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“Familia: Grupo de personas emparentadas entre si que viven juntas; conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje; número de criados de alguien aunque no vivan dentro de su casa”. (Diccionario RAE).

Familia es un concepto que como sociedad hemos exprimido hasta más no poder en busca de su mejor definición, ésa que nos represente como cuerpo colectivo. Cada sector la clasifica y acomoda a sus intereses buscando imponer su idea de qué es familia o qué debemos entender por tal. El conservadurismo ve en ella una especie de depósito de sus propios valores, los que deben ser transmitidos al resto del cuerpo social. Los sectores progresistas apoyan su diversidad de conformación y abogan por transformarla en un motor social, que impulse “desde dentro” los anhelados cambios que deben hacer de nuestro país un lugar más justo y más genuinamente producto de lo que el pueblo requiere como nación.

Ambos sectores ven la familia como un microcosmos de donde salir al mundo para conformar una vida en común con nuestros semejantes, siendo ese mismo universo consanguíneo o adoptado el que nos forma como seres individuales y sociales y nos prepara día a día para enfrentar las tareas del vivir y aportar a nuestro desarrollo personal y colectivo en cuanto a cuerpo social.

El teatro, como uno de los espejos privilegiados de nuestra sociedad, ha escenificado la historia de la familia en distintas etapas y conflictos desde la crudeza del reflejo genuino y sus implicancias más intimas, como si pusiéramos una lupa ante una imagen de nuestra humanidad para ver mejor, aunque nos duela, la verdad de este concepto tan lleno de definiciones y matices.

“Proyecto de vida” (último estreno de la temporada 2014 del Teatro de la Universidad Católica) es un nuevo intento de poner en escena todas la piezas del rompecabezas que conforma el paisaje de “lo familiar”. Esta vez, el foco está en un grupo humano perteneciente al sector llamado “socioeconómico alto” de nuestra sociedad. Carolina (Bárbara Ruiz-Tagle) está casada con Alberto (Cristián Carvajal) y viven junto a su único hijo Luis Alberto (Stephany Yissi) y la empleada doméstica (Carmen Disa Gutierrez) en lo que podría ser uno de los tantos condominios acomodados de Santiago o regiones.

Proyecto de vida 2 Foto de César Cortés
Proyecto de vida 2 Foto de César Cortés

La autora de la obra, Emilia Noguera Berger, pone el acento en la profunda disfuncionalidad de este grupo familiar, habitantes de un espacio que más que hogar parece un campo de batalla donde todos luchan contra todos.

El dueño de casa es un ser abusivo y déspota, que ha logrado llegar a un estatus económico de muy buen pasar y es el único proveedor del grupo, lo que lo hace querer llevar las riendas con espíritu dictatorial. Carolina es la arquetípica dueña de casa pequeño burguesa, hija dilecta de la educación más conservadora de la sociedad chilena, esa que forma mujeres destinadas a ser “la señora de” y no mucho más. Luis Alberto ya a su temprana edad sufre de sobrepeso y es medicado a diario para controlar lo que los especialistas definen como hiperactividad y que no es más que la somatización de una serie de conflictos de ansiedad. Completa el cuadro la empleada domestica, llamada eufemísticamente “nana”, un ser invisibilizado por los dueños de casa, a la que rara vez se nombra y sólo se acude cuando se le quiere ordenar algo.

El texto de Emilia Noguera, salido de su participación en el taller del Royal Court Theatre impartido en el Teatro U.C. en 2013, es lúcido y económico en términos de dramaturgia. En “Proyecto de vida”, la palabra es el camino por donde avanza la peripecia, el arma con la cual los personajes se enfrentan entre sí en una lucha de poder estéril de la que nada bueno puede salir. El hábitat de esta batalla es una amplia cocina, que más parece un búnker de paredes desnudas y concreto armado a la vista, un espacio sin terminar, frío e impersonal como sus habitantes, que se ubica en las antípodas del concepto de hogar.

“Proyecto de vida” desnuda las miserias de una sociedad arrojada sin piedad a los brazos del capitalismo más extremo, ese que parió una hija que denominamos “sociedad de consumo” y en dónde las pautas de vida las dicta “el mercado”. Esta familia funciona como el perfecto engranaje de un cuerpo social que mide sus logros de acuerdo a los metros cuadrados de su vivienda y a los kilómetros viajados al Caribe, que sabe mucho de moda y tendencias pero casi nada de cómo se cría de buena forma un hijo, quien durante la obra evidencia los signos ineludibles de repetir en el futuro las conductas de sus progenitores, lo que otorga al drama un tinte trágico de circulo vicioso e infernal.

Proyecto de vida 3 Foto de César Cortés
Proyecto de vida 3 Foto de César Cortés

La autora sitúa a sus personajes en dos bandos que se enfrentan o unen en base a su conveniencia inmediata. Por un lado están los padres, que imponen sus directrices; del otro, el niño y la empleada como dos seres sometidos a la voluntad de quienes les proveen lo “necesario” para vivir. Esta lucha, básicamente centrada en los problemas del niño, es el eje de tensión que hace avanzar la historia hacia un final sin moraleja que no redime a quienes pueblan la escena.

La dirección de Cristián Plana (“Partido”, “Comida Alemana”, “La Señorita Julia”, “Paso del Norte”, entre otras) se la juega por una lectura más política que emocional de la obra. Plana rescata el texto en una puesta en escena que sitúa la verbalidad teatral como eje dramático y otorga a los textos y silencios la cualidad de un proyectil. Lo que se dice y lo que se calla teje la red que atrapa al grupo familiar y lo empuja a su aciago destino.

En lo actoral, Plana opta por distanciarnos (para que veamos mejor el cuadro) mediante el recurso de ralentar o demorar las réplicas (respuestas) entre los personajes. Esto funciona en la medida en que no se abuse de este recurso y aquí se lo ocupa un poco en exceso; no obstante, el oficio de los actores logra, en varios momentos, entregar los necesarios relieves, matices y cambios de ritmo para que la acción no se sienta monótona y la tensión propia de cada situación se mantenga.

El diseño (Francisca Lazo), el vestuario (Cesar Erazo) y la iluminación (Juan Carlos Araya) juegan su rol en perfecta concordancia con el ambiente a retratar, entregan un espacio frío, impersonal y duro, y el sonido (Marco Díaz) resulta de gran apoyo en la creación de las atmósferas que la obra requiere.

“Proyecto de vida” es, en general, un logrado trabajo que habla del actual estado en una importante porción de nuestra sociedad, que es la que lleva las riendas del poder hoy en día. Es una obra que habla de violencia soterrada y explicita, y de prejuicios, males que arrastran a cualquier cuerpo social a la debacle. Aborda, asimismo, el maltrato y el abuso de poder, la guinda de la torta de una sociedad enferma en muchos de sus aspectos y que es necesario cambiar desde lo íntimo. Y tampoco deja de comentar las frustraciones de cada personaje, esas mismas que sirven de caldo de cultivo a las conductas deshumanizadas que a diario presenciamos a nuestro alrededor.

Sitiocero Cultura

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