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Vivir en una región aislada y en ciudades que por su extensión aún permiten hacer recorridos habituales como peatón, es uno de tantos privilegios que aún se conservan en Magallanes.  Veinticinco minutos de caminata en dirección al trabajo es uno de ellos para mí.  Últimamente transito a lo largo de los días buscando descubrir lo invisibilizado, aquello que por la vorágine diaria o la razón que sea, se relega al rincón de lo no importante, priorizando urgencias equivocadas que se traducen, por consecuencia, en poner atención en lo que no vale la pena y/o en acciones erradas.

Hoy, yo, camino al trabajo y, paralelamente, recorro aquel más largo de los años que llevo andando.  Salir a la calle, enfundada en una parca gruesa, es necesario y normal en esta época. Mi decisión de caminar esta mañana ha sido acertada: me esperaba una atmósfera pura, agradablemente húmeda, fresca y estimulante, producto de una noche que fue lavada y centrifugada por la lluvia y el viento.

A las 07:40 hrs., todavía a medio clarear, es inevitable competir en los cruces con los automóviles que llevan su carga de personas al trabajo o al colegio y, también, es ineludible compartir las calzadas con personas que van tras los mismos cometidos.

Estudiantes enfundados en sus uniformes hicieron que recordara esos mismos pasos dados por mí varias décadas atrás; cuan diferentes y sorprendentes son las percepciones del mundo en esa época de colegial, la inocencia e ingenuidad coludidas alegremente con mágicas creencias hacen de cualquier camino un juego feliz: ir dando saltos por las calles, cuando el viento echa todo a volar, bajo la premisa de que en una de esas rachas iniciaría yo un vuelo propio sin alas, es un buen ejemplo.

Punta Arenas 2 Fotografía de Urzula Paredes
Punta Arenas 2 Fotografía de Urzula Paredes

Avanzando por las calles, el enamoramiento tomado de la mano también se presenta en mi ruta. Mi mirada ensimismada, sorteando distancia y tiempo, materializa las invisibles mariposas que envuelven tiernamente a la pareja de adolescentes; esas primeras aproximaciones a un estremecimiento nuevo pero milenario, a las miradas que destilan miel, y a voces y risas que inflaman el pecho, serán el contenido de imperecederos recuerdos para muchos.

Estoy ya a más de la mitad de mi recorrido.  Dejando atrás una tranquila villa, cruzo el frontis de un jardín infantil, veo a unos padres observando hacia el interior por una ventana, haciendo morisquetas y agitando las manos en señal de saludo, sin pudor y desbordando amor, ¡claro! han dejado a sus hijos adentro.  Entonces, vinieron a mi memoria rutas similares seguidas en el pasado, cuando muy temprano dejaba a mis niños en la sala cuna, luego en el jardín infantil y después, lo mismo, durante los primeros años de colegio. Me sorprendo de las energías inagotables de las que hace gala el tiempo de ser padres, fuerzas de flaqueza afloran durante la crianza de la descendencia. Una sonrisa “comprensiva” dibujaron mis labios e inevitablemente esos padres “chochos” fueron un espejo donde mi reflejo se empañó emocionado.

Ese recuerdo siguió con mis pies. Hace 22 años atrás, al borde de la cama de un hospital, contemplaba la cuna transparente donde estaba mi primer hijo recién nacido, sintiendo con absoluta certeza que mi vida había dado un giro sin regreso para siempre y, 4 años después, llega mi niña preciosa para redoblar esa verdad. Los años tienen alas y su vuelo se vuelve vertiginoso en su avance; hoy mis niños ya no están, retornan cada cierto tiempo al nido, son motivo de orgullo y satisfacción familiar, inician su propio camino y yo retomo el mío, debiendo aprender como caminarlo: cada etapa obliga aprendizajes.

Punta Arenas 3 Fotografía de Urzula Paredes
Punta Arenas 3 Fotografía de Urzula Paredes

Vuelvo a mi ruta al trabajo, queda poco, cruzo un bandejón pequeño donde un árbol se erige digno en su alfombra verde de un metro cuadrado, desde la esquina proviene un rumor mayor de motores y bocinas.  Adrede me dirijo hacia el solitario, paso rozando su tronco, demoro mi ritmo para elevar la mirada y me maravillo ante la belleza de lo celeste entre el tamiz del follaje que va transformando la magia otoñal. La naturaleza es tan perfecta y se asoma con sus pequeños regalos en lugares inesperados. Me despido.

Me aproximo al último cruce para detenerme obligados minutos, atenta a la señal verde del semáforo. Estoy a una cuadra para llegar a mi destino, la gente pulula con sus obligaciones, van y vienen, la jornada no me concedió 5 minutos para comenzar, sin embargo mis cavilaciones valen el robo al reloj.

Me resulta curioso, mi vida en un camino de 25 minutos, reflejada en aquellos que se me cruzaron, actuando ante mis ojos como un espejo, viendo a destiempo las mismas etapas, con sus matices particulares.

Por un momento me dije: se reproduce lo mismo por todos lados, se reinicia todo una y otra vez, como un disco rayado, una especie de conclusión de cierre.  ¡Craso error!, el fondo de la existencia es compartido por todos: nacemos, crecemos, envejecemos, morimos; todos llegamos y nos vamos de igual manera. Y todavía la mayoría de nosotros compartimos más coincidencias: aprendemos a caminar, despertamos a la sexualidad, nos enamoramos, perseguimos la felicidad, tenemos hijos, amamos, nos detienen rencores, tenemos sueños, viajamos, perseguimos utopías, sufrimos, nos equivocamos, hacemos daño, nos enfermamos…  Pero hay grandes diferencias, vicisitudes entretejidas, circunstancias, decisiones, lo que cada uno emprende o deja de emprender, todo ello construye una historia única, irrepetible.

Somos una especie más y deseamos más que lo elemental, y tenemos la opción de huir o atacar ante el miedo y los desafíos.  Tenemos conciencia, en su origen es pura y nos hace libres y nos podemos reconocer en ella, traemos con nosotros lo necesario para elegir.

Y me doy cuenta de que aún sigo un camino y me esperan sorpresas en más de alguna esquina, que no lo he visto todo, que hay espejos en los que aún no me puedo ver.

Miro el reloj, marca 08:20 hrs.  Suena el teléfono, tomo mis lentes ópticos y respondo lo acostumbrado.

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