Parece existir cierta preocupación por el distanciamiento que están viviendo los partidos políticos, tanto en el pacto de gobierno como en el de la oposición, y más de alguno saca cuentas alegres pensando que el rival verá disminuido su caudal electoral y probablemente podría engrosar el propio, en una apuesta sobre las eventuales divisiones y nuevos realineamientos de las distintas corrientes políticas en el país.
Es posible que el pronóstico sea completamente errado, en la medida que se supone que las odiosidades entre unos y otros sean equivalentes a odios que hagan imposible la convivencia, pero ambos conceptos -aunque parecidos- son diferentes así como lo son sus efectos . Las odiosidades son momentáneas y sin duda alimentan el odio pero no lo garantizan. Nunca se perdonan del todo y van minando las confianzas, pero en el sistema político que tenemos es mucho mayor la presión a favor de la unidad de los pactos que el incentivo para el divorcio que representan las odiosidades.
Una cosa diferente son los personajes odiosos, que existen en todos los sectores pero que no son representantes de la institucionalidad de los partidos. Cada partido tiene una o varias de esas figuras que disfrutan entregando declaraciones dirigidas a la galería, sin ninguna responsabilidad por los desafíos políticos de cada momento y del largo plazo.
Al mismo tiempo existen otros actores que sí actúan con responsabilidad y hacen posibles los acuerdos. Lógicamente, son menos notorios porque son el escándalo y la agresión los que acaparan los titulares de la prensa y los consensos se logran al margen de cámaras y micrófonos. Los odiosos dialogan entre ellos y dañan el prestigio de la política, pero todos los demás consiguen que la actividad vaya resolviendo los problemas de cada momento.
Así como en algún momento los políticos se dividieron entre autoflagelantes y autocomplacientes, se podría aventurar que en estos días la clasificación se hace entre odiosos y amables. Se podría pedir a estos últimos mayor capacidad para controlar a los primeros así como una mayor voluntad para pensar el país en el largo plazo, pero aparentemente las tensiones del momento sólo permiten la labor de controlar los daños.
Por último, hay que considerar que, mientras exista el sistema electoral binominal resulta difícil pensar de manera responsable que puedan cambiar sustancialmente las alianzas actuales. Quizás por eso es que los cambios propuestos no son realmente de fondo, sino un simple alivio a las críticas ciudadanas.