Compartir

En este viaje interno que hacemos para conocer quiénes somos, hay un encuentro que es básico para restablecer el propio balance y comenzar a sanar los instintos. Ese encuentro es con la fea, mala y oscura que llevamos dentro.

Desde niñ@s nos acostumbramos (o más bien nos enseñan) a reprimir lo que sentimos, a no oírnos, a desplazar nuestras reales necesidades hasta el punto de desconectarnos de ellas y sumergirnos en las “necesidades de todos”, en las “necesidades del sistema”; integrando estereotipos, actuando desde el deber ser, amasando sueños de otros con nuestra propia vida, porque la promesa es que seremos reconocidos y queridos si lo hacemos bien.

Por supuesto nos vamos llenando de todo eso que no somos: ideas, proyectos, tipos de relación, creencias, gratificaciones y sueños. Y nos vamos alejando del contacto con todo lo que sí somos. Nuestros deseos y necesidades quedan atrapados en algún lugar del alma y del inconsciente.

Obviamente todo lo bueno y correcto es aquello que premia este sistema, por lo tanto cada vez que se asoma una idea o sentimiento distinto, es castigado con lo peor que le puede pasar a un ser humano: el desamor en todas sus formas (estrategia escalofriante y desgarradora de este modelo para seguir reproduciéndose y que lamentablemente todos hemos arraigado, alejándonos y cuestionando lo diferente).

La única posibilidad para el alma de sobrevivir a la muerte a la que está condenada en este modelo,  es encontrarse con esa “fea y mala” que quiere ser reconocida por lo que es. Esa fea es todo lo reprimido, lo no nacido, lo negado (eso que no es bonito para el sistema). Esa fea es todo lo que no dijimos o hicimos porque nos daba vergüenza, porque temíamos ser rechazados o juzgados. Esa fea es la herida por no ser que llevamos todos.

Esa fea que es también mala porque cuestiona todo, porque no se siente cómoda con la organización de la vida, porque está insatisfecha de las elecciones pobres que le han ofrecido; esa mala que no se quiere poner los trajes de “buena” porque sabe que allí no se encontrará nunca. Esa mala a la que han despojado de todo su poder al desconectarla de sus instintos y ya no ser capaz de gritar con el cuerpo y el corazón cuando algo anda mal.

Ambas, la fea y la mala sólo pueden encontrarse en la oscuridad, cuando nos rendimos a nosotras mismas, y tenemos el coraje de oírnos y vernos con honestidad. En la oscuridad nos transformamos, ese territorio femenino salvaje y puro, donde llegamos cada vez que nos entregamos a la alquimia de nuestra alma.

Ellas son las que nos salvan, a ellas las necesitamos más vivas que nunca, para rescatarnos a diario de tanto sinsentido, de tanta desconexión con nuestra naturaleza y energía femenina. Es como en los cuentos, la fea y la mala que llevamos dentro son de una belleza conmovedora, sólo esperan que el hechizo se rompa, y así ser descubiertas y acogidas con cariño por nosotras.

En ese abrazo amoroso de nuestra fea, mala y oscura nos devolvemos la vida.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *