Compartir

Cuando era chica y viajábamos con mis papas a Santiago, me llamaba la atención una pintura al óleo que había en la casa de mi tía abuela. El autor era un discípulo de alguno de los grandes maestros chilenos de principios del siglo XX. Aunque no recuerdo el nombre, jamás me he olvidado de aquel cuadro. Eran tres vacas caminando por una playa del litoral central. El sol se filtraba entre las nubes, e iluminaba las dunas y las rocas, todas cubiertas de vegetación nativa, como  matas de cardos y plantas suculentas.  En 1971, cuando dejamos atrás el sur y nos radicamos en Santiago, comenzamos a conocer las playas cercanas. Desde los primeros paseos, intenté  adivinar cuál de ellas había sido plasmada por el artista. El Tabo, las Cruces y Mirasol parecían corresponder bastante bien con la escena del cuadro. Por aquel tiempo, el litoral conservaba bastante de aquel encanto natural y yo, en mi ingenuidad adolescente, creía que los paisajes y la geografía jamás cambiaban, salvo  con un terremoto o una erupción volcánica.

Arenas y bosques

Poco a poco, me fui percatando de que el principal agente de cambio en la naturaleza es el ser humano. Las dunas de San Sebastián fueron el primer aviso de lo que vendría. Estas habían sido el regocijo de los niños de Cartagena durante los años ’50 y ’60.  Mi mama, quien había jugado alguna vez en ellas, las recordaba muy grandes. Decía que el viento dibujaba vetas sobre su superficie, lo que les daba la apariencia perfecta para simular un safari en el desierto del Sahara. A fines de los ’70 era bien poquito lo que quedaba de ellas. Habían sido aplanadas, edificadas y lo restante, estaba cubierto por basuras, ranchitos y perros vagos. En su reemplazo, los veraneantes habían descubierto las playas largas y solitarias de El Tabo, el Quisco y Mirasol. Otro punto de interés era Isla Negra. Allí, habían bosques de cipreses y desde el puente se podía ver un hermoso “ojo de mar”. Los lugareños contaban que antes del puente, era obligatorio cruzar en bote hacia el resto del litoral. Hasta fines de los ’80, todavía las aguas permitían pasear en bote o bañarse. En esa década de dictadura, el  paseo a Isla Negra incluía escribir poemas en el cerco de la casa de Pablo Neruda.  Todos mirábamos entre los maderos, intentando descubrir el fantasma del poeta en los patios silenciosos.

Los viejos y enormes cipreses también se encontraban en Algarrobo, en la bajada del Canelillo y Canelo, dos playitas de aguas color turquesa, a las que se llegaba por un serpenteante sendero. Por su parte, el Quisco  honraba su nombre, pues conservaba bastantes peñas rocosas y cactus. Algunas cabañas rusticas se veían entre las plantaciones de eucaliptos y pinos. No eran flora nativa, pero le daban la nota verde y fresca al paisaje. En Mirasol, famoso por sus acantilados de magnificas vistas,  proliferaban los boldos y espinos. Todos los balnearios contaban con senderos naturales y rincones, que en primavera se coloreaban con flores silvestres. Los fines de semana, desde el muelle de Algarrobo salían los botes a dar “la vuelta la isla”, un montículo agreste en el que anidaban varias especies de aves, entre ellas, el pingüino de Humbolt. Si bien estaban llegando mas visitantes, las playas nunca se veían colapsadas.

Algarrobo 2 fotografía de Mariluz Soto

Una pequeñas torrecitas…

A mediados de los ’80, la principal puntilla de Mirasol fue comprada entre gallos y medianoche por la familia Vicherat. Los vecinos protestaron, pues el terreno había sido donado al pueblo y poseía escalinatas que descendían por el acantilado hasta el borde costero. Poco se pudo hacer al respecto. La gente creyó que había sido un “gol” realizado gracias a las influencias militares de la época. Un par de años después, saltó a la polémica el proyecto de “dos torrecitas de concreto” en Isla Negra. Los edificios pusieron en la palestra la construcción el altura en los balnearios costeros.  Amantes de la literatura indicaron que las dos torres destruirían la inmaculada vista de la casa de Pablo Neruda. Lógicamente, no fueron escuchados. Cuando se abrió el museo del poeta, se compensó a la comunidad con un paseo peatonal, pero las ventas de terreno aumentaron y los cipreses comenzaron a caer uno a uno. Lo mismo sucedió con los bosques del Canelo y Canelillo. Mas del 60% fue talado para instalar condominios. Durante la década del ’90, las tensiones entre los alcaldes, los vecinos y las inmobiliarias se replicaron en muchos pueblitos costeros. En casi todos se dieron luchas tipo David y Goliat. La flora nativa fue destruida al máximo para dar lugar a nuevos barrios de casas y departamentos. Esto implicó mas alcantarillados, pavimento y manejo de basuras. Los estudios ambientales brillaron por su ausencia. ¿A quién le importaban? Mas habitantes se traducían en más fondos para las municipalidades.  El “ojo de mar” de Isla Negra y otros esteros se transformaron en resumideros de aguas podridas. En Algarrobo, los socios del club de yates financiaron la construcción de un dique que iba desde la orilla hasta la isla de los pingüinos de Humbolt. Veinte años después, las algas marinas cubren las arenas y dificultan el uso del mar para bañistas y pescadores. Al obstaculizar el flujo de las corrientes marinas, las algas proliferaron mas allá de lo deseable. Como si fuera poco, los dueños de los yates están “limpiando” los huevos de la isla. Según han explicado a la furiosa comunidad, los excrementos de las aves ensucian las embarcaciones.

El caso emblemático de Mirasol

En 25 años, este pueblito se ha transformado en el caso emblemático de los dos tipos de depredadores que han arribado a la costa. Unos, son los paseantes sin cultura cívica, incapaces de respetar el paisaje natural y que dejan su huella urbana a través de montañas de basura y graffittis. Los otros, son las inmobiliarias que buscan mas allá de un simple condominio. Son aquellas que desean “vender” las vistas, apoderarse de los senderos y dificultar lo más posible el acceso a las playas. Claro…dejando los metros de baja marea para que llegue el ciudadano común, tal vez en bote o en  paracaídas. Los “sucios” son la pesadilla de los alcaldes, pues implican un enorme gasto en limpieza y letreros de advertencia. Los “compradores” son el sueño de las autoridades locales.

Algarrobo 3 fotografía de Mariluz Soto
Algarrobo fotografía de Mariluz Soto

El caso Mirasol

Los Vicherat no fueron un “caso especial”. A fines de los ’90, la familia Vidal compró casi todo el acantilado, incluyendo los bordes destinados a miradores. Para vencer la resistencia, otorgó a la junta de vecinos el manejo del camino que llevaba a la playa. En el 2007 la puerta de acceso se cerró sin aviso, aunque el plano regulador lo declaraba como propiedad pública. Ese mismo año, nuevos compradores pusieron rejas en el sitio desde el cual se lanzaban los deportistas de parapente. Las autoridades de Algarrobo indicaron que el único el único paso peatonal para Mirasol es el que lleva a la pequeña playa de El Yeco. Una hermosa bajada, pero abrupta y de difícil descenso. Desde El Yeco varios senderos permiten el ingreso hacia parajes  naturales. Los vecinos ya saben que todos esos terrenos han sido ávidamente vendidos, como también los bosques de eucaliptos y pinos, en los que ya están apareciendo las moles de enormes torres de concreto. Esta realidad ha alcanzado incluso a Tunquén.  El domingo 27 de febrero, apareció una carta de Clara Szczaranski, ex presidente del Consejo de Defensa del Estado de Chile, denunciando la construcción de 190 viviendas en una zona protegida, último reducto para las aves migratorias en la costa central.

El paisaje artificial

Esta ola de edificaciones en los balnearios trae un nuevo concepto. Debido a que la población veraniega crece a un ritmo vertiginoso y que no se puede hacer “crecer” las playas, sencillamente se propone un paisaje artificial. Esta idea comenzó en Chile con el faraónico proyecto de San Alfonso del Mar, que destruyó las dunas de Mirasol en 1988. El empresario Fernando Fischmann ganó renombre mundial al inaugurar en el 2006 la piscina más grande del mundo, según la promoción del lugar. Aunque gracias a las peleas con la comunidad se logró conservar el humedal del lugar, los pobres patos y aves migratorias apenas sobreviven en medio de esas gigantescas pirámides que ofrecen TODO dentro de la propiedad.

La playa es un bien secundario dentro de la modalidad del paisaje artificial, que no es único en nuestro país. Grecia, México, Marruecos y otros, se han unido a esta nueva forma de progreso, el que significa re-crear una nueva naturaleza de acuerdo al estereotipo caribeño: palmeras, piscinas, cascadas, hoteles, discotecas, jardines, todos iguales en geografias diferentes. Por ahora, no pueden dominar el clima, pero no sería raro que a futuro se construyan con alguna cúpula ad hoc.

Este fenómeno no es un “lujo” de personas que viven en pueblito costeros o tienen “derecho”  a veraneo, lo cierto es que se trata de una pérdida para todos los chilenos. Situación agravada por el difícil acceso a dichos paisajes y por el “robo” de los miradores y senderos, desde los cuales hasta el más humilde ciudadano puede –por ahora- contemplar la belleza natural. Lo escalofriante es que esta realidad está ocurriendo a lo largo del país. Solo basta ver las alambradas, cercos y alegres banderitas que anuncian nuevos condominios desde Los Vilos a La Serena. ¿Seremos capaces de lograr un desarrollo urbano sustentable y equilibrado? ¿Habrá que aprender a pintar vacas en la playa para recordar cómo era el litoral central?

Compartir

2 Comentarios sobre “La playa, las vacas…y las torres de concreto

  1. Josefina, muy bueno tu comentario y la experiencia de los vecinos de Mirasol. Muchos me han hablado de esas largas luchas, de las burlas, de las decepciones, de las peleas y de esa falta de respeto que suelen tener quienes compran todos los terrenos que fueron alguna vez publicos o comunitarios. Me han dicho que el Conservador de Bienes Raices de Casablanca tiene mucho que decir en la ayuda de estas personas que marcaron los terrenos y en palabras directas, se los apropiaron. Tal vez, la gente se cansa cuando ve que toda pelea es tipo David y Goliat.

  2. Aunque inmigrante, estoy aquí desde 1997 creo qe ya puedo opinar !
    Conozco el caso Bajadas de Mirasol, la famosa Escalera Azul… y todo lo qe paso antes y todo lo qe paso después.
    Junto con la entonces ( ahora no es la misma !) Junta de Vecinos Mirasol Central, ofrecimos férrea lucha contra el Sr. Vidal, ( J.T. Diego ) y sus secuaces…..con demanda por injurias de por medio, por haberlo “Ofendido ” al Sr. Vidal con los textos de nuestras pancartas y nuestros gritos durante las caravanas de protesta qe organizábamos..
    Resumen , Resultado = viendo la resistencia de todos los estamentos involucrados para resolver este tipo de situaciones , de nada sirve lamentarse, o recordar con nostalgia lo qe fue o lo qe pudo haber sido…tenemos qe aprender a elegir nuestros dirigentes, y si no hay candidatos adecuados a la vista tratar de encontrarlos ..
    Lo qe esta hecho esta hecho, San Alfonso no tiene la culpa es del qe le da de comer .Tenemos un lindo paseo costero ( qe sobrevive con innumerables reestructuraciones tras los ataques vandálicos de las personas ?? Los pajaros sobreviven al tobogán y se los puede disfrutar gracias al Sendero Explicativo. UN LUJO para una zona qe se dedica a construir Ferias Artesanales !!!!

    En qe quedo la lucha contra los asesinos de Pelicanos y Pingüinos ?? EN NADA ..
    La gente común se cansa, se olvida , la absorbe las necesidades cotidianas…mientras LOS OTROS dedican sus vidas en pos de sus ventajas personales..
    Josefina Martin 14 650 177 – k

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *