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Sin duda, la migración se ha transformando en un tema cada día más discutido en las calles y en los medios de comunicación de nuestro país. No debe de extrañarnos que las cifras confirmen lo anterior: la Tasa de crecimiento de inmigrantes en el periodo 2006-2014 es de 78,5%. Al respecto, muchas fuerzas vivas de la sociedad concuerdan que no estamos preparados para enfrentar los desafíos que involucra esta situación. En efecto, hechos lamentables como la marcha anti inmigración en Antofagasta, o los ataques xenófobos en plena vía pública, son síntomas de dicho recelo.

 

 

En este camino para intentar prepararnos ante los desafíos y oportunidades que se presentan en este contexto, próximamente será editado el libro “Migraciones en Chile: Oportunidad Ignorada”, escrito por el ex canciller Hernán Felipe Errázuriz y el investigador de LyD, Álvaro Bellolio. Como el texto en cuestión no está en mis manos, basaré mis opiniones en la entrevista realizada a los autores en el último número de la revista Qué Pasa.

No cabe duda que este tipo de publicaciones contribuyen con una mirada optimista hacia el fenómeno. El problema, y era de esperarse en un país obsesionado con las cifras, y con una “clase emergente y aspiracional” [1] cegada por las prácticas consumistas, es que los autores se centran casi exclusivamente en los efectos económicos de la migración. Esto no significa que dichas consecuencias no sean relevantes. Pero tampoco podemos ignorar ni desatender sus (potenciales) efectos culturales. Anteriores olas migratorias han dejado su huella en la producción simbólica nacional. De hecho, “el creciente movimiento de personas entre distintos países genera un tránsito de mano de obra, estilos de vida, lenguas, cultura, información y demandas por bienes y servicios.”[2] Pero, debemos atender a que la actual corriente migratoria tiene características que la diferencian de las anteriores. Entre ellas, destaca culturalmente la diversificación de los países de origen [3], principalmente Latinoamericanos, los que tiene ya efectos fácilmente visibles. Por ejemplo, en la Escuela República de Alemania, de Santiago Centro, cada lunes se entonan los himnos de Chile y Perú. O, el ya no tan nuevo sobrenombre de la  Plaza de Armas: “La Pequeña Lima”, emulando a otros centros de concentración migratoria en el mundo, como Chinatown en New York City, una ciudad que se ha alimentado de la multiculturalidad para transformase en la capital cultural de la esfera occidental.

Sin embargo, esas situaciones son la punta del iceberg. Estamos en un momento único en el tiempo. Nuestro país ha empezado a enriquecerse con olores, colores y sabores nuevos. La novela “Todo es Rojo” de Andrés Pascoe inaugura la literatura representativa de esta ola migratoria. Empiezan a multiplicarse las familias binacionales, y con ello, surge la primera generación de chilenos de raza negra al sur del Desierto de Atacama [4]. Los emigrantes Latinoamericanos traen consigo nuevas cargas culturales que, sin duda, enriquecerán nuestra producción simbólica. En un país en el que nosotros no hemos sido capaces de resolver el problema de nuestra escisión producto de la dictadura, dichas formas culturales son un soplo de aire fresco que puede ayudar a construir, poco a poco, un Chile nuevo, menos violento cotidianamente, más alegre y renovado.

Karen Christian [5], plantea que la identidad está constituida tanto por un núcleo más estable en el tiempo, como por un anillo que la circunscribe y que absorbe y procesa las influencias externas a ese núcleo. La identidad, por lo tanto, tiene un componente dinámico. Los emigrantes de la presente ola, este fenómeno vivo que podemos contemplar en las calles de nuestras ciudades, a través del incremento de locales de comida peruana, o del éxito de los peluqueros colombianos y dominicanos, por nombrar sólo algunos ejemplos, nos regalan la oportunidad de renovar nuestra identidad, quizás de manera más directa, pues tienen muchos más puntos en común con nosotros que, por ejemplo, las culturas africanas. Ellos están lo suficientemente cerca de la idiosincrasia chilena para poder establecer fácilmente el diálogo, y lo suficientemente lejos para convertirse en elementos de reestructuración y progreso.

Vale preguntarse entonces, cómo estamos educando y preparando a nuestro país para esta oportunidad. Lo cultural, lo simbólico, no son aspectos menores. En la citada entrevista en Qué Pasa, Hernán Felipe Errázuriz afirma que, “Las cosas que están preocupando hoy al gobierno son muy menores, y fáciles de arreglar: la entrada de los niños al colegio, por ejemplo.” Pero eso no es trivial. Para un compatriota de siete u ocho años, el convivir diariamente con similares provenientes de otros países, es sin duda un hecho significativo en su formación, y mutuamente para sus compañeros. De hecho, la Escuela República de Alemania tiene un plan de integración educacional al respecto.

Por favor, señores “expertos”, no se olviden del peso de la producción simbólica en nuestra sociedad. Y, por favor, compatriotas, acojamos con hermandad y alegría a estos hermanos Latinoamericanos que nos regalan la oportunidad de un nuevo horizonte.

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1 En los términos en la que la define Guillermo Machuca en El Traje del Emperador. Santiago, Metales Pesados, 2011, Pág. 30.

2 Stefoni, Carolina. Inmigrantes Transnacionales: la Formación de Comunidades y la Transformación en Ciudadanos. Santiago: FLACSO. 2004, Pág. 2.

3 Perfil Migratorio de Chile. Buenos Aires, OIM, 2011, Pág. 32.

4 No olvidar la comunidad Afro-Chilena de la Región de Arica y Parinacota.

5 Christian, Karen. Show and Tell: Identity as Performance in U.S. Latina/o Fiction. Albuquerque: University of New Mexico Press, 1997.

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2 Comentarios sobre “En Defensa de la Migración en Chile: sus Efectos Culturales.

  1. Me encantó el texto, muy interesante!!! yo soy Chilena, hace 40 años que vivo en Bs,As., es un pais que está preparado o mejor dicho acostumbrado a los inmigrantes, agradecida de éste pais!! En algunas oportunidades que he viajado a Chile se nota una diferencia con los extranjeros, (pareciera que yo lo fuera, es lógico) ojalá no existan diferencias, nadie se va de su pais por que quiere, se sufre mucho al principio. Atte. Emilila Robert.

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