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Allá por el año 1984 escribí un pequeño artículo que publiqué en el Diario Mural de la Universidad, en La Serena. Se llamaba “Don Francisco no es San Francisco” y trataba sobre la Teletón, que ya se había instalado como un fenómeno comunicacional de un alto impacto. En años de dictadura, era presentado como una instancia de unidad nacional y constituía, y constituye, un suceso de la mayor importancia.

El artículo era más bien crítico y me supuso más de un mal rato, acusado de desprestigiar a una institución respetable y valiosa de la sociedad chilena. Hasta amenaza de sumario hubo en mi contra.

Con el tiempo se han ido agudizando los  sentimientos encontrados respecto a la Teletón. Por un lado, reconocer que es una organización que presta un efectivo apoyo a niños y jóvenes con discapacidad física, tanto en su rehabilitación como en su inserción, con un programa que no puede sino que señalarse como positivo y cuya administración de recursos es, respecto a los centros con que cuenta, que no merece reparos.

Por otra parte, se han agudizado los severos cuestionamientos al trasfondo de la Teletón como instancia de caridad pública. En este orden de ideas, resulta repulsivo que la caridad que se practica sea pública, orquestadamente parte de una estrategia de ventas, que apela al puro sentimentalismo y victimización de los discapacitados para obtener recursos.

Cuando escribí el artículo de 1984, mi argumento central era que la caridad, en el sentido cristiano, debe ser discreta, privada, sin ostentación  ni tampoco reconocimiento. El que da no puede esperar ser reconocido en su acto de donación. Se supone que lo que se da con una mano debe ser oculto con la otra. El sentido de reparación de la caridad implica además que esta no sea una limosna  o una dádiva, sino que un esfuerzo individual para privarse de algo que al donante no le sobra, sino que a la parte de su porción que entrega gratuitamente a su hermano. Por eso molesta la publicidad de la donación, la búsqueda de que el aporte sea lo más ostentoso posible, que todos se den cuenta de ello.

Además, nos enseña la Doctrina Social de la Iglesia, que la caridad tiene un límite: la justicia. No corresponde a la caridad reemplazar lo que en justicia corresponde a los individuos, entre ello, la dignidad y el acceso a la salud, por ejemplo.

Hay una estrategia de marketing asociado a la Teletón que resulta tan evidente, que se convierte en casi una grosería. Apelar a la situación del discapacitado para generar lástima y de ahí motivar a las personas a aportar es la cuestión que más inquieta.

Es tan burda la manipulación, que los productos y empresas que apoyan la Teletón hacen publicidad en torno a las personas discapacitadas. Nunca se ha logrado determinar cuál es la vinculación de tiendas, farmacias, jugos, zapatos, etc., en el proceso de rehabilitación ni en la inclusión de los discapacitados.  Es más, ninguna de esas empresas se caracteriza por tener políticas de inclusión con discapacitados.

Se supone que lo que las empresas aportan a la Teletón se vincula con el incremento de las ventas  que se verifica por su adhesión a la campaña, pero ello nunca se ha logrado ni acreditar ni demostrar. Es más, dentro de la nebulosa y la poca transparencia que rodea a la campaña, parece ser que hay un contrato (comercial) que garantiza un piso de aportes de las empresas y nada más. Ese piso implica que el rostro de la Teletón aparezca en la publicidad y los minutos y horario en que se hará entrega el aporte durante el programa de televisión. Cuestión de marketing.

Y respecto a las empresas, quizás hasta está bien que la Teletón sea una estrategia comercial para incrementar ventas, pero no es menos cierto que la campaña y la Fundación que la administra dice perseguir otros fines.

La Teletón, desde el principio, fue un programa de televisión que trató de administrarse cooperativamente. Pero ahora también es un campo de disputa entre los canales de televisión. Ellos designan los rostros que amenizan la jornada, vetando a unos y privilegiando a otros, mientras la corte de los milagros del espectáculo y la farándula nacional vive su propia versión de la hoguera de las vanidades en versión chilena. Los despropósitos, bajezas y vulgaridades en este ámbito son las propias de la televisión cotidiana.

Y llegamos a la figura de Don Francisco. Y con el paso de los años, cada vez se aleja más de San Francisco.

Don Francisco es a lo menos un personaje complejo, inasible, contradictorio. Es un genio de la comunicación, logra sentar a todos los candidatos a la Presidencia en un programa de TV y en el sepulta a varios con preguntas duras, directas, incisivas. Con otros es complaciente, cercano, familiar.

Muchos creen que esas entrevistas reemplazaron al debate, que si lo hubo, no aportó nada.

El que un personaje de TV logré este escenario habla bien de su poder y su influencia.

Si recorremos su carrera, podemos advertir sus muchos éxitos y también sus fracasos, pudorosamente cubiertos. Como personaje, es cruel, maltratador, abusivo con el débil, cercano siempre al poder, condescendiente con la dictadura hasta que vio que ésta llegaba a su fin; ahí adquirió un nuevo matiz.

No se puede olvidar su dureza y relación puramente pragmática con muchos de sus colaboradores, sobre los cuales cimentó su carrera: Yeruba, Guayo Riberos, Mandolino, Gloria Benavides, Valentín Trujillo, a los cuales abandono a su suerte cuando ya no le eran útiles. Como estigmatizó y en cierta forma destrozó sus carreras artísticas. En este caso baste mencionar a Palmenia Pizarro y el cartel de “yeta” que le formó. Y como no mencionar su capacidad insuperable para reírse de la gente, especialmente los más humildes en su ya desaparecido programa “Sábados Gigantes”.

Pero lo que aún más incomoda de Don Francisco es su participación comercial en la campaña de la Teletón. Esta pregunta nunca han tenido respuesta: ¿Don Francisco recibe estipendios por su participación en los spots comerciales de los productos asociados a la campaña? Sería muy bueno saber la respuesta.

La Teletón, en sus resultados, es una campaña buena, reúne fondos considerables para una Institución que presta un bien innegable. Es verdad que el cuidado y la rehabilitación de los niños con discapacidad es una responsabilidad del Estado (deber de justicia). Pero, sinceramente, ¿alguien puede afirmar hoy en Chile que los niños discapacitados tendrían alguna ayuda si el Estado fuera el único responsable de esta materia? Basta ver lo que sucede con los niños entregados al cuidado del SENAME para advertir cuán lejos estamos que el Estado cumpla con su deber con los niños y niñas de Chile.

El tema sigue siendo, en consecuencia del método, el maldito medio por el cual logramos nuestros fines. En la Teletón,  algo huele a podrido.

San Francisco está a mucha distancia de Don Francisco.

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