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Soy un conjunto de emociones, las palabras se agolpan en mi lengua queriendo entrar por tu oído y penetrar en tu piel atenta a mi vibración. Somos un montón de vibraciones que interactúan, que se acercan y se dejan influir. Quiero que mis palabras te conmuevan, te emocionen y conmocionen. En ese conocernos dejamos fluir nuestra identidad entre ese tu y yo, soy y somos.

 

La identidad no es un armazón o una capa exterior que nos define sino que un conjunto de acciones y gestos que nos proyectan y develan frente al otro. Mi identidad soy yo y lo que tú ves-sientes- en nuestra interacción. Esa búsqueda permanente en definir la identidad es vacua si no observamos, escuchamos y sentimos a los otros, a nuestras comunidades cercanas y lejanas. En todos lados está habitando nuestra identidad la que emerge en cada relación, acción y gesto, en las filas del banco, en el mercado, en el mall, en el teatro, en las exposiciones, en la nueva tienda, en la micro, en el metro, en las redes sociales, también en ese pequeño café de la esquina y en ese sofisticado restorán a la orilla del río. En todas partes somos y estamos siendo.

La identidad no es una estructura rígida, ni se puede construir como estrategia de marketing porque requiere mucho más que 10 consejos o planificación a plazo fijo, necesita que la persona lo habite, lo viva en cada uno de sus gestos cotidianos, que sea y sienta de esa(s) forma(s). Cuando nuestras declaraciones, afirmaciones, opiniones y comentarios son distintos a lo que hacemos, crea ruido, desconfianza y aleja a las personas, es lo que ocurre con los políticos y con rostros públicos. No basta con decir lo que la gente quiere escuchar, nuestra forma de percibir no es sólo a través de los oídos, también percibimos la gestualidad, los movimientos corporales, las entonaciones y todo eso lo juntamos con la forma de actuar de la persona, con su historia y con todo eso formamos nuestra apreciación del otro, percibimos su identidad.

Nuestra identidad fluye en las interacciones, las redes sociales también son un espacio identitario que revela nuestros intereses, gustos y ritmos. La forma y emoción de nuestros comentarios, la cantidad de “likes”, lo que compartimos y las decisiones sobre cuánto y qué se hará público. Sin darnos cuenta, cada movimiento virtual va creando un tejido que punto a punto define una gran trama que nos expone y vincula a conversaciones. Nuestra identidad en entornos digitales colabora con la construcción de esa identidad, la complementa, enriquece, precisa y amplia.

Somos seres de percepción sensorial, emocional y concreta, sentimos y nos sienten. Nuestra identidad fluye en nuestra mirada, se escapa en las palabras y se entreteje con nuestras acciones, somos cuanto hacemos, decimos y sentimos. La identidad va cambiando con el paso del tiempo, cada experiencia nos transforma, la relación con otros nos influye y nosotros influimos en los otros. Tenemos el poder de modificar nuestras acciones, aquello que genera ruido o inconsistencia. Es la maravilla del ser humano, es el placer de crecer conscientes y estar atentos, tan sólo debemos habitar nuestros pensamientos y acciones y estaremos siendo nosotros con los otros. Somos, encarnamos y nos relacionamos en nuestra identidad.

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