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– A menos que… Alda quedó en suspenso al no hallar la palabra que le permitiera concluir la frase, entonces, la idea se fue. O más bien quedó rondando allí, en su cerebro como una hormiga que se tiene a la vista, frente a ti, debajo de ti, insignificante y pasa. Pese a esta contrariedad insistió en su empeño :

– A menos queeeee… y ¡zas!, tirada como por una repentina corriente de aire partió rumbo a encontrarse con Iván, su amigo, unas cuantas casas más allá de la suya.

– Iván, tengo una idea, pero el problema es que no tengo palabras para expresarla.

– ¿Cómo? Pero si no es tan difícil, Alda. Basta decir: quiero hacer un helado o voy de camping   ¡Y ya está! Decir lo que se desea puede costar, pero no es complicado.

– Es que…es algo como una inspiración. Es como un globo que está sin aire, como un volantín que quiere elevarse…

– Como un chocolate que no puedes comer – retrucó Iván cuyo gusto por la golosinas es patente.

– Eso- dijo Alda – Algo así. Bien, comenzaremos la búsqueda por el diccionario.

– ¿Quée ? – exclamó Iván a quien la sola idea de tomar un libro como aquel le causaba sarpullido.

–  Claro, ya verás que sirve. Vamos, en casa tengo uno.

Ya en casa de Alda, Iván se sintió más grato con las galletas que su amiga le ofreció. Las comía despacio, saboreándolas. “Allá ella con sus palabras, mientras yo coma, está bien“ – decíase para sí.

LETRAS2

– ..troquelado, tropiezo, trozo. No, no, esas no. Sigamos.

Alda abría el diccionario al azar y comenzaba a recorrer una a una las palabras de cada página que separaba su dedo.

– Caldo, callo, cardo… mmm …catarsis ¡ que palabrota más fea ¡

Para que el esfuerzo no fuera en vano, iba anotando las palabras que más le gustaban como campeón, canto, canción  y otras cuyo sonido la alegraban

– A menos que… ¡cantemos! – dijo  y se puso a  cantar.

“Eso era: cantar”, clamó Alda emocionada. Algo desconfiado al comienzo, Iván se soltó luego para acompañar con gruñidos y gestos elocuentes los alaridos y silabeos rockeros de Alda. El karaoke no era su fuerte, pero la pasaron bien durante un largo rato hasta que se cansaron.

– Me gusta cantar aunque en casa no pueda porque mis hermanos se molestan y  me mandan callar – confesó Iván con algo de tristeza.

– En casa mis padres no están durante el día, solamente mi abuela que es un poco sorda así que puedo subir el volumen del radio, pero el vecino que es un fastidioso se quejó a mis papás quienes me compraron audífonos, ¡ pero no es lo mismo ¡ Es mejor escuchar la música al aire libre y compartir cuando una se siente alegre ¿ no te parece, Iván ?

– Sí. Ojalá todo el tiempo fuese así, como estamos ahora, hablando, charlando, sin gritos de otros ni interrupciones, contando lo que nos pasa

– ¡Eso, eso es! – exclamó Alda.

– ¿Qué cosa ? – preguntó Iván.

– Eso: contar, narrar, relatar, charlar, eso es lo que estamos haciendo ahora- aclaró Alda.

–  Ya ¿ Y qué  tiene “eso” de extraño ? Todos los días lo hacemos – declaró Iván sin saber con certeza  a qué apuntaba su amiga.

– De acuerdo, es algo muy corriente  y no lo notamos, es distinto tenerlo presente a saber lo  importante que es. Por ejemplo, mis padres hablan y cuentan lo qué les pasó en el trabajo, de los gastos de la casa y las compras, pero quedo fuera de su conversación, entiendes?

– Ah. Lo mismo hacen mis hermanos. Hablan y hablan, con palabras muy groseras a veces Y si a veces intento seguir lo que dicen, luego me aburren y me aparto.

letras3

Los dos muchachos callaron. Alda de 9 años e Iván de 8 disponían ambos de aparatos con juegos de consolas con que distraían sus horas. También en sus casas había computador. Sin embargo, les agradaba mucho más estar juntos y en cuanto uno se cansaba de apretar las teclas de su máquina, llamaba al otro con sus poderes telepáticos, lo que ocurría puntualmente a las 3 de la tarde, por eso  Alda no atribuía gran valor a sus poderes de invocación mental.  Las menos de las veces era Iván quien iba a golpear la puerta de la casa de Alda, quien la mayoría de las ocasiones llamaba a su amigo desde la vereda con voz  estridente y una entonación muy particular en la cual alargaba la “a”  reacentuándola :

–  ¡Ivaaaaán¡ !Iván¡

El sonido – llamémoslo así – de Alda  tenía el poder- éste sí verdadero – de atravesar toda estructura material, pasar sobre cuerpos y objetos para incrustarse en los tímpanos con su reverberante señal, incluso entre muchos otros sonidos era bien distinguible como el grito de su madre cuando la llamaba: Aldáaaa, Aldáaa ¡A comer!

El juego del diccionario les dio a ambos variadas satisfacciones. Abrían el libro y  dejaban correr las hojas presionadas por el pulgar hasta que de los dos uno decía ¡stop! o ¡alto¡  Esta detención caía en letras como la M:

–  Veamos… Mamerto: adjetivo. En Ecuador apocado, tonto.

–  Ah, qué mamerto es tú hermano- jajajá y entre risas avanzaban por mamífero, mamotreto y llegaban a mamut.

Algunas elecciones no las encontraban interesantes como rumano, rumba, rumbo.

Cuando Alda era quien hacía correr las hojas, Iván se fijaba bien en controlar el movimiento del pulgar porque había descubierto más o menos con cierto cálculo el lugar de la Jota, específicamente la página donde decía “jugar” y como ya estaba marcada de tantas detenciones ¡sorpresa! ¡Magia!  Al decir stop la página abierta era la de juego. Entonces olvidaban el diccionario y se dedicaban a sus entretenciones preferidas.

Tras varias semanas habían pasado por la O, la P, la N, F, G, D, E, T, S, R varias veces  abriéndose un sentido amplio de posibilidades con la A, C, U, I, L, Y,  Q.  El diccionario de tanto ajetreo y uso perdió su forma recta y estaba levantado en una especie de curva, sucio por el constante rozar del pulgar embadurnado de azúcar, chocolate, polvo, agua y otras materias difíciles de adivinar que se fijaban en las márgenes y cantos de las estropeadas páginas blancas.

El día que las palabras se terminaron fue extraño. Alda le comentó a Iván que se iba de vacaciones en verano y que tal vez no regresaría porque su familia se mudaba a otro barrio, a su nuevo hogar, propio, según decía su madre, muy orgullosa.

HOJAS1

La despedida fue una no-despedida. Jugaron como siempre y por última vez en el cuarto de Alda a los gestos de adivinar animales y personajes del barrio. Rieron, cantaron, charlaron, bailaron incluso, ajenos al trasiego del traslado. Un gran camión cerrado fue llenado con muebles por unos hombres fuertes de palabras secas. Los enseres de la familia de Alda eran pocos.

– Chao. No veremos por “feis” – le dijo Alda a Iván bien poco convencida.

– Sí, quizá, pero ¡es fome! Prefiero lo que…bueno, ya sabes, estar juntos. Es más bacán- se sinceró Iván mostrando disconformidad con el alejamiento.

– Ojalá tus hermanos cambien – contestó Alda en una frase que le sonó a consolación.

Iván respondió con un “hum“ bien corto y callado, profundo, casi suspiro y se fue a jugar a la pelota con otros niños de la calle. Los días siguientes extrañaría de veras el grito estridente de su amiga llamándolo por su nombre.

Alda comenzó a empacar sus juguetes y pertenencias. Al tomar el diccionario no se atrevió siquiera a mirarlo, simplemente lo echó a la caja. Días después, en su nuevo hogar, lo abriría con desgano para dejarlo abierto en la letra H, en una página sin historia. El libro pasó así muchos días solitario, semanas, meses.

Otro diccionario reluciente de nuevo, vino a ocupar el lugar del viejo deshojado y maltrecho.

No, las palabras no se habían acabado, aparecieron otras nuevas, pero algunas quedaron sin usarse del modo como Iván y Alda las vivieron porque,a fin de cuentas, el significado de la amistad es amplio, pero en cada caso es muy, muy singular y único.

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