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Recientemente, un reportaje nos recordó la indefensión que persiste: “¿Mi trabajo o mi hijo?”. La pregunta es terrible, y aunque existen empresas y empleadores con humanidad y acuerdos especiales con sus trabajadores, en tanto no exista #licenciaparacuidar como ley, muchos padres y madres se verán expuestos a realidades adversas e injustas.

Para cambiar esta historia, las familias se han agrupado en Sin licencia para cuidar, una organización que lleva años trabajando por conseguir la garantía de un fuero laboral parental  que nos permita cuidar de nuestros hijos si enferman gravemente.

Su vocera, durante mucho tiempo, fue Carol Alvo quien continúa con su voluntad intacta -y su hijo felizmente sano-, orientando a quienes lo necesiten. Junto a ella, haciendo historia, recordamos que los esfuerzos por contar con una legislación apropiada vienen del 2008, a lo menos.

Durante el primer gobierno de M. Bachelet, fueron desatendidos los requerimientos de los padres de #licenciaparacuidar. En el gobierno siguiente, de S. Piñera, la entonces ministra del trabajo, E. Matthei, se involucró en el proyecto, como luego se comprometería a hacerlo su sucesora Javiera Blanco durante este segundo gobierno de la Concertación/Nueva Mayoría. El proyecto se presentó el 2012, fue modificado, aprobado, enviado al Ejecutivo (si buscan en el sitio del Congreso, la última información es una noticia del 2014, y cuesta encontrar información actualizada sobre su tramitación). Esperar.

Si el proyecto de garantías integrales para la infancia anunciado, una vez más, para agosto –por el Ejecutivo y por el Presidente del Senado- se presenta con “urgencia” (no dársela, sería una omisión mayor), ésta debería inyectar premura a otras legislaciones de infancia por mucho demoradas. #Licenciaparacuidar es proritaria; la salud de los niños lo es.

Además de permanecer atentos e interpelando a nuestros parlamentarios –vía redes sociales, o email, pujando por la ley- también podemos ser activos en respaldar y difundir los esfuerzos de “Sin Licencia para Cuidar” y tantas otras fundaciones apostadas a cuidar a los hijos de todos. Es responsabilidad compartida.

Cuidado. Fotografía de Vera Kratochvil
Cuidado. Fotografía de Vera Kratochvil

Cuidado o abandono, ¿qué elegimos?

Nadie está libre. La vida es un regalo indescriptible, pero también enfrentamos la posibilidad de enfermar, de que nuestros hijos enfermen, de ser frágiles.

El cuidado es una responsabilidad ética, de especie, un derecho, y no obstante el desafío moral y material que conlleva su ejercicio, se amplifica en un país donde la salud continúa siendo un privilegio en tanto el dinero traza una división entre la esperanza de vida de unxs, y el abandono de otrxs a su suerte o a su muerte. ¿Quién vive, quién no? Detenerse un momento y sincerarnos. ¿Importan realmente TODOS los niños y niñas? Les preguntaría a nuestras autoridades, una a una.

Médicos oncólogos señalan que para Chile, un promedio anual de 700 niñxs con cáncer requeriría subsidiar 4700 meses de cuidado, por un valor de algo más de mil millones de pesos. ¿Y entonces?

No perder de vista al país que deseamos, necesita también de nuestros ojos abiertos frente al país que NO deseamos.

Hemos sumado años de “fraude sistémico” -como lo describe Humberto Maturana, y en los últimos meses, millones no sólo de pesos, sino de desvergüenza y decepción (casos Caval, Penta, Soquimich). Un dato sobre el que vale meditar: las 9 campañas presidenciales para 2014 sumaron gastos superiores a diez mil millones de pesos. De éstos, más de la mitad corresponden sólo a la Presidenta y su coalición. Cómo no sentir que es a lo menos incoherente, a la luz de estos números, que otras inversiones vitales y éticas, como en el cuidado infantil, sean postergadas.

Cuidar a nuestros hijos es una gran tarea, y más exige en condiciones desfavorables a la conciliación familia-trabajo, o en entornos donde se desvaloriza y cuestiona a mujeres y hombres que se ven obligados a optar o bien eligen –y es un privilegio de pocos- la parentalidad, desistiendo por otro lado de oportunidades de empleo y/o desarrollo de carrera (no es infrecuente escuchar calificativos como “flojas” en relación a las madres, y “mantenidos”, los padres).

La dificultad crece cuando debemos cuidar en situaciones extra-ordinarias. Ni dios quiera, decimos, y nos hacemos miniatura ante la magnitud de una experiencia como el cáncer.

Qué sería de nuestra familia, del trabajo y economía del hogar, la estabilidad del vínculo de pareja (y la propia resiliencia), la alegría, los juegos, los festejos que no pueden estar ausentes, qué pasaría con todo, si uno de nuestr@s hij@s requiriera cuidados especiales por un período prolongado, o si un accidente o enfermedad los exigiera de por vida. La devoción no es el dilema. Es nuestra para darla a manos llenas. Pero toda la devoción del mundo no basta sin otros pilares.

Lea la primera parte de La salud de los niños: Sostener y reparar la vida deVinka Jackson.

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