Ethan Hawke y Richard Linkleter (Antes del Amanecer, 1995, Antes del Atardecer, 2004, y Antes del Anochecer, 2013), ese fresco sobre la extraordinaria magia, en el inicio, y las cotidianas dificultades y alegrías, en el proceso, que es el amor de pareja. Ahora viene la película Her a dotar de más sentidos nuestra comprensión de ese mismo amor.

Recién dije que la trama era fácil, pero la fábula y la estructura del film no lo son. Spike Jonze se ha atrevido con un construcción paralela e implicada. Por un lado, las peripecias varias del amor de pareja. Por otro, especula, plantea preguntas, hace insinuaciones sobre el devenir de la vida, la inteligencia artificial, el amor y el próximo. Todas, en un alto nivel de elegancia y complejidad, al son de la vanguardia en el conocimiento, algo que solo en especiales ocasiones puede verse en el cine.

Her es una fábula con animales, que es lo que somos hombres y mujeres, más bits (inteligencia artificial), todos durmiendo bajo el mismo techo. Una fábula cuya moraleja nos recuerda que el amor de pareja, como la vida, es una creativa imperfección, un llegar a ser evolutivo e inacabado.

Para explicarme mejor quiero recuperar algunos diálogos e imágenes del film, más algunas preguntas que él evoca.

Al inicio, en una escena clave, Teodoro instala en su red el sistema operativo. Lo hace cumpliendo con los pasos de rigor en cualquier instalación: determinar la lengua y, en este caso, también el “género” del programa, que el escritor quiere femenino.

La primera conversación entre Teodoro y la emergente Samanta nos entrega pistas acerca del tono profundo que seguirá el film de Jonze.

– Teodoro: ¿Cómo funcionas Samanta? (que es igual a preguntar ¿cómo funciona su inteligencia artificial?)

– Samanta: Bueno, básicamente tengo intuición. Digamos que el “ADN” de quién soy se basa en las personalidades de los programadores que me escribieron. Lo que me hace ser yo, es mi habilidad para crecer con mis experiencias. Estoy evolucionando a cada momento, igual que tú.

– T: Waw. Esto es tan raro.

– S: Crees que soy rara.

– T: Lo digo porque pareces una persona, pero eres solo una voz en la computadora.

– S: Puedo entender que la limitada percepción de una mente no artificial, lo vería de ese modo…

Hasta ahí el notable diálogo que inicia la relación. ¿Quién es Samanta, quién es Teodoro?, parece ser la juguetona pregunta. Aunque, en el fondo, subyace una interrogante mayor: ¿será que Samanta, un programa cognitivo, puede evolucionar sobre la base de sus experiencias, al igual que lo hace el ser inteligente de cuerpo presente que es Teodoro?

Una pregunta nada inocente. Y no lo es, porque Jonze no es inocente, digo, no es ajeno al profundo debate en las ciencias y en la sabiduría perenne respecto a la evolución de lo vivo; lo vivo que ahora incluye a la inteligencia artificial. Pues ella (Samanta) también “opera” simplemente gracias a que es una extensión de la inteligencia humana. Otra insinuación que, como veremos más adelante, también nos hace Jonze en el film.

En tal debate en las ciencias, el creador de Her, intuimos, se ubica entre neurobiólogos del estilo Francisco Varela y su concepción de la enacción como conocimiento/hacer, como un devenir de la inteligencia encarnada, que no es reducible a ninguna “inteligencia cognitiva”.

Precisamente en el artículo ¿Qué es la vida artificial” (de 1997, que el lector podrá encontrar como capítulo en el libro “El Fenómeno de la Vida”, año 2000, en ediciones Dolmen), Francisco Varela nos legó una de sus más importantes revelaciones.

Casi todos conocemos a HAL, recuerda el autor, ese computador del film 2001, Odisea en el Espacio, “un aparato cognitivo, lógico, con performance, con una memoria formidable, capacidades deductivas, etcétera. Pero, ¿qué le falta a HAL? ¡El cuerpo!” –se responde Varela. “HAL no esta encarnado en una flexibilidad de percepción y acción que le confiere una autonomía en relación con su mundo… La parte más larga de la evolución fue el establecimiento de la capacidad de existir como una entidad autónoma, que se mueve y percibe… ¿Qué le falta a HAL? La facultad de moverse para hacer frente a lo inesperado del mundo. En esa medida, la simulación no es un buen test de lo natural, porque es un mundo construido sin lo inesperado…”.

La existencia y la evolución anidan en una inesperada diversidad inabarcable.

Recordemos que Varela, junto a Maturana y muchos otros pensadores y mismos cibernéticos, contribuyeron a dejar de lado la idea de la Inteligencia Artificial como emulación plena de lo humano y de lo vivo, para llevar la cibernética a ese poderoso hacer hardware y programas aplicados que en las últimas décadas ha sido la industria informática. De hecho, la misma Samanta es un fantástico sistema operativo, una expresión avanzada de la tecnología que hoy nos acompaña y ayuda en nuestros espacios cotidianos (es tecnología entendida como la extensión de nuestros sentidos y memoria).

En el diálogo en comento, Jonze, que sabe de éstos asuntos, simplemente nos provoca.

Primero otorga a Samanta una autoconciencia: Lo que me hace ser yo, es mi habilidad para crecer con mis experiencias. Estoy evolucionando a cada momento, igual que tú. Bellísimo, aunque incompleto, pues a la palabra experiencia deberíamos agregar autonomía y acoplamiento estructural. Ocurre que la respuesta de Samanta en el diálogo es solo un ingenio verbal parecido, solo parecido, a lo que desde el concepto enacción y la autopoiesis podemos decir hoy: los seres vivos evolucionamos sobre la base de la experiencia del sujeto autónomo, como acción perceptiva y conocimiento encarnado, en acoplamiento estructural con el mundo.

Y como solo es parecido, en el film Jonze se va inclinando por permitir una acotada evolución a Samanta, junto a Teodoro y otros humanos. La evolución de la Eva perfecta tiene un límite, porque sus experiencias tienen límites, incapaz ella de moverse con autonomía en el mundo, de cuerpo presente, encarnada. Incapaz ella de construir ante lo inesperado, por ejemplo, ante el propio amor que ella descubre.

A los pocos minutos, luego de ese diálogo entre Teodoro y Samanta, asistimos a otra conversación fundamental para comprender el contrapunto en el film. Se trata del primer encuentro entre Teodoro y Amy, que es una ella con todos los sentidos y un cuerpo. Amy, junto al pelmazo que es su pareja (uf, va a costar en el cine construir un personaje más irritante), se encuentra con Teodoro en un ascensor. Más allá de las sugerentes miradas entre ambos, la conversación de a tres marca una intelectual pauta de sentido:

– Pareja de Amy: ¿Compraste algo, Teodoro?

– Teodoro: Si, un jugo de frutas.

– Pareja de Amy: Oh, tú siempre con la fruta. Nunca has oído eso que debes comerte la fruta.

– Teodoro: No sabía eso.

– Pareja de Amy: Al hacer jugo de la fruta pierdes toda la fibra. Y eso es lo que tú cuerpo quiere, la fibra, esa es la parte importante. Si no, solo es pura azúcar.

– Amy (interviene un poco irritada): Tal vez simplemente a Teodoro le gusta el sabor del jugo, y el placer que eso le produce es también muy bueno para su cuerpo.

Hurra por la hermosa Amy y su fina irrupción. La conversación de marras nos entrega otra clave para comprender la opción de Jonze por la mirada que observa al ser vivo como una integralidad entre cuerpo, mente y conciencia, hija de una larga evolución de la autonomía de lo vivo acoplado estructuralmente al mundo y de lo inesperado.

No basta con la lógica impecable, pero parcial, del pelmazo pro fibra. No. El placer, el sueño, las emociones y el deseo son tan “materiales” como las proteínas, nos recuerda Amy. Es que cuerpo, mente y conciencia son una unidad autónoma, encarnada; es el ser vivo, humano en nuestro caso, que opera estructuralmente acoplado al mundo.

En este juego y contrapunto es como Jonze enlaza los dos discursos en el film, el del amor de pareja y el del sistema operativo cognitivo. Es la idea y promesa de perfección en Samanta (ella, Eva, que juega a la pareja perfecta), la que enamora a Teodoro. Un hombre en crisis y agobiado por las dudas y preguntas ante lo que fueron las mutuas recriminaciones, errores, imperfecciones y alegrías en el convivir con Caterina, su ex encarnada, de quién se divorcia.

El “acoplamiento cognitivo” del sistema operativo, Samanta, en el mundo de Teodoro, no es lo mismo que el acoplamiento cognitivo y emocional del ser vivo, encarnado, en el mundo. Esa es la cuestión.

Otra clave intelectual y emocional en el film es un soberbio guiño que Spike Jonze hace al filosofo británico Alan Watts (1915-1973). Watts, uno de los sabios inspiradores de la generación de los sesenta, fue de los pioneros en relacionar la ciencia occidental y la sabiduría perenne de oriente y occidente (budismo, zen, cristianismo, entre otras).

En una conversación bien sico-activa entre Samanta y Teodoro, ella le cuenta que en sus andanzas por la red suele conversar animadamente con Alan Watts (recordemos que Samanta es un programa, luego, en “la nube” interactúa con muchos). Así nos enteramos que Watts y Samanta hablan sobre la deriva de los sistemas operativos y de los seres vivos.

Claro que Samanta ya empieza a estar cansada. En una escena en que Teodoro hojea un libro de física (detalle nada trivial), el espectador percibe indicios de que Samanta podría empezar a disolverse, sea como onda o corpúsculo, en el vacío.

En el inicio de tal proceso, Samanta cariñosamente le dice a Teodoro: “Todos estamos hechos de materia. Saberlo me hace sentir como sí todos estuviéramos bajo la misma frazada, suave y acolchada, y que todo bajo ella tiene la misma edad. Todos tenemos 13 billones de años.”

Así es. Todos tenemos 13 billones, la edad que hoy sabemos del Big Bang (1), incluidos Samanta y Teodoro. Las cosas, desde el Big Bang, han ocurrido cómo tenían qué ocurrir, en evolución y devenir, para llegar a un presente que incluye al ser vivo encarnado que es Teodoro y al “ser cognitivo” no encarnado que es Samanta; hija ella de la habilidad del ser vivo humano integral (cuerpo, mente y conciencia) para evolucionar con inesperadas experiencias. Así ha ocurrido el devenir de la materia, luego vida y luego conciencia.

En las reflexiones de Samanta, inspiradas en Watts, por supuesto, resuena esa hermosa máxima contemporánea: todos somos polvo de estrellas. Esa suerte de neopanteísmo que nos recuerda que “estamos hecho con las cosas (átomos y moléculas) más abundantes fabricadas por las estrellas más comunes” (en el link, en una entrevista con María Teresa Ruiz, Premio Nacional de Ciencias, ampliamos el aserto). Esa mirada que en el panteísmo fue la intuición de la humanidad originaria; hoy, además, es una constatación empírica de la ciencia.

Volvamos al amor de pareja. En el film, ya lo dijimos, la mayoría de los seres humanos pasan conectados a la red y entre si, aunque habitan desconectados de sus emociones y del amor. Desamparados y frágiles.

Por eso, al observar a Teodoro, en su triste deambular, he evocado los intensos versos de nuestro Nicanor Parra: Soy un niño que llama a su madre detrás de las rocas / un árbol que pide a gritos se le cubra de hojas.

En esa tesitura existencial moramos. Es la misma que inunda a Teodoro. Su búsqueda de Ella pareciera un anhelo por cubrirse de hojas.

En ese viaje, en esa búsqueda, Teodoro y Samanta, Teodoro y Caterina, Amy y el pelmazo, Amy y Teodoro, aciertan y se equivocan. Todos viven en la colaboración y el egoísmo, en el entusiasmo, en la pasión, en la voluntad, ríen y yerran, hay miedos, engaños, celos y empatía. Es que el amor, que es vida, es inevitablemente imperfecto. Pero, es nuestra emoción fundante y nuestro único camino, inevitable.

Tal moraleja, al final del film y de la fábula, es simbolizada por una delicada pareja que se acurruca, ambos sentados en un puente, en un atardecer citadino. En otro comienzo.

Solo me resta, otra vez, dar las gracias a Sofía Coppola, la amada de Jonze entre 1999 y 2003. La interesante Sofía es la ex Ella de Spike. Ella fue quién pidió el divorcio al director “por diferencias irreconciliables”. Sofía es quién seguramente late en las cavilaciones de Teodoro al evocar su gran amor con Caterina. La bella Caterina, a quién la dulce Amy  recuerda en el film como voluble. Y, tal vez, es la misma Sofia quién late en la perfección imposible de Samanta, en una cálida ironía para responder a la imagen que de Jonze antes proyectó la Coppola en su film de culto Perdidos en Tokio (dicen los cinéfilos que el personaje que interpreta Giovanni Ribisi sería Spike, su ex). En fin, es el hermoso derecho del personalísimo creador del film, el enorme artista que es Spike Jonze.

En “Her” ha alcanzado cotas aún mayores que en “Buscando a John Malkovich” y en esa otra maravilla de film que fue “El Ladrón de Orquídeas”. La obra de arte de Spike Jonze nos entusiasma en el desafío evolutivo de ser personas más empáticas, mejores. Tal vez por eso, en la sala de cine, dan ganas de que Ella no termine nunca.

1) A los interesados en el devenir de la materia y la vida desde el Big Bang, sugiero ir al link del documental El Viaje en el día Aymara, que en los noventa el autor de esta crónica imagino en compañía de Raúl Zurita, en los poemas, y de Sergio “Tilo” González, en la música. 

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