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Lunes, seis y media de la tarde: En un andén de metro en Providencia, abarrotado de gente, miro embobada pasar uno y otro tren en dirección al poniente, mientras asumo la imposibilidad de abordar los carros llenos. Al cuarto tren me digo: “Ahora sí, como sea”. El comosea implica empujar, rogar, arriesgar. Cuando estoy a punto de darme por vencida nuevamente, un hombre joven y corpulento me toma de un brazo y dice: “Suba no más que acá le hacemos espacio. Todos queremos llegar a la casa a esta hora”. Es tan convincente, que como por milagro siento- imagino- estómagos hundiéndose y personas haciendo lo posible por disminuir su masa corporal para que entren dos pasajeros/as. Respiro aliviada y me acomodo entre una barriga, un codo y la puerta que pareciera fuera a estallar con la presión. Pienso, complacida: “Hace más de un año que viajo en horas de punta y esta es la primera vez que veo un gesto solidario”. Casi tarareo “Quién dijo que todo está perdido”….

La certeza de que un cambio es posible recorre también el libro “La ciudad que viene”, de Marcel Hénaff filósofo y antropólogo francés, publicado recién por LOM ediciones. Hénaff fue académico del College International de Philosophie en parís, en la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de Kyoto; en 2002 recibió el Gran premio de la Academia francesa por  libro “El precio de la verdad. La donación, el dinero y la filosofía”. En “La ciudad que viene”, el el académico se remonta al origen de las ciudades- en Mesopotamia, Persia, Levante Mediterráneo, zona conocida como Creciente fértil; China, India,  Mesoamérica- y avanza hasta llegar a la del siglo XXI y sus nuevas formas de habitar.

Vuelvo al metro y al transporte urbano: Henaff dice que en las sociedades de los países más industrializados vive un 80 por ciento de la población en las ciudades, lo cual supone nuevas maneras de habitar y ocupar los espacios. El metro –subway, tube, tunnel banna – es en esencia ejemplo de uno de los paradigmas que marcan la diferencia entre las antiguas ciudades y las nuevas. Un lugar donde el espacio privado y el público se confunden para transformarse en un espacio común donde se ponen en juego las costumbres, las tradiciones, las cortesías; las prácticas interrelacionales, los encuentros. Acechado por una elasticidad de tiempo que no siempre juega a su favor, el homo laborans debe extender su mundo privado a lo público.

De la ciudad monumento a la ciudad máquina

La historia de las ciudades resulta cautivante; el cómo y cuándo se construyeron; con qué intereses  rindiendo culto a qué prioridades. Tanto más sorprendente es descubrir que las ciudades construidas por las antiguas civilizaciones mesoamericanas (olmecas, toltecas, mayas aztecas) no adeudan nada a las que se estaban haciendo al otro lado del mundo a miles de kilómetros de distancia; aun cuando entre ellas pudiera haber similitudes en cuanto a ocupación de espacios públicos, jerarquías y aprovechamiento de los recursos naturales, como el agua (de allí que siempre se levantaran al lado o cerca de ríos). Todas ellas tienen en común el constituirse como una réplica del cosmos; como imagen del mundo que responde a aquél otro espacio habitado por los dioses.

Son ciudades monumento, constituidas por un vasto conjunto edificado con trazos de acuerdo a cálculos precisos y en armonía con los astros y los ciclos de las cosas (evidenciados en ciudades como Tiahuanaco, en Bolivia o, Caral, en Perú). Más adelante y con la emergencia de los imperios la ciudad busca incluir al mundo y esta forma permanece hasta avanzada la Edad media, pero en este período la cultura visual y escénica de la Antigüedad se transforma para adoptar una perspectiva de “vecinalidad”: las calles desembocan en pequeñas plazas, la monumentalidad deja paso a la convivencia que permite una vida comunitaria. El Renacimiento vuelve a aportar un nuevo diseño, ahora marcado por los descubrimientos físicos y matemáticos de Galileo y Copérnico: el sol asume su centralidad y el cosmos es susceptible de una multiplicidad de centros. Se impone el espacio escénico y el mirar domina al habitar.

Caral, fotografía de Patricia Moscoso
Ciudad sagrada de Caral, en el Valle del Supe, Perú

Con la llegada de la Revolución industrial las ciudades adquieren una funcionalidad diferente y se instalan como una máquina, que produce, gestiona, organiza, transforma. La complejización de la misma la lleva a asumir la condición de red, con sus ejes de vías, sus dispositivos de circulación de personas, materiales y energía; lugares de intercambio de mensajes y de bienes.

Las ciudades actuales asumen estas tres particularidades – la de ser monumentos, máquinas y redes- exacerbándose quizás la última en las megápolis  donde se experimentan transformaciones notables, como por ejemplo en el concepto y uso del espacio público. Entonces, dice Henaff, es preciso descubrir la noción de espacio común.

No habrá más fugas a Varennes

El filósofo francés alude a uno de los momentos más dramáticos de la historia francesa en los últimos siglos: el de la huida del rey Luis XVI y su familia desde las Tullerías a Varennes, en pleno período de la Revolución Francesa, para referirse a uno de los nuevos principios rectores  de las ciudades del s XXI: el de la hipercomunicación. Ningún jefe de estado será acusado de abandono de sus deberes por viajar fuera del lugar donde ejerce su cargo, señala, porque las posibilidades de comunicarse y de seguir realizando su trabajo dondequiera que esté (siempre y cuando funcionen los satélites) son casi infinitas. “No habrá más fugas a Varennes”, dice.

Explica Hénaff que en esta nueva perspectiva “el crecimiento exponencial de las redes de comunicación en última instancia, socava la idea misma de la ciudad”. Se refiere esencialmente a la ciudad monumento, donde existía un orden establecido y una vinculación estrecha entre ordenamiento y producción; donde el poder público y el religioso manifestaban su grandeza en grandes edificios hoy del todo superados por rascacielos, que no están en proporción al espacio humano y que devienen en objetos gigantescos implantados sobre el suelo.

Existe, por otra parte, una pérdida de los lindes entre lo urbano y el campo  por lo cual las ciudades son archipiélagos que se constituyen como una suma de zonas habitadas sin un “exterior” claramente delimitado. Estrictamente hablando, escribe Hénaff, al no tener límites la ciudad – tal cual se concebía hace dos mil años hasta el Renacimiento o la Edad Media- desapareció.

Otro aspecto que destaca el autor es la noción de esfera pública, aludiendo a la red de instituciones y relaciones que elaboran las normas y responsabilidades para convivir en un mismo espacio. En las antiguas ciudades aquello era más legible; actualmente, al multiplicarse los medios de discusión y difusión – especialmente con la coexistencia de redes virtuales- la relación centro periferia podría haberse alterado. No obstante esta aparente ruptura entre lo local y lo global no tiene correspondencia en la arquitectura citadina; porque la tendencia sigue siendo que más y más gente vive en las grandes ciudades. Aquí es donde operan otras razones de carácter tecno económico: por ejemplo, el hecho de que las metrópolis ofrecen infraestructura importante para el desarrollo de la economía (oficinas, conexiones, hoteles, redes viales, aeropuertos) y acceso al acopio de saber, de innovación y de cultura. Así pues la ciudad se constituye en un lugar implantado en un territorio con un carácter de inamovible.

Fotografía parque
Parque Bustamante, en Providencia

El gran desafío de los urbanistas, señala Hénaff, es cómo construir una ciudad donde sea placentero vivir juntos; ¿cómo reinventar la calle- el espacio donde se expresan los componentes básicos para la vida común: vecinalidad, civilidad, visibilidad, diversidad- y la plaza? ¿Cómo manifestar señales públicas, o sea visibles, de una identidad urbana que las nuevas tecnologías de comunicación modifican de manera radical nuestra relación con el ambiente físico, con otras culturas con otros humanos?

“Percibir el movimiento que, ante nuestros ojos va de lo monumental a lo virtual, en la ciudad que viene sería sin duda comprender una de las transformaciones más importantes de nuestros tiempos. Sin embargo tal vez lo más esencial sería aprender o aprender nuevamente el movimiento que va de lo virtual a lo corporal . Una imagen de síntesis jamás abolirá un cuerpo carnal. Una red de relaciones jamás sustituirá la palabra que le dirijo al ser que más quiero tanto como a una persona cualquiera”.(…) Para Hénaff la utopía no es el hecho de una arquitectura que repartirá nítidamente los espacios, sino “aquello que fue durante mucho tiempo  en occidente y otros lugares nuestra realidad cotidiana:un lugar donde uno se habla, se mira, se respeta, se pelea, donde uno ofrece asistencia en caso de necesidad, donde los individuos se encuentran sin reloj ni calendario” (…).

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2 Comentarios sobre “La ciudad que viene y la utopía recuperada

  1. Entre los muchos estudios acerca del devenir de las ciudades aparece también, a menudo el de ciudades de miedo en referencia a los temores que asaltan a los habitantes de las grandes ciudades, frente a la diversidad (de la índole que sea). García Canclini se ha referido extensamente a esto. pero además hay hechos tangivble: En en X Bienal de arquitectura de Venecia fueron examinadas unas diez megápolis de distintas partes del mundo para ver desde donde se generaba este miedo o inseguridad. Tres características les eran comunes: inseguridad, insuficiencia de servicios, consumo desmedido. Santiago no es aún una megápolis, pero al menos contiene dos de esos elementos. El tercero, corre por cuenta de los constructores de imaginarios que en estos días nos asaltan desde las portadas de periódicos o en las pantallas de TV.

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