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En la década de 1960, Chile comenzó un proceso político que se caracterizó por la consecución de reformas estructurales, en respuesta a la creciente conciencia histórica de las clases populares que exigían no sólo la mejora de su calidad de vida, sino participar activamente en el poder democrático. Este proceso permitió la emergencia de figuras como Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic y Salvador Allende; pero que fue detenido violentamente por la contrarrevolución conservadora llevada a cabo por militares y civiles.

Esta contrarrevolución que desembocó en una feroz Dictadura que aplicó una política neoliberal de shock en los ámbitos económicos y sociales, forjaron ciudadanos despolitizados y desinformados que pervivieron todo los años 90 y gran parte de los 2000. Sin embargo, fueron esas décadas en los cuales se fue consolidando nuevas clases medias, que han permitido que los hijos de estos sectores sociales contribuyan al Chile que hoy presenciamos.

Un Chile donde estamos indignados. Un Chile donde el sueldo promedio de los chilenos en 2013 fue de $454.031 pero que el 1% de los chilenos es dueño del 30% de la riqueza, siendo nuestro país uno de los más desiguales. Nos molesta profundamente que una persona tenga que esperar meses en ser atendidos por un especialista médico, como también nos indigna que quienes tienen el poder para cambiar esa realidad se atienden en las mejores y lujosas Clínicas del país. Nos indigna que quienes están en contra de la gratuidad de la Educación llevan un par de postgrados a cuestas financiados por el Estado. Provoca enojo, que el Chileno, acostumbrado a cumplir pacientemente en su trabajo, vea como algunos se benefician de las influencias para enriquecerse impunemente y sin vergüenza.

En 2001, fuimos cientos de jóvenes secundarios que nos rebelamos ante la negligencia del Estado para con nuestros derechos de estudiantes, en lo que llamaron el “Mochilazo”. Primera manifestación masiva que colaboró simbólicamente para que en 2006, el “Pingüinazo”, permitiera remecer la modorra de la clase política, pero que dilataron tanto, que en 2011, con aún más intransigencia y fuerza, la movilización estudiantil de 2011 profiriera una derrota política al Gobierno.

Este fenómeno, no sólo es manifestación de la indignación, sino más bien, de la evolución de las clases medias con el objetivo de alcanzar nuevamente el poder democrático para proseguir la senda de las reformas estructurales. Actualmente, en este Gobierno, es primera vez desde hace 51 años que estamos discutiendo reformas que van desde lo fiscal hasta lo social. Es primera vez que se pretende a través de estas reformas que en su conjunto se alcance un mejor desarrollo humano de los chilenos, es decir un país más justo y más igualitario.

Pero no basta. Por la misma razón de que estamos en un ciclo histórico de conquistas sociales y políticas, es que la rabia y la indignación debe ser transformada en compromiso. Necesitamos ahora de comprometernos a actuar para conquistar los espacios de decisión. Necesitamos de una nueva generación de hombres y mujeres que al mismo tiempo que separa el dinero de la política, se la juega por una ambición colectiva y comunitaria antes que individual, tiene la convicción de una nueva ética social que tiene como finalidad la transformación del medio.

Quizás mis argumentos no son suficientes. Agrego entonces a que es tiempo de comprometerse: porque no estamos ni estaremos dispuestos a que exista una clase política que gobierne en cuatro paredes, que prefiera sentarse con el interés empresarial antes de los grupos sociales, o que piense la política pública desde un olimpo sin saber la realidad. No queremos más a aquellos que nos prohíben debatir ciertos temas, queremos conversarlo todo, sin miedos. No queremos que nos coloquen la Biblia como argumento, sino la razón humana. No queremos más sentirnos violados por el sistema, que nos están fregando la vida y que quienes nos Gobiernan ni se inmutan con eso.

Es este el momento histórico para involucrarse en los Partidos Políticos, en los Sindicatos y las organizaciones gremiales, con la misión de permitir que las clases medias asciendan al poder y con el fin de que pasemos del reformismo a la transformación de realidad. Esto es una garantía para ejercer nuestras libertades y defender no sólo la Democracia, sino la Historia.

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