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El año 1978 comenzó para mí con un alza feroz de la bilirrubina que me tiró a la cama enferma de hepatitis, por un mes, en la mitad de ese caluroso febrero. Tenía 17 años y muchas ganas de ir a la playa. En lugar de aquello, tenía que “reposar”. No me quedó más que empezar a leer. Me lo leí todo, lo que había en mi casa y lo que me traía mi amigo Carlos de su biblioteca personal. Él se sentaba a una discreta distancia, para no contagiarse, y leíamos cada uno lo suyo. Fue un largo verano de lecturas diversas, muy diversas.

Todo indica que fueron esas lecturas las que me hicieron tener una percepción diferente de las cosas. Había tantos mundos que yo no conocía y que, ahora lo sé, se desenvolvían en paralelo al mío. Volvimos a clases y yo no podía dejar de pensar que todo era un poco falso, que allá afuera había una realidad potente, aunque no tenía ninguna certeza ni información.

Vivir en Chile, en 1978, era estar en un montón de países. En las conversaciones cotidianas del país en el que yo vivía, por ejemplo, nadie hablaba de derechos humanos. Pero un día de noviembre fui al centro de Santiago y vi un enorme lienzo frente a la Catedral que decía: “Todo hombre tiene derecho a ser persona”. En mi cabeza adolescente la frase retumbó y nunca más me abandonó. ¿Qué era eso? ¿Qué mundo se escondía detrás de aquellas palabras?

todo hombre...

Nadie supo explicármelo, en mi casa comentaron que era un encuentro internacional de la Iglesia Católica. Punto. En mi colegio, nada. Varios años después entendería que se trataba del Simposio Internacional de los Derechos Humanos, un espacio que la Iglesia había conseguido arrebatar a la dictadura para reunir a importantes delegaciones de países y denunciar los atropellos que estaban ocurriendo en Chile. El encuentro era un hito o, mejor dicho, un grito, un grito ahogado en el medio de la Plaza de Armas de Santiago.

El otro país, mientras tanto y también en noviembre 1978, comenzaba a vibrar con la primera Teletón. “Logremos el milagro”, decía don Francisco por la televisión y conseguía que todos los medios de comunicación oficial se unieran. Todo Chile se conmovía para juntar un poco más de 35 millones de pesos. Eran las 27 horas de amor.

A mí, tanto amor no me convencía. Intuía que algo no andaba bien. En marzo, siempre de 1978, Pinochet había puesto fin al Estado de sitio, lo que terminaba con el toque de queda. Lo anterior no duró demasiado y volvió a reponerse entre las 2 y las 5 de la madrugada, hasta 1987.

El mismo año de la primera Teletón se dictó la Ley de Amnistía. En abril y a través del Decreto Ley 2.191, se exculpó a todas las personas que, “en calidad de autores, cómplices o encubridores hubieren incurrido en hechos delictuosos, entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978”.

La paz y las 27 horas de amor habían llegado. Mientras tanto, durante la realización del Simposio de Derechos Humanos, se conocía un hallazgo desolador. Así me lo contó el sacerdote Alfonso Baeza: “…estábamos en el encuentro y nos llaman con urgencia a una reunión en la Vicaría de la Solidaridad. El Vicario, Cristián Precht, tenía sobre su escritorio una cajita. La abrió y en ella se distinguían restos de huesos. Eran humanos y los habían encontrado en unos hornos de cal, en Lonquén. Eran algunos de los huesos de 15 campesinos, todos varones entre 17 y 51 años, detenidos por Carabineros en 1973. Nos miramos y Precht nos preguntó, ¿qué hacemos?”.

Eso fue el 30 de noviembre de 1978.

Luego vino la primera Teletón, 8 y 9 de diciembre. Tanto amor, como ya dije, me agotaba. Intuía, ahora lo sé, que algo no estaba bien. Pero en ese minuto, no dejó de ser divertido que los televisores de las casas estuvieran encendidos en la madrugada y las familias se desvelaran para ver cómo se avanzaba hacia la meta. Por mi parte, no lo pasé mal. Mi amigo Carlos pudo quedarse hasta más tarde y leímos, sentados siempre a una discreta distancia, unos cuentos increíbles de Edgar Allan Poe.

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2 Comentarios sobre “Teletón en Chile: 1978 o las primeras 27 horas de amor

  1. Excelente relato sobre aquellos “Mundos Opuestos” (inspiración para reality del mismo nombre?).

    Tuve la experiencia de vivir aquellos dos mundos y como muchos adolescentes de esa época, vivir con gran dolor la desaparición y exilio de vecinos, amigos y familiares.

    Finalmente, ya como adulto, y como la vida de vueltas, tuve la oportunidad de participar en Teletón, descubriendo lamentablemente, que aunque se cumple con la meta, para todos los supuestos colaboradores, esto es un mero lavado de imagen.

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