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“La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse”

Roger Martin du Gard

 

Siempre he tenido una obsesión por entender cómo funciona la memoria y el olvido en la mente humana. Principalmente, porque en mi caso particular tengo pésima memoria, y esa característica me ha marcado desde que…bueno, desde que puedo recordarlo.

Y no tiene que ver con esa memoria “a corto plazo”, sino con los recuerdos más profundos sobre temas, lugares, personas y momentos que aparecen borrosos en mis archivos mentales. Incluso algunas cosas que he estudiado con muchas ganas se me han olvidado, y cuando trato de conversar sobre algún tema del que yo había aprendido, no logro encontrar el argumento necesario –el dato específico, autor o cita en particular- para lograr explicar o fundamentar mis opiniones.

Muchas veces también me pasa que dudo de mis recuerdos, como si realmente no hubieran sido realidad o como si hubiese elementos que no calzan del todo en aquel recuerdo.

Leyendo sobre el tema para tratar de encontrar una explicación, me encontré con que los expertos hacen una distinción entre el olvido normal y el patológico (amnesia o Alzheimer), y que en el caso del olvido normal, hay ciertos estudios que indican que la llamada “curva del olvido” va creciendo con el tiempo, lo que indica que nuestra mente va perdiendo la capacidad de recordar y retener información.

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Según Hermann Ebingghaus, filósofo y psicólogo alemán, esta curva del olvido tiene relación con la intensidad del recuerdo, y se refiere a que olvidamos con mayor facilidad lo que memorizamos sin que tenga sentido para nosotros (esto me recuerda a la educación en Chile, que respalda en gran medida un sistema de aprendizaje repetitivo…memorizar en vez de aprender).

Por otra parte, independiente de la intensidad del recuerdo, está lo que Ebingghaus llamó “interferencia”, que se refiere (dicho en simple) a las capas de información superpuestas unas a otras, lo que haría más “borrosos” nuestros recuerdos, fenómeno al que llamó “decaimiento de la huella”.

Otros autores abordan el tema indicando que el olvido se debe a la dificultad de acceder a esas “huellas”, es decir, a la falta de herramientas para buscar en nuestras “bibliotecas mentales” aquella información que necesitamos.

Frente a esta problemática, hay expertos que le adjudican al lenguaje y la codificación que le damos a nuestra percepción del hecho, un rol fundamental en la construcción y mantención de la memoria. Lo que explican es que el proceso a través del cual la información memorizada se transforma en un dato real (o verbalizado), pasa por una serie de filtros de selección e interpretación de cada hecho, lo que provoca que ésta se vaya transformando, disminuyendo así la veracidad y certeza de aquella información.

Esto nos lleva a una nueva interrogante que dirige la reflexión hacia un siguiente nivel: ¿nuestros recuerdos son reales porque son un reflejo de un hecho o dato que <<fue>> o son una interpretación propia de lo que ese hecho o dato <<llegó a ser>> para nosotros, luego de pasar por nuestros propios filtros y codificaciones mentales? ¿Qué es lo “realmente real” de mi recuerdo?

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“…todas nuestras intuiciones no son más que una representación fenoménica. Permanece para nosotros absolutamente desconocido qué sean los objetos en sí, independientemente de toda esa receptividad de nuestra sensibilidad.”

Immanuel Kant. Crítica de la Razón pura.

 

Sin duda, estas divagaciones nos llevan a otra discusión sobre la representación simbólica de la realidad y, por lo tanto, la representación simbólica de lo que constituye nuestra memoria. La pregunta entonces es… ¿qué es lo “realmente real” de lo que vivimos, que después, se transforma en recuerdo?

Podríamos decir que no existen hechos o datos “puros” -así como no existe una única <<realidad real>> (muy Kant)- sino que lo que “existe” para nosotros es una interpretación de un hecho que se codifica, se filtra y digiere “a nuestra manera” para dar como resultado lo que para nosotros sería EL hecho en particular (o aquel momento, objeto o dato que se almacenó en mi memoria).

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Entonces, el recuerdo de una realidad vivida en el pasado estaría vinculado a nuestra capacidad de traer al presente aquella información que procesamos y codificamos en algún momento y que, con el paso del tiempo y las nuevas codificaciones superpuestas, se nos viene a la memoria como lo real, lo que para nosotros sucedió.

Es como una nueva construcción de un hecho (que nosotros codificamos como real),  y que se rescata de nuestra memoria, re-codificando su significado y con ello modificando su forma “real” a través del tiempo.

¿Cómo creer y confiar entonces en nuestra memoria, si esos recuerdos son datos que han pasado por varias capas de resignificación, en estados físicos y emocionales muy distintos, según el momento específico por el que estemos atravesando en nuestras vidas?

El giro que da este texto abre nuevas conversaciones pero no clarifica mi interrogante inicial sobre la capacidad -mayor o menor- de recordar. A mi parecer, tomó un curso distinto pero no menos interesante que el inicial, lo que, como siempre, nos invita a reflexionar y conversar.

 

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3 Comentarios sobre “Biblioteca mental: memoria y realidad real

  1. Gracias por este enfoque sobre un tema del que tanto se habla!! Historia y memoria , por un lado, memoria y literatura, por otra. Y , por cierto toda aquella memoria asociada al discurso amoroso, asunto del cual Roland Barthes escribió su ensayo tan leído.

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