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Mi padre y mi madre en la cama y nosotros con mi hermana también, hasta el perro, la tele en la pieza y el Festival, antes de eso recuerdo haber visto a Zegers en plena Unidad Popular, luego al parecer por los acontecimientos, y vaya qué acontecimientos, un salto hasta el 75′, con un histérico Roberto Viking Valdés que me causaba mucha risa. En fin, esta no es una seguidilla, año a año del certamen. Pero cómo olvidar en plena dictadura, en 1977 a Florcita Motuda y su “Brevemente… Gente (Del Espacio…)”, en un país donde usar el pelo largo o ropa de colores era disfrazarse y un delito (según el código gorila todo lo que oliera a vestirse distinto a camisa blanca y pantalón negro, era al menos sospechoso) y al año siguiente a Fernando Ubiergo con “El tiempo en las bastillas”. Un hippie después de Yakarta. De ahí para adelante no me acuerdo más. O no quiero acordarme. Los años 77′ y 78′ fueron ciertamente los más duros de esa tiranía sangrienta. Los de la guerra sucia (aunque todos fueron sucios) pero donde el pinochetismo cultural, (si es que la frase no es una paradoja) campeaba como chicha fresca o agria para muchos. Y ahí estaba el Festival, no tan rancio como la Teletón, pero enmascarando las cosas. Aunque a decir verdad, si bien las escondía, a la vez las mostraba, es que no podía ser absolutamente impermeable y por ello se le colaban los Motuda y los Ubiergo. La vida o lo que quedaba de ella, se metía igual. Nada que hacer. Los milicos con su rasquerío no entendían mucho, su pan y circo se convertía en fiesta de paracaidistas. Eso hasta un niño de 11 o 12 años, como yo, lo sabía. Y eso sí que me producía mucha más risa. Trataron por todos los medios de cooptar a Ubiergo y terminaron amenazando a toda su familia. Pero no se trata de dictaduras solamente. Hay un sector que se afirmó ahí en la concha acústica de Viña como lo haría un cafiche en el callejón de las putas más viejas. La cultura de los que miran a Miami y que no se fueron con sus tías. Se quedaron y trajeron a las tías, más encima. Si hay alguien siempre ausente en Viña es Mario Kreutzberger, y sin embargo es el verdadero director de orquesta y ese Vodanovic maqueteado y duro hasta para caminar fue siempre su acólito más fiel. Y aunque continuó metiéndose la vida, cómo olvidar a The Police, (yo los escuché en onda corta en la cordillera de lado argentino), la cosa cada año se puso más artrítica y al mismo tiempo chabacana. Ha sido evidente, tan evidente como las canas y la decadencia, si alguna vez tuvo auge, del ya retirado animador de cemento, ahora remplazado por uno igual a él pero más bajito y plásticamente caribeño. No importa el interregno del 91′, ese Festival de la tortilla light dada vuelta, con Javiera Parra, D’Kiruza, Miguel Mateos o Eduardo Gatti, incluidos Los Prisioneros. Y de regalo un grupo que no conocía nadie y que lo escucharon muy pocos y muy tarde, cuando hasta los basureros de Viña tenían que ir a acostarse, Faith No More. Y si antes venían baladistas de la música popular, los de la radio A.M, que hacían nata en el dial y en la  chilenidad cotidiana, eran de una calidad insuperable, desde Sandro y Raphael, o Leonardo Favio, pasando por Buddy Richard, Cecilia, e incluso hasta las más momias María Angélica Ramírez o Gloria Simonetti. O boleristas de antología como Armando Manzanero, Pedro Vargas y por qué no Luis Miguel. Pero ahora nos repetimos y se repiten cantantes que se hacen el pino y listo. Tipos sin voz o vejestorios que viene a morir como los elefantes, lentos y llorones y con el agregado Kreutzbergeriano en gloria y majestad, tomándose la Quinta y convirtiéndonos de posible antiguo San Remo en el Festival del “oye mami te azotaría el culo toda la noche, porque eres mía”. Yandel con o sin Wisin y el mismo Romeo Santos que se llama así, pero canta como Julieta, tienen menos registro que Manolo Otero, el españolísimo deficiente clon de Joe Dassin. Así ha sido esta historia y así muere no tan de a poco este Festival del mal gusto, guaripoleado por la alcaldesa de Viña del Mar, que está convencida que la única cultura musical y de entretención del pueblo chileno, o la impronta de nuestros sueños, es la que ella vive infantilmente con sus amigas o la que escucha en el living de su casa, y que ciertamente llega de la mano de El Flaco, el Indio y Leonardo Farkas, cubierta por la pobre o más bien dicho, supuesta poesía de Arjona y debajo de la sombra de un Rodin con frases de autoayuda, estilo Coelho, grabadas en una placa brillante. Mientras tanto, yo con la tele encendida en el Festival, pero sin audio, escucho en  mi computador  Tú o la sencillez de Matia Bazar, recordando pésimos tiempos, pero al menos sobrios, pues al parecer el pinochetismo cultural, (si es que la frase no es una paradoja) campea nuevamente y empeorado, como chicha fresca o agria para muchos.

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Alguien comentó sobre “Tú o la sencillez. Crónica quebrada de un Festival.

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