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“Y yo canto para usted,
el que atrasa los relojes,
el que ya jamás podrá cambiar
y no se dio cuenta nunca
que su casa se derrumba” (1)

 

Gran parte de mi adolescencia y juventud la viví desde sentimientos de defensa hacia quienes veía como víctimas de un entorno hostil. Hablo de una dictadura cotidiana donde la descalificación de las personas pasaba por colgarles el cartel de comunista. Así, quién reclama sus derechos humanos era calificado como comunista, quién no se dejaba avasallar por autoridades circunstanciales en el espacio del juego, del colegio o del trabajo, era llamado comunista.

Y luego vino la política y sus partidos, entonces muchos vimos con  enojo y frustración que la ley no fuese pareja para todos, que a pesar de haber “derrotado con un lápiz” al dictador, esa letra de la ley no fuera suficiente para encontrar desaparecidos ni para reparar el dolor de las madres y los padres, de los viudos y viudas, de las hermanas y hermanos, de los hijos y las hijas.  Y luego vimos que esa letra de la ley, tampoco era suficientemente ecuánime para proteger al “indio y la india” que no querían cambiar sus tierras por los dólares y los euros de las empresas eléctrica o las mineras. Nos siguieron llamando comunistas por reclamar aquello en aquel entonces, miren qué cosas.

Muchos escritores y artistas fuimos y somos como una espina en el costado de una sociedad que suele hipotecar su moral para gobernar. Y el cambio de siglo nos encuentra fracturados y la irrupción de nuevas generaciones nos confronta con nuestro pasado. Y nos encontramos en la intransigencia, pero poco a poco comenzamos a ver que aquello nos confrontaba con nuestra historia y que la intransigencia nos llevaba en ocasiones a colgarle el cartel de fascistas a los que no estaban “de nuestro lado”.

En lo que cuento hay dolor por los que no están, por los que cayeron en las cárceles y por los que cayeron en desgracia. Muertos, presos y parias se cuentan entre los inconformistas. Y hoy muchos y muchas estamos en el proceso de aprender a conversar, aprender a ser más libres que la consigna misma de libertad que seguimos levantando, ya no como una pura y simple consigna, sino como un axioma vital que llevamos en las tripas.

Y hoy las poleras del Ché, las vemos como poleras y las banderas de Cuba las vemos como banderas y las canciones de Silvio como canciones. Porque hemos visto tras el escenario algo del revés de la historia y ya no podemos volver a la total inocencia de la galería que aplaude sin cuestionar a los ídolos y a los héroes. Hemos visto a los jerarcas envejecer y cerrar el paso a los jóvenes, para conservar su palco de privilegio en la historia. Y hemos visto, muy de cerca, a los que abogando por una nueva forma de hacer política, se han servido de los inconformistas para asegurar sus propios palcos.

Hoy nos toca ver cómo algunos guiones se repiten, y comprender que el aprendizaje de nuestra vida podremos entregarlo así, escribiendo con la crudeza de quién no teme perder el aplauso fácil ni la admiración irrestricta de quién ostenta las poleras, las banderas y las canciones para enamorar a muchachos y muchachas que son como éramos nosotros “cuando comenzamos a nacer”(2). 

 

Porque así llegué hasta aquí, alguna vez leí y escuché algo que me interpelaba desde una historia personal. Siempre fue así, desde que era un niño con menos años que hoy. Por eso estas semanas no he tenido vergüenza ni miedo en decir que “yo no quiero la patria dividida”(3) en Venezuela ni en ninguna parte del mundo, no quiero que los que luchan contra la miseria se conviertan en miserables.

Por eso quiero que así como muchos, desde ayer y con cada nuevo día, se conmueven con el trágico destino de Víctor Jara, nos desafiemos desde nuestros principios más profundos. Y aceptemos que si creemos en el respeto de la vida y los derechos humanos, ese respeto es para siempre y para todos y todas. Que no podemos defender lo indefendible, que no importa si el violador de la dignidad y la vida de una persona es de izquierda o de derecha, no hay justificación alguna para causar dolor.

Y lo que vendrá serán conversaciones y trabajos, palabras que son acciones y acciones que serán relatadas como memorias. Porque estamos todos y todas dentro de este teatro, en la comedia, en el drama y en la tragedia que no debiéramos buscar.

En mi caso quiero decir con poesía y prosa lo que me irá tocando vivir. Alguien escuchará.

 

 

 

(1) Sui Generis, (Charly García y Nito Mestre), “¿Para quién canto yo entonces?” del álbum “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974)

(2) Sui Generis, (Charly García y Nito Mestre), “Cuando comenzamos a nacer” del álbum “Vida” (1972)

(3) Pablo Neruda – Víctor Jara – Patricio Castillo,  “Aquí me quedo” del álbum inconcluso “Tiempos que cambian” (1973) que fue editado póstumamente como “Manifiesto” (1974)

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