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Esa mañana del 7 de enero, entre millones de parisinos se levantaron a trabajar 12 personas. Dos tenían como misión proteger la vida de otros. Los otros, diez, trabajaban en Charlie Hebdo, una revista de sátira de actualidad. Como todos los miércoles se reunieron a conversar del mundo, especialmente de la política, de las religiones, de los conservadores, de los poderosos y en general de los que se toman demasiado en serio a sí mismos pero toman demasiado en broma a los demás. Se reían, discutían, se burlaban, conversaban, fumaban, hacían chistes, tomaban café; más tarde a través de sus dibujos y sus textos, compondrían una mirada de la actualidad satírica e irreverente. Esas 12 personas fueron asesinadas por hacer sus trabajos, unos proteger la vida de otros, otros por hacer humor.

Más allá de que a uno le guste o no,  o de que considere de buen o mal gusto el humor de Charlie Hebdo, la sátira es un género que tiene sus propias reglas, sus propios códigos, con límites y licencias que crean un mundo que no está hecho para ser tomado en serio. En Chile, por ejemplo en el campo del humor televisivo, Stefan Kramer o Eduardo Caroe, expresan cosas que los panelistas de Estado Nacional o Tolerancia Cero jamás podrían decir, porque pertenecen a formatos diferentes. Si algún panelista dijera en sus comentarios las mismas palabras de alguno de los humoristas mencionados podría sonar impertinente y ofensivo, no solo porque le faltara gracia o no tuviera “ángel” sino porque la comunidad no le ha otorgado el derecho a ejercer ese arte. La sociedad administra ese derecho con mucho cuidado, todavía más si se trata de medios impresos, son muy pocos los que logran instalarse en el universo de la sátira. En el caso de Francia, por ejemplo, los dibujantes de Charlie Hebdo ocupaban ese lugar desde hace 40 años, eran una institución del humor reconocida no solo en Francia, sino en gran parte del mundo.

   Portadas de actualidad politica francesa
Portadas de actualidad politica francesa

El humor y la sátira crean imaginarios paralelos  que a menudo nos recuerdan que hay otras miradas, no solo otros argumentos. Nos invitan a que nos miremos en un espejo que no refleja lo que somos o son, pero donde nos o los reconocemos en ciertos trazos. Ese giro nos confirma que vivimos en una realidad “inventada”,  que hay otras perspectivas, que no hay una verdad única. Para los totalitarios esto es inaceptable.

Para los fanáticos nada es más peligroso que un medio o lenguaje que niegue que su realidad es “LA” única. Ellos fundan su estructura de poder en la imposición y control de la verdad única que todos deben acatar; mientras haya un chiste dando vuelta la realidad única está amenazada, es como un pequeño agujero en una represa.

Todos tenemos una cierta tendencia a pensar que nuestra realidad es única, que tenemos la razón, que las cosas “son” de una determinada manera (la nuestra), pero gracias a nuestra capacidad de amar y de reírnos establecemos una cierta distancia con esas creencia y nos acercamos a lo humano, construimos un mundo más amplio donde caben otros que puedan tener otras visiones o creencias. Los fanáticos en cambio se funden con la realidad mental y conceptual que han imaginado en sus mentes totalitarias, petrificándose y deshumanizándose, en un mundo imaginario único donde no caben matices ni ambigüedades.

 

Dios no existe. ¡SÍ!
Dios no existe. ¡SÍ!

Si no se puede pensar incluyendo a las personas, es mejor no pensar.

En París, esa misma mañana del 7 de enero, se levantaron dos hombres que habían vivido entre orfanatos, correccionales y cárceles dispuestos a ejecutar la sentencia de un Imam que tomando té a la menta en una mezquita en Tanzania, Siria o Irak había condenado a muerte a varios “enemigos” cuyas palabras o imágenes le habían parecido ofensas o insultos a sus creencias y a él mismo. En acuerdo con su Dios (demás está decir que “el único”), el Imam incluyó los nombres de los caricaturistas de Charlie Hebdo en su lista de sentenciados. Los dos ejecutores escucharon el mensaje, se prepararon, asesinaron y huyeron, como quién roba un banco o asalta una joyería.

Como los huracanes o lo terremotos, los atentados terroristas generan traumas emocionales profundos en las sociedades que los sufren, un antes y un después difícil de superar. Sobre esa fragilidad emocional que por algún tiempo nubla la inteligencia se pueden instalar ingenua o maquiavélicamente las versiones y explicaciones más descabelladas  (¿Recuerdan la mentira  de las armas de destrucción masiva con que Bush justificó la invasión a Irak?)

Luego de la ejecución de los periodistas de Charlie Hebdo he leído “perlas de sabiduría” como: 1 “Es culpa de Francia porque dejó entrar el Islam y que construyeran sus mezquitas e incluso les creó un Instituto del Mundo Árabe.” 2 “Es culpa de Francia porque no acepta la diversidad y promueve la Islamofobia.” 3 “Es culpa de las potencias occidentales y la imposición de su modelo de desarrollo a quien no lo quiere.” 4 “Es culpa de la políticas de inmigración laxas, no estamos hechos para vivir juntos.”… Y alrededor de ese cuadrante de “sabiduría” variados matices y profundidades históricas, culturales, geográficas, religiosas, culturales. Súbitamente, en Chile y el mundo, las redes sociales se transformaron en un gran bazar de especialistas en Francia, el Islam y las civilizaciones y religiones comparadas.

Mahoma se lamenta de ser amado por idiotas.
Mahoma se lamenta de ser amado por idiotas.

Siguiendo la misma lógica de los grandes medios de comunicación, y sobre todo de los gobiernos en situaciones de guerra, las discusiones y explicaciones ciudadanas banalizan la muerte transformándola en un concepto en un campo de batalla ideológica. Las víctimas se transforman en “daños colaterales” de proceso históricos mucho más “profundos”, en rehenes de una guerra de palabras, como si las víctimas también fueran imaginarias y flotaran en los pliegues del pensamiento.

Esa amalgama de conceptos deshumanizados potenciado por la fragilidad emocional colectiva es la victoria de los fundamentalistas, pues constituye un territorio fértil para que emerjan los fanatismos religiosos, étnicos, políticos, económicos. El ataque terrorista logra irradiar y potenciar su condición básica de existencia: la creencia en su propia realidad única a la que todos los seres humanos deben adaptarse.

La mayor victoria del terrorista fanático es instalar el dolor, el miedo y la rabia, eliminar la conversación y los matices, establecer la línea divisoria desde su verdad única, obligar a las personas a tomar partido en su guerra.

Nuestra victoria es preservar la risa y el amor, fundamentos de lo humano que nos libran de las entelequias ideologizadas del pensamiento totalitario.

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VIÑETA-JeSuisCharlie

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3 Comentarios sobre “El humor es más fuerte que el odio

  1. Mauricio he leído con mucha atención y deleite tu artículo, te confieso que hasta antes de leerlo intentaba encontrar esa mirada que me llevara a ubicar mi opinión más allá del merecido repudio o condena a un acto como ese. trataba de encontrar y entender esa línea delgada entre el derecho a la expresión a través de la sátira y el sentimiento de ofensa que argumentaron los que perpetraron el hecho.
    Tu artículo me brindó una perspectiva sociológica que me permite ver que la construcción de murallas que nos separa se hace cada vez más visible por el radicalismo venga de donde venga.
    EXCELENTE!

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