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La TV abierta, que por cinco décadas ocupó un espacio preferente en la entretención medial de las familias chilenas, vive un fuerte cambio de paradigma. Durante el presente año, el rating general de varios canales y los liderazgos históricos se derrumbaron como consecuencia del inusitado éxito programático obtenido por Mega.

Este canal era hace dos años una marca anquilosada, populista, y una empresa al borde de su propio fin en manos del grupo Claro.  Ahora, bajo propiedad del grupo Bethia, es el que gana en cualquier horario y toma todo, mientras el resto llora sus miseria, producto de sucesivos errores programáticos, pérdida de sentido de sus proyectos o crisis conceptuales y creativas, y de la fragmentación de las audiencias, que con el nuevo acceso a otras pantallas y plataformas cambió para siempre el ecosistema televisivo local.

No se trata solo de un fenómeno -como acostumbran a repetir algunos ejecutivos en la prensa local como negación de sus propios errores- o un “milagro” proveniente de Turquía y sus teleseries; éste es un proceso más complejo, lento y cuyos primeros indicios se comenzaron a dar hace casi diez años.

Tal como si fueran puntos en irremediable y eterna caída libre en el espacio, a la usanza del viejo Qfwfq y el Teniente Fenimore disputándose las miradas y la atención de Ursula H’x (en un cuento incluido en Las Cosmicómicas de Ítalo Calvino), TVN, Canal 13 y en menor medida Chilevisión observan hoy perplejos e impotentes su vertiginosa debacle. Casi nada les funciona y en las últimas semanas asisten a los peores ratings que jamás hayan tenido en las franjas de las teleseries nacionales de las 20 horas o en sus noticieros centrales, por no ahondar en la franja de las 22 hasta la medianoche, donde el reinado de las teleseries turcas de Mega, Las mil y una noches y Fatmagül, aniquiló a todo el prime time de su competencia.

24 Horas central foto de prensa
24 Horas central foto de prensa

Basta observar cómo, a un par de días de sus respectivos estrenos, Valió la pena y Caleta del Sol se estancaban en cuatro o cinco puntos de sintonía, y generaban el evidente colapso en el visionado de Teletrece o 24 Horas Central, que ha caído a siete puntos y fracción. Por lo mismo Canal 13 optó por mover su teleserie de horario y reponer Los Simpsons  como programa previo a su noticiero (¿homenaje silencioso de Cristián Bofill a Vasco Moulián, precursor de esta práctica de parrilla flexible?). Es probable que TVN haga lo mismo pronto y adelante la emisión de ‘Caleta del sol’, y resulta obvio también que esas teleseries serán acortadas para aminorar las pérdidas que generan con sus costos de  aproximadamente 33 millones de pesos por capítulo. Un costo que ya comenzaron a pagar algunos ejecutivos responsables de áreas dramáticas con sus respectivos puestos.

¿Cómo entender lo que pasó?

Cual repentino ataque de nostalgia y regresión violenta, los públicos que van quedando para la pantalla abierta chilena –preferentemente mujeres mayores de 35 años y los mayores de 65 años en general- retornaron este año a una práctica olvidada por la TV local: consumir melodramas clásicos, de narrativa tradicional, con historias recargadas de dolor, sin un ápice de erotismo o sexualidad explícita, ni garabatos, ni personajes “trendy” que juegan a ser “winner”.

Esos estereotipos narrativos, propios de un país diluido en el vacío conceptual, habían sido instalados por los directivos de los canales, quienes, con falta de visión y humildad y amparados en el paradigma de constante baja de costos, aniquilaron los procesos creativos de equipos de guionistas, productores y realizadores.

Reality Pelotón
Reality Pelotón

Esto no era un acto aislado, sino parte de un lento proceso de “retailización” de la pantalla local, fundada en la transformación de la otrora “plaza pública” de los años 90, que inspiró los éxitos de entonces en TVN, en un concepto similar al de un “mall”, donde había que seducir y capturar a los públicos de la postransición que, supuestamente, se habían volcado en la “aspiracionalidad” de un consumo irracional.

Esa TV trucó la pantalla en una góndola de supermercado y renunció a la construcción de identidad de las audiencias desde contenidos creativos y diversos para optar por la homogeneización de ofertas abaratadas para el rápido consumo de éxitos puntuales, sin narrativas de fondo ni imágenes de país que remitan a un nosotros, sino a consumidores aislados en sus propias carencias y miedos.

Lo que actualmente hace Mega no es destruir al resto de la TV con éxitos puntuales, sino que formula un llamado de atención hacia la recuperación de códigos olvidados por sus competidores. Su éxito señala también el desplome de una forma de entender el negocio identitario desde las pantallas nacionales. Al mismo tiempo, constituye un jaque al sentido que para la Iglesia Católica y la Universidad reviste seguir coparticipando de la propiedad de Canal 13. Y para la televisión pública –encarnada en TVN- marca la hora de sincerar las responsabilidades que, tanto su directorio como sus planas ejecutivas, han tenido en los últimos años en la destrucción del sentido de su proyecto.

Estamos en medio de un debate complejo, que visto este escenario y con la llegada de la  televisión digital, hace esperable mayores niveles de concentración que de diversificación de operadores. No se trata solamente de analizar un negocio, sino de dimensionar el futuro de uno de los principales espejos de identidad que ha tenido la población chilena en el último medio siglo.

Sitiocero Cultura

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