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El otro día tomé un taxi para regresar a mi casa. Habíamos ido con mi hija, su pololo y su mamá a conocer el pub donde está trabajando mi hijo.

Después de que todos los demás bajaron del taxi y yo me quedé arriba, sentado al lado del taxista; comenzó la conversación que haría del viaje una de esas pequeñas vivencias que hacen que me guste tanto la ciudad.

En la radio sonaba música tropical, así que por ahí comenzó la conversación. Rafael, el taxista, me preguntó si conocía a Romeo Santos.  Como le respondí que no, me dijo, a manera de introducción, “sabe usted que este tipo cuando vino a cantar al Estadio Nacional, vendió todas las entradas en dos días. Se demoró menos en llenar el Estadio que Rod Stewart”.

Lo que canta es bachata, a mi me encanta dijo; lo que era evidente ya que todo el viaje habíamos venido escuchando esa música bailable, que hizo famosa Juan Luis Guerra y los 440.

Sabe, esta música es Dominicana, igual que mi pareja.

Mire yo soy un tipo de 60 años, taxista, soltero, así que tengo mis historias, pero ninguna como la que me ocurrió hace poco más de una año.

Un día yo venía bajando desde Las Condes, creo que me dijo por Cuarto Centenario, desocupado, cuando en una esquina, veo cruzar a una mujer que me dejó con la boca abierta. Era tan bonita, morena y jovencita, que me quedé pasmado. La seguí con la mirada. Ella ni siquiera me miró cuando le hice señas para ver si quería que la llevara.

A pesar de que dio la verde, seguí detenido, esperando a ver qué hacía. Ella caminó unos metros y se sentó en el paradero a esperar micro. Yo estaba decidido a hablar con ella, así que puse las luces de estacionamiento, y me baje del taxi. Caminé hacia ella y le dije “señorita, yo a usted la llevo gratis a cualquier parte”. Ella se sonrió y me dijo “no muchas gracias”. Pero yo no desistí,  me senté junto a ella y seguí insistiendo, “de verdad, dígame donde va y yo la llevo gratis”. Fui tan convincente que después de unos minutos de conversación me dijo “bueno como veo que usted es una persona tan amable y correcta, voy a aceptar su ofrecimiento, voy al Barrio Brasil, a casa de una amiga”.

No sabe lo feliz que me puse al escuchar ese primer sí.

Una vez en el auto, comenzamos a conversar. Yo empecé preguntándole de dónde era. Ella me contó que de República Dominicana, que tenía 31 años y dos hijos. Que como en su país eran tan bajo los sueldos, había emigrado hacía dos años a Chile; dejando a sus hijos pequeños al cuidado de su madre.

En Santiago ella trabajaba cuidando a una señora mayor, con quien vivía de lunes a viernes. Los fines de semana, se iba a casa de su amiga.

La conversación fue tan fluida que el tiempo se les pasó volando. Cuando se acercaban ya a su destino, Rafael empezó a ponerse nervioso. No sabía qué hacer, no se atrevía a pedirle el teléfono, porque pensaba, ella es joven y bonita y yo soy un viejo de sesenta años, ella no me va a pescar.

Una vez que ella se despide agradecida y se prepara para bajar del auto, a Rafael le baja la inspiración y le dice “señorita, a mi me encantaría invitarla a bailar bachata, pero no sé hacerlo”. Ella se dio vueltas y le dijo “como usted ha sido tan amable conmigo, yo le voy a enseñar a bailar Bachata”.

Sabe, me dijo, yo pensaba que esto nunca me iba a pasar. Soy feliz como nunca antes lo había sido. Soy separado, tengo mis hijos. Vivo con una hermana, lo pasaba bien antes; pero ahora soy inmensamente feliz.

Llevamos más de un año juntos, ella sigue trabajando con la señora y yo en mi taxi. Tenemos un departamento para nosotros dos. Mis hijos la adoran. Yo la ayudé para que instalara unas cámaras en la casa de su mamá en República Dominicana, así que todas las mañanas despierta a sus hijos para que vayan al colegio. Ahora salió de vacaciones así es que estará con ellos durante un mes.

Ella es alegre, me cocina puras cosas ricas, de su tierra. Salimos a bailar. Sabe, ahora que probé el chocolate, le juro que nunca más me meto con una Chilena, dijo sonriendo.

Después de unos minutos en silencio, cambió su expresión alegre a una más seria y dice: pero sabe, yo nunca me había dado cuenta como son los Chilenos. Cuando salimos juntos a la calle, me gritan cosas. Le dicen cosas a ella, a veces muy groseras. No les importa que este acompañada. El otro día no más, habíamos salido a comprar en el barrio, y de repente pasa un tipo, en un medio auto; se veía muy decente. Cuando nos vio, se acercó, detuvo el auto al lado nuestro, bajo el vidrio y se puso a decirle cosas a ella, en mi cara. Me da mucha indignación cómo se comportan los hombres aquí, cuando ven a una mujer morena.

Esos son los únicos momentos desagradables que paso cuando estamos juntos; sin embargo cuando eso ocurre, ella me mira sonriendo y me dice “no se preocupe mi amor, no se olvide que es con usted, con quien yo duermo”.  Ahí se me pasa al tiro toda la rabia.

No sé cuantos días hacía que Rafael estaba sin su novia Dominicana, pero se notaba que la estaba echando mucho de menos.

Sin darme cuenta llegamos a mi edificio. Le agradecí que hubiese compartido conmigo su linda historia de amor; pagué la carrera y me bajé sintiendo alegría de que Rafael y su negrita se hubiesen encontrado un día en ese paradero de micros.

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