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Estoy arreglando una canción de Nina Simone para poder tocarla en las reuniones de apoyo a los migrantes en Ginebra.
Pienso en una obra que quiero escribir sobre el masacre de las brujas europeas al final de la edad media.
En unos días me iré a Australia a recibir las memorias que mi abuelo chileno escribe desde hace 10 años.

Miro el otoño de acá, me imagino la primavera en las calles de Santiago.

Acerca de la identidad…creo que es un tema que nunca me planteé de manera frontal, aunque ha estado muy presente en la manera que tengo vivir entre continentes, siempre buscando como reunir lo imaginario con lo concreto, sea en la música, el teatro, la lucha, la extensa familia extra-sanguínea entre los fragmentos en los que me siento repartida.

En nuestra época, tanto en los medios de comunicación como en las artes, hay una obsesión por el tema de la identidad.

¿Será por la importancia que le damos al ser original, único, innovador, para tener un valor en esta sociedad competitiva?

¿Será para luchar contra la amnesia “borradora” del pasado, cegada en la carrera hacia adelante del ideal capitalista?

Me acuerdo de mi profe de filosofía, un ex-monje que me reventó la mente con la necesidad de buscar como estar en coherencia con el mundo. “aunque se queden sin dormir, aunque nunca encuentren respuestas eternas, tienen que seguir intentando.” teníamos 16 años. Una vez preguntó al curso: “¿dónde está situada nuestra identidad? una planta, por ejemplo, regenera la totalidad de sus células cada 3, 5, 10 años. Para un ser humano son 7. Entonces en nuestro cuerpo no está. Nuestra memoria parece ser un buen lugar, pero ¿qué pasa con una persona amnésica, o que pierde la memoria después de algún trauma? ¿Todavía es la misma persona?”

A la época, creo que habría dicho: “lo que viví es mi identidad”. Me gustaba pensar que yo era el resultado de todas las experiencias y los encuentros por los que había pasado desde que nací, y que mis posibilidades eran infinitas; que uno podía llegar a adaptarse a cualquier contexto/grupo social/cultura si se sumergía bastante tiempo con un mínimo de curiosidad.

Pero después hice mi primer gran viaje. Me fui a vivir a Chile por un año, y me enfrenté con muchas preguntas relacionadas con la identidad. Las sigo procesando hasta hoy, en cada viaje, en cada encuentro. Me di cuenta de que no se trataba de “adaptarse” en el sentido de “fundirse”. Eso era imposible, y tampoco era deseable. Lo que me pareció más interesante, y que me sigue apasionando, es cómo uno puede crear territorios comunes, puentes entre distintas maneras de concebir la vida. Estar en búsqueda constante de un lenguaje que atraviesa los códigos culturales, o que los utiliza para lograr conexiones. Ni siquiera hablo de comunicación.

Fotografía de un reciente viaje a Cuba con su grupo musical trio Tronboli; la segunda, de su regreso a Ginebra después de un largo viaje por Brasil, Bolivia, Perú y luego de su estadía en Chile durante un año.

Desde un punto de vista antropológico, el tema de la “identidad” emerge cuando aparece el concepto del “Otro” del que hay que diferenciarse.

Hoy en día en esta Europa decadente, no puedo escuchar la palabra “identidad” sin pensar en los movimientos populistas de extrema derecha que se comparan en violencia y éxito a movimientos de los años más oscuros del siglo pasado. El discurso que ocupa “la identidad” como bandera lo hace utilizando la perdida de raíces y del valor de las historias personales como enganche emocional para justificar la vuelta feroz de posiciones racistas, patriarcales y anti-sociales. Se crea el mito de “la identidad” como conjunto de valores supuestamente definidos, supuestamente olvidados, que aparentemente solían unir una nación.

No son más que una visión conservadora del mundo que considera al “Otro” como enemigo potencial del “Nosotros”. Un “Nosotros” obviamente construido por criterios que justifican el orden y la repartición del poder en manos de los que los definen. Porque está claro que una identidad cultural es algo orgánico que está siendo modelado constantemente por el grupo de gente que la compone. Y no al revés.

De repente pienso en mi profe de teatro, Philippe Gaulier, un viejo payaso anarquista, que nos decía: “su identidad en el escenario es su placer. El placer que tienen imitando a alguien, imaginando que son otra cosa, o cantando una canción. Compartiendo con el publico lo que gozan hacer y también sus debilidades, su fragilidad, su ridículo, su humanidad.”

Me gusta imaginar la identidad así, definida en vivo por lo que hacemos, más que por lo que somos. Lo que somos esta en movimiento, y es una sola parte de la ecuación. El resto lo escribimos en este espacio “posible” que queda entre la realidad y las herramientas que tenemos para forjarla.

 

Mía es hija de Michele Millner, actriz, cantante y directora de teatro nacida en Chile , y de Patrick Mohr, director de teatro frangosuizo. Vive en Ginebra y actúa desde los ocho años. Entre 2010 à 2012, estudió teatro en la Escuela de  Philippe Gaulier en París y en paralelo tomó clases de canto en la escuela Les Glottes Trotters. Actualmente canta y actúa con el trío Triomboli, con el contrabajista chileno Tomás Fernández, instalado en Ginebra desde 2012 y la percusionista ginebrina Aïda Diop.También ha creado un repertorio de música alpina con la comediante y cantante Vassiliki Papailiou. Entre 2015 y 2016 ha participado en diversos festivales de teatro en distintas ciudades chilenas, en Maule, Bìo Bìo y regiòn de la Araucanía.

 

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