El 2014 marca en Chile, un año especial en lo que a actores sociales y políticos respecta. El nuevo ciclo como algunos lo llaman, pone en palestra una remozada Concertación, que suma al Partido Comunista y a otros partidos menores, bajo el rótulo de Nueva Mayoría. La derecha por su parte, en su ala más liberal, cobra fuerza al interior de la alianza y comienza a marcar diferencias con el sector más conservador, renovando rostros y planteando una mirada más “social”, frente a una aparente re estructuración interna, luego de las seguidas derrotas electorales y manifiesta inestabilidad. Finalmente el último actor y probablemente el más importante a nivel político del último tiempo, son los denominados “movimientos y organizaciones sociales”, los cuales de acuerdo al panorama internacional y a la evolución de otros movimientos similares en el mundo, han sido determinantes en el devenir político y social de varios países en el orbe.
La Concertación de Partidos por la Democracia con esta nueva suma de partidos, configurada en lo que hicieron llamar Nueva Mayoría, ha ampliado su espectro político y ha adquirido herramientas para establecer un nuevo lenguaje; lenguaje del cual se habían despojado progresivamente durante 20 años de gobierno, habiéndose puesto totalmente dentro la socialdemocracia neoliberal y estableciendo un muro con el mundo social de base; hecho que se vio reflejado en el rechazo de figuras partidistas en la participación y vocería de los movimientos que se levantaron alrededor del país durante los últimos 3 años. Pero la Nueva Mayoría inteligentemente al sumar al Partido Comunista logró, adquirir o retomar una retórica muy cercana a los actuales movimientos sociales, habiendo sido capaz de adaptarla a su base ideológica, pero despojándola de su carácter muchas veces transformador a nivel estructural.
La derecha por otro lado, se encuentra en un claro proceso de cambio; el ala liberal comienza a adquirir fuerza e independencia de una derecha tradicionalmente conservadora y su discurso eventualmente puede captar y configurar el centro político electoral. Este sector liberal a su vez genera simpatía con el mundo “popular” y ha comenzado a trabajar con ese fin, pero ya no desde la vereda del “patrón de fundo” que caracterizaba el trato UDI, sino que con una cercanía marcada por un asistencialismo en terreno, que claramente en un mediano plazo le va a generar problemas a la nueva mayoría en términos electorales, pero también a los grupos de izquierda “no electoral”, que tradicionalmente han visto en ese sector popular su espacio natural de trabajo político.
Finalmente el movimiento social en Chile, al igual que otros aparecidos alrededor del mundo, se ha caracterizado por una estructura de funcionamiento totalmente distinta a los movimientos de “masas” conocidos en otras décadas. Hoy este movimiento se ha distinguido por la espontaneidad de su organización, su horizontalidad y el apego casi nulo a una ideología política en particular. Los movimientos de décadas anteriores obedecieron principalmente a ideologías concretas, partidos políticos, líderes carismáticos y la baja o nula capacidad de las “bases” de tener un carácter deliberativo, obedeciendo más bien a líneas establecidas bajo lógicas centrales o verticales, ante las cuales la “masa” se sumaba obedientemente. De esta manera, actualmente y con una particular estructura, este importante actor por si mismo, ha logrado modificar de manera considerable el discurso de los partidos políticos, sus prioridades programáticas y particularmente su retórica.
Sin embargo los movimientos sociales a pesar de haber marcado, como muchos lo han dicho, una suerte de “primavera del mundo”, se han visto enfrentados a un “sistema” desde el Estado y sus instituciones, que no solo no acepta sus lógicas; sino que además las enfrenta; y lo hace de la forma que está acostumbrada a hacerlo; reprimiendo la manifestación callejera, criminalizando la protesta social y haciendo un abierto manejo mediático mediante los elementos comunicacionales con los que cuenta a su disposición.
Pero más allá de analizar su origen a niveles generales, es como estos movimientos progresivamente (tanto en Chile como en otros países del mundo) comienzan a ser cooptados no solo por los partidos políticos, el discurso “oficial”, el parlamentarismo y otros; sino que han planteado la oportunidad para sectores reaccionarios (de ultraderecha principalmente) de utilizarlos a su favor en economías frágiles, que no vayan con la hegemonía económica planteada por USA o la UE, como lo pudimos observar recientemente en Ucrania o Venezuela; y si bien las crisis de estos países son mucho más complejas y no son el objeto de esta columna, son un ejemplo claro de cómo la protesta es una herramienta peligrosa cuando se plantea desde movimientos sin objetivos políticos claros, sin una organización fuerte, y en donde se jueguen intereses que muchas veces, movimientos sin una politización efectiva, logren visualizar.
Ahora, particularmente en Chile el nuevo ciclo político, nos pone en un escenario del cual pueden esperarse variadas cosas. El futuro del movimiento social es incierto, hay muchos grupos políticos en pugna y la manifestación en la calle hoy está demostrando que sin una perspectiva u organización de base sólida (como lo tienen los secundarios, en parte la CONFECH y algunas asambleas ciudadanas) son fácilmente cooptables, por grupos con diferentes intenciones; como lo pudimos observar en Venezuela con el movimiento estudiantil, que terminó siendo utilizado con fines de desestabilización por la oposición electoral. Pero claramente tanto la nueva mayoría como la derecha liberal intentarán incluirse con más fuerza en el discurso y dirigencia del movimiento y organizaciones sociales, lo que planteará un desafío y pugna constante con los grupos de izquierda no electoral que hasta ahora han configurado y liderado esos espacios. Los liberales se enfocarán en presionar al gobierno; la Nueva Mayoría en apagar eventuales manifestaciones conflictivas, y la izquierda no electoral si bien tiene fines que ellos internamente aún no logran plantear con exactitud, se encuentran en un trabajo interno fuerte y constante (escenario complejo de este sector que valdría la pena analizar en otra ocasión) y que eventualmente en el mediano plazo lograrán establecer con especial fuerza al interior del movimiento social.
Así con este escenario, la protesta callejera durante este periodo que se avecina, corre el peligro de difuminarse en diferentes discursos y prismas; y el trabajo político de base jugará un rol esencial en el futuro de esta “herramienta” y evolución de los movimientos y organizaciones sociales, pudiendo ser conducido, construido o destruido, por todos los actores en juego por partes casi iguales.