Compartir

Mi mamá siempre sintió que había participado en alguna luminosa festividad de cambio de siglo. Estaba segura de ello. Por eso, yo pensaba que el año nuevo del 2000 sería un evento clave. Sin embargo, ella falleció el 29 de enero de 1999. ¿Cómo se pudo equivocar? Varias veces me lo pregunté, puesto que ella había heredado lo que la familia llamaba  “locura Magallánica” o habilidad para la poesía, el arte y la comunicación con lo sobrenatural. Los “locos” más recordados habían sido el tío abuelo Manuel Magallanes Moure y la bisabuela, Sofía (Totó) San Román. Esta última, era seguidora de las hermanas Morla, famosas en Santiago por “conversar” con los muertos.  Varios recordaban que la mascota de la bisabuela había sido una mesita de tres patas, que la seguía a todas partes. Además, decían que gracias a su intervención, el retrato de un viejo Magallanes era capaz de mirar indiscretamente a los visitantes de la casa. Cuando mi mamá iba de niña a visitar a su abuela, solía escuchar los  pasos de un fantasma que abría la puerta principal, caminaba por el pasillo y discaba algún número en el “moderno” teléfono que allí existía. Nadie pudo verlo jamás, pero algunos tíos decían que era un pobre difunto, atrapado en alguna sesión espiritista, que intentaba llamar a un taxi para volver al cementerio. Ya de adulta, mi mamá tenía sueños raros y sufría de sonambulismo. Más de alguna vez, mi hermana y yo la vimos rondar con sus largos camisones de velos, hasta que mi papá la devolvía al dormitorio. Su más doloroso éxito fue predecir los dos accidentes en los que murieron mi papá y un primo muy querido. Aunque trató de prevenir los hechos, la fatalidad cobró sus presas. Este fracaso le dejó un amargo pesimismo y el hábito de fumar, adicción que la llevó a la tumba.

Mamá

Cerezos en flor

Aunque en la familia no existía ninguna conexión oriental, mi mamá se sentía plenamente identificada con las culturas asiáticas. Le encantaban Japón, China y Rusia, en ese mismo orden. Cuando éramos niñas y teníamos que hacer algún dibujo o trabajo manual para el colegio, ella siempre nos incluía un cerezo en flor. Ella adoraba estos árboles y su simbología. Sabía que  la fragilidad y belleza de los cerezos eran aparentes, y enseñaban que  la naturaleza era una mezcla de horror-amor. Sabía que las pequeñas flores alcanzaban su esplendor en lo colectivo y no en lo individual. También, sabía que dichas flores vivían muy poco y que tenían una  muerte hermosa, pues se disolvían en una suave lluvia de pétalos. Mi mamá averiguó que los Samurai rogaban a los dioses por una muerte tan hermosa y humilde como la flor del cerezo.

cerezo3

Adicta a la lectura

Mi mamá era excelente lectora. No podía estar sin un diario, revista o libro en sus manos. Por lo mismo, andaba siempre al día en las noticias. Dormía la siesta tapada con hojas de diarios, lo que le daba un macabro aspecto, pues como se recordará, esa era la forma de cubrir a los atropellados antes del uso de los cobertores plásticos. Su autora favorita era la norteamericana Pearl Buck, ganadora del Premio Nobel de 1938. Esta escritora parecía haber vivido lo que mi mamá hubiese deseado para ella. Como hija de misioneros protestantes, Pearl había residido muchos años en China y comprendía perfectamente el idioma y las costumbres. Sus novelas “Viento Este, viento Oeste”, “La Buena Tierra”, “Hijos” y “Un hogar dividido”, entre muchas otras, describían la relación entre oriente y occidente, con bastante crítica y solidaridad hacia el “otro”. En los Estados Unidos, Pearl Buck fue una estudiante pionera en la universidad, pero tuvo bastantes problemas, ya que no solo se divorció, sino que se dedicó a promover los derechos femeninos y a combatir el racismo. Curiosamente, era fumadora y murió de cáncer al pulmón en 1973.

La Segunda Guerra Mundial y tecito

Cuando mi hermana cumplió los 15 años, comenzó a invitar amigos a tomar onces al departamento donde vivíamos. Mi mamá esperaba a los pretendientes con queques caseros, sándwiches y una compleja conversación sobre la Segunda Guerra Mundial. Ella dominaba el tema desde el punto de vista japonés y ruso. Le gustaba citar como dignos ejemplos de la estrategia oriental, la caída de los alemanes (y antes, los franceses napoleónicos) en el asedio a Moscú, gracias al inclemente invierno. El otro ejemplo, era la planificación del almirante Yamamoto para el ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai. En cuanto a las tácticas occidentales, ella citaba al holocausto judío y al lanzamiento de la bomba atómica, como la típica forma cobarde e individualista de alcanzar los objetivos, sin importar cómo. Por supuesto, se emocionaba con la rendición del emperador Hirohito y, a modo de epílogo, mi mamá solía agregar que la guerra no había terminado, que Japón a través de la industria automovilística, le torcería la mano a los Estados Unidos. Demás está decir que los pretendientes, ubicados entre los 15 y  18 años, se quedaban mudos, mientras pestañeaban y comían rebanadas de queque. Incansable, mi mamá llenaba su quinta taza de té e iniciaba el tema N°2, que era la opción que tenían los jovencitos para demostrar alguna pizca de inteligencia. Se llamaba “Cuando en Chile habían presidentes”. Este tópico implicaba saber distinguir ente una dictadura y una democracia, como también, citar algunos gobernantes chilenos que fueran más allá de O´Higgins y Carrera. Solo uno de los invitados, que tenía 16 años, pudo entablar un diálogo profundo con mi mamá. Dicho personaje, que hoy es un prestigioso historiador, fue el primer pololo de mi hermana. El segundo pololo tuvo que ganarse el aprecio de la “señora Olga”, poniéndose delantal y cocinando comida francesa. No podían ser recetas chilenas, porque ese era otro de los dominios de mi mamá. Gracias a los quesos hediondos y al pollo al cognac, el segundo pololo se pudo casar con mi hermana. Mala suerte tuvo mi primer amor, estudiante de ingeniería de la USACH. Como siempre lo pillaban sin tema, una vez decidió prepararse y leyó la novela “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. Claro que se puso nervioso y preguntó: “Señora Olga ¿qué le parece “El retrato de Doris Day?”. Mi mamá se limitó a suspirar, pero lo aprobó como buen niño, aunque no tiene idea en qué planeta vive. En cuanto a mi primer marido, ella me escribió una carta con su opinión: Muy inteligente, pero no es confiable. Aunque me dio rabia, tuvo razón y el matrimonio duró poquito.

Consejos matriarcales

Mi mamá podría haberse dedicado al Tarot, pero estaba resentida con los asuntos sobrenaturales y muy enojada con Dios. Hasta en su lecho de muerte se negó a comulgar. “Sigo sin reconciliarme con el caballero”, decía. Claro que igual nos mandaba a misa, después de todo, ella creía en las animitas del Purgatorio y sospechaba que le tendríamos que prender muchas velas para que “el caballero” le abriera las puertas del cielo.

Con o sin naipes, ella era una excelente consejera. Pero su estilo era decir las verdades que duelen, esas que nadie quiere escuchar. Era increíble ver cómo él o la “aconsejada” pasaba por todas las gamas emocionales: ira, risa, rabia, negación, nervios o llanto. Muchos se enojaban o le cortaban el teléfono, pero al final, todos le agradecían sus palabras. Hasta varios años después de su muerte, todavía algunas personas me comentan sobre las “sabias verdades” que mi mamá les dijo.

cerezo2

Su despedida…

Como admiraba a las matriarcas orientales, mi mamá no deseaba ser menos. Sabía que una madre rusa soportaba el frío, el hambre y la guerra por sus hijos. Sabía que las chinas trabajaban sin descanso por la prosperidad familiar. Sabía que las ancianas japonesas debían ser la luz del hogar. Así, cuando se enteró del enfisema que le estaba solidificando los pulmones, ella nos mintió por algún tiempo. Inventaba cualquier cosa para que no la acompañáramos al doctor. Según nos dijo, no deseaba morir en un hospital. Afortunadamente, en la peor parte de su enfermedad, yo me había separado de mi primer esposo y pude estar todo el tiempo con ella. El último atardecer de su vida la foto de mi papá, que estaba sobre su cama, se cayó violentamente. Recuerdo que las dos intercambiamos miradas, pero no nos dijimos nada. Cerca de las cinco de la madrugada, me pidió que la abrazara y le hiciera un masaje en la espalda para ayudarla a respirar. De repente, su aliento se detuvo, su cuerpo se relajó y yo supe que se había ido. Fue simple, humilde, como una flor que se deshoja. Nos quedamos a solas largo rato, para dejarla desandar sus pasos. Luego, llegaron mi hermana, mi cuñado y las tías. Antes de cerrar el ataúd, la rodeamos con un montón de dibujos hechos por mis sobrinos, a los que ella les estaba enseñando a dibujar árboles de cerezo. Once meses después, cuando llegó el cambio de siglo, me enteré que los japoneses creen que las almas de elevada sabiduría se detienen un tiempo en los cerezos. Estoy segura de que el espíritu de mi mamá debe estar en su árbol favorito viendo las luces luminosas y los carnavales de cada año nuevo. Por mi parte, deseo tener una muerte tan hermosa como la de ella. Ojalá  re-aprendamos a dejar este mundo lejos, muy lejos de los hospitales.

 

Compartir

2 Comentarios sobre “La muerte hermosa

  1. Pilar, hermoso homenaje a Olguita. Texto que llega al alma y la historia del te y los invitados-pretendientes la encontré genial cuando me la contaste, la sigo contando en mis conversaciones citando la fuente. Sigue escribiendo tus historias, nos alegran a vida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *