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Después de coloridas tardes en Punta Sal, por allá en el tan norte de Perú que casi limitas con Ecuador, sabíamos que en estas costas sucedía todo. Playas y olas donde el Surf es el deleite de los cultores que vienen de todas las partes del mundo como si se perdieran ahí danzando con la espuma marina, o inundados parajes oceánicos donde ballenas gigantescas reinan el mar de Grau, o también, cientos como hormigas de pescadores que buscan los peces milenarios en medios de mitos y leyendas que todo parece un cuento. Uno de esos pescadores sentenció una de mis preguntas diciendo que, “solo la pesca artesanal es aquella en donde un hombre se enfrenta a los peces con una sola caña de pescar” divisando así una crítica a nuestro sistema industrial.

Pero me llamó la atención cuando me cuentan que allá en la Bahía de El Ñuro, en la zona de Punta Veleros, se encuentran más de 150 Tortugas verdes, autóctonas y centenarias, y que ellas tan acostumbradas a nuestra especie curiosa hasta la saciedad, socializan con el visitante, quién puede nadar en una especie de concierto entre las tortugas y el hombre.

Pelicanos

Entonces nos subimos a un bote pesquero, entre Pelícanos y Fragatas. De fondo en el horizonte una plataforma petrolífera y llameante de PetroPerú, la empresa estatal que fundó el Gobierno Revolucionario del General Velasco, que más que un presagio de progreso, parece el espejismo de la destrucción entre tanta belleza natural.

Navegamos por los parajes donde había estado Hemingway, por allá en 1956, maravillado por la pesca del Merlin Negro, que por esas épocas podía alcanzar más de 500 kilos un solo ejemplar. El escritor ya laureado por el Nobel, fue invitado por el “Cabo Blanco Fishing Club”, un selecto club privado donde tenía como socios a gente como Paul Newman, Marilyn Monroe, Henry Ford o el Príncipe Felipe de Edimburgo.

Rondando la costa del pueblo Los Órganos te encontrabas con un morro como palacio de miles de Fragatas, pintado blanco hasta el mar, señal de un territorio exclusivo del pájaro marino. O con un monte lleno de inmensos calados, que antes de que construyeran la Panamericana, a eso de las cuatro de la tarde hasta la puesta del sol, el viento provocaba que ese monte tocara melodías al igual que un órgano de Iglesia. Ahí mismo, el fondo del mar hacia desparecer cosas, señal unívoca que la codicia es el peor de lo males para un pescador. Todo parece mágico. Mejor aún, enigmático. Un silencio marino que calla cualquier intento por ser estruendoso, un vacío que te transforma, una fuerza que te golpea. Ahí viene de nuevo Hemingway con su obsesión racional por la lucha del hombre con la naturaleza, en un fragmento tan vívido de “El Viejo y el Mar”: “Pero hacia medianoche tuvo que pelear y esta vez sabía que la lucha era inútil”

De ahí nos sumergimos para nadar en el mar de la Caleta El Ñuro, que la acompaña una playa blanca que parece interminable y un par de casas de lujo, que cuentan por ahí, es de una joven soltera millonaria que heredó una centena de minas de oro.

No mediará ni medio minuto para que dos, cinco y hasta siete Tortugas verdes se acerquen, naden con uno, te toquen, se coloquen debajo de los pies, en un acto litúrgico. Un acto sagrado de apertura hacia un mundo que parece subterráneo pero no es otro que conectado con el Universo, tan bello como increíble. No te quieres salir de ahí, da ganas de nadar y perderte en esa liturgia con tortugas, dejarte de llevar con ellas para que te enseñen su mundo.

Entonces rompes con Hemingway y su lucha – ahora irracional – con la naturaleza, ya que te das cuenta que es otro intento por confirmar la obsesión por la conquista y la depredación. Prefiero esta danza sagrada, llena de historias y leyendas, llena de soledad y silencio. Prefiero ese sol que se inunda en la espesura negra de las nubes encumbrando un horizonte morado, con las fragatas negras con pecho rojo así como una ópera.

Esas tortugas persisten, están ahí y estarán ahí, reinando un paraíso indescifrable, que lucha con el hombre y su máquina perpetua por abarcarlo todo. Ahí decides que es mejor volver al bote pesquero, retomar ruta y volver a puerto continuando la rutina de los modernos.

la foto

Fotografías de Andrea Mendieta Muñoz

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