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En el cambo del arte y la expresión artística, ha pervivido un debate y una discusión dialéctica, si estas son una manifestación estética o en su defecto, una manifestación política.

En el primer caso, el arte es la búsqueda inefable de la belleza, porque la belleza tiene misterio. El ser de esa forma, se busca a sí mismo, a través de las metáforas. Y las metáforas son interpretaciones de la creación del mundo, que se nos deviene y manifiesta a través del espíritu. En este caso, el artista es un sacerdote del espíritu que busca el significado de las cosas,  aun sabiendo que las cosas difíciles son de conocer en su totalidad.

Eduardo Anguita, poeta chileno, sentencia: “Sólo el hombre disfruta de esa privilegiada y dramática situación que le permite ver y criticar su propia condición desmedrada. Pero lo igual no critica a lo igual. Lo cual nos prueba claramente la naturaleza de la potencia que le socorre: algo que le asiste pero no le pertenece: algo extraño a él superior y que lo trasciende: el soplo de lo Absoluto; en una palabra: el Espíritu, tal y como se le describe en las Sagradas Escrituras.”

He ahí la belleza. Rainer María Rilke, cuando le escribe a su joven poeta le dice: “Busque lo profundo de las cosas”. El arte es un vehículo de redención, de búsqueda de la libertad personal, por qué no de la humanidad. Nuestra especie está destinada a alcanzar la iluminación y el arte, pareciera ser un mecanismo dinámico, progresivo e individual de vía hacia esa iluminación, en un sentido de complementariedad a la religión y la filosofía o sino una vía alternativa para quienes abandonen lo monacal.

Por otro lado, tenemos el arte como herramienta libertaria, una palanca para la generación de la transformación social. El hombre y la mujer, reconociendo su histórico rol inserto en los mecanismos de poder, adquiere conciencia de su inmanencia ligada a la sujeción política, y a través del arte, como si fuera este un grito silencioso, o busca destruir la estructura para fundar una nueva o siembra el germen de la transformación, ambas a través del influjo de la clase dirigente y aún, a la clase trabajadora. Porque el artista sabe que su manifestación creativa puede llegar a todas las esferas sociales. Siendo bufón o siendo conspirador, he ahí el artista, manifestándose.

Pablo de Rokha, poeta chileno, en su poema “Estética”, nos dice: “Seguramente, arden grandes mares rojos, y un sol de piedra, negro, por ejemplo, hincha la soledad astronómica con su enorme fruto duro, tal vez la tierra es un gran cristal triangular, otra vida y otro tiempo gravitan; crecen, demuestran su presencia, atornillados a la arquitectura que canta su orden inaudito.” Aquí de Rokha realiza una descripción enfadada del mundo, primer paso para toda declaración política.

Vladimir Mayakovski, poeta y dramaturgo ruso, quien fuera el iniciador del futurismo ruso en los albores de la revolución proletaria, diría en un poema: “Somos parejos. Compañeros, dentro de la masa obreras./ Proletarios de cuerpo o alma. / Sólo juntos hermosearemos el mundo / y lo impulsaremos con himnos.” No solo es un vehículo de generación de una conciencia política determinada, sino más bien, un himno, una arenga, porque pareciera que Mayakovski piensa que el escritorio y la trinchera son complementarios.

Lo mismo se lee del Manifiesto Futurista de Filippo Tommaso Marinetti “No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La pintura ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre.”

Víctor Jara, es el clímax del artista que tiene la certeza que la manifestación creativa no es la búsqueda de la belleza sino la manifestación estética de la lucha política, que a través de la consecución de los objetivos de poder, la belleza puede ser alcanzada. Sus versos a Ho Chi Minh son expresión de ello: “nuestra canción / es fuego de puro amor, / es palomo palomar / olivo de olivar/ es el canto universal/ cadena que hará triunfar, / el derecho de vivir en paz.”

No obstante a ellos, el filósofo Byung-Chul Han, nos advierte lo siguiente: “Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria global. Por el contrario, la soledad del autoempleado aislado, separado, constituye el modo de producción presente. (…) La competencia total conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados.” En base a eso, ¿Cuál es el papel del artista? ¿Qué rol tiene la manifestación artística, la creación y el modelamiento cultural? ¿Cómo puede el artista sobrevivir ante el sistema de las mercancías múltiples sin desnaturalizar su arte? ¿Cómo manifestarse en oposición al orden cuando parece no haber resistencia organizada al actual modelo?

El artista debe abandonar toda pretensión burguesa. Esa pretensión burguesa no es nada más que la de la comodidad intelectual, el confort del materialismo que se nos ofrece, y el mercado de valores que se nos vende. El artista lo debe abandonar a través del cuestionamiento de los paradigmas, a través de la construcción de nuevos planteamientos estéticos, destruyendo la belleza, reinventando la fealdad. El artista entonces debe ser un provocador, un rebelde, pero renunciando a toda iniciativa iluminista ¿Qué se cree el artista en pretender encauzar al pueblo? ¿Es el artista un enviado de Dios o a lo sumo un intérprete de los designios divinos? ¡No!, es un intérprete de la manifestación de los individuos en comunidad. A través de él habla la Historia, canta el presente con todas sus complejidades, y a través de su arte, se muestran las contradicciones materiales y espirituales que vive el ser humano.

El Arte es Política. Solo a través de esa manera, es que la belleza se manifiesta. La belleza está silenciada y escondida porque es parte de los mecanismos de poder. Quizás la verdadera belleza es lo que consideramos como  “la fealdad”, “la locura” y “la rebeldía”. He ahí la estética del pueblo que no vemos y el arte es un vehículo de su liberación.

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