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Desde que nacemos comenzamos a aprender de quienes nos rodean, ya sea por imitación (ver artículo sobre neuronas espejo) como por los vínculos emocionales que nos conectan con otros. Aprendemos a sonreír cuando algo nos agrada o a llorar cuando estamos incómodos y a descifrar las intenciones de los demás, son códigos que nos enseñan a ser parte de una sociedad, y de responder con signos comunes ante lo que necesitamos. Las distintas formas que tenemos de relacionarnos, marcan nuestra estructura social, y van forjando nuestra comprensión del mundo o “cosmovisión” donde intervienen no sólo la cultura del entorno social, también las emociones, educación, condiciones de salud, dinero, y muchos otros factores que influyen en nuestra forma de estar en el mundo.

El adormecimiento emocional* daña la visión del otro como un ser sensible afectando fuertemente cada generación y sus relaciones, pues se pierde la noción de que cohabitamos un planeta donde somos todos parte y que no le pertenece al ser humano, ni tampoco a las ideologías o poderes, donde todo lo que hacemos tiene un efecto colateral y que eso podría terminar destruyéndonos.

La visualización de otros seres sensibles como objetos

El ser humano está acostumbrado a dominar, desde los espacios naturales hasta los animales, e incluso a otros seres humanos, como parte de un ejercicio natural y aprendido de nuestra relación con otros y nuestro entorno. Esto ha provocado que perdamos la noción del “otro como un yo”, o la empatía hacia otros seres vivos.

Un ejemplo de esto, es el dominio ejercido hacia los animales que nos ha llevado a generar toda una industria en torno a su sometimiento y maltrato justificando al negocio alimenticio y las granjas de animales, dejamos de ver al animal como un ser sintiente, y lo comenzamos a ver como un objeto de consumo, nos acostumbramos a esa dinámica, desapegándonos de su individualidad y emoción, aunque comamos carne, no deberíamos dejar de ser conscientes de que ellos mueren para que el humano se alimente, y ser capaces de ver cómo la industrialización ha afectado el trato y la calidad de vida de los animales.

Mismo caso con la visión comercial de hombres y mujeres como objetos de deseo que deben atraer y encantar visualmente, generando enfermedades alimenticias, depresión, y relaciones dañinas basadas en la imagen. Esto provoca que dejemos de ver al otro con empatía y le exijamos perfección netamente basada en lo material, en lo corpóreo, y nos olvidemos de conectarnos a través de la emoción.
Por ejemplo, los programas de farándula donde se expone al escrutinio público todo en torno a personas que ni siquiera conocemos y juzgamos cada cosa que hacen, dicen, o sienten, porque son parte de los objetos de la televisión que creemos conocer y no los vemos como un “yo”, como alguien que puede disfrutar o sufrir de las mismas cosas que nosotros.

El entorno comunicacional y social que vemos hoy en los medios, y en nuestras propias relaciones humanas, no nos enseñan a pensar en el otro, nos enseñan a ganarle a otro, a imponerle nuestras ideas, a convencerlo de que lo que decimos es la verdad. Los fundamentalismos sólo nos alejan de la felicidad, nos alejan de conocernos y encontrarnos en comunidad, de ser capaces de conectarnos emocionalmente.

Mi invitación hoy es a reflexionar sobre esto, a intentar conectarnos, y vernos con emoción, con sensibilidad, con compasión, y en pequeños detalles hacer un cambio en la forma cómo nos relacionamos, no olvidemos nunca que todos, humanos, animales y plantas, somos seres sintientes que cohabitamos esta ínfima parte de universo que llamamos tierra.

Agradezco la inspiración de este artículo a una conversación que tuve con mi papá, gracias viejito.

*(Gracias a Andrea Maturana por presentarme el concepto “adormecimiento emocional”).

Conversemos en twitter: @caropaz_

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