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Estás sentada en el escritorio mirando al techo, en apariencia, con las manos cruzadas tras la nuca respirando pausadamente. Alguien entra a tu oficina y te mira con cara de “¿Qué haces perdiendo el tiempo?”. Entonces te dan ganas de decirle alguna pachotada como “para crear hay que macerar” o “resulta que no hago salchichas”. Incluso piensas sacar del baúl de los recuerdos aquél episodio en que el director de cine Raúl Ruiz te retó diciendo muy respetuosamente “Cuando me paseo no es que no esté haciendo nada, sino que estoy pensando cómo resolver la próxima escena” y te quedaste GLUP trágame tierra (y en ese lugar había harta, porque era la locación más agreste que pudiera pensarse). Pero te contienes y asumes que no estás en Silicon Valley y que bendito el momento en que pensaste que las cosas serían distintas en este lugar de trabajo que parecía tan promisorio…

Vuelves al computador y recuerdas las ocasiones en que literalmente te caíste al suelo de la risa comentando tal o cual suceso con una compañera de trabajo, en una pausa de la edición de una revista. O esos encuentros “clandestinos” justo al medio de la Plaza Sotomayor para recibir un café cortado y volver corriendo a una reunión. Y así tantos otros momentos en que el tiempo tenía una dimensión distinta, medio nebulosa como las brumas del puerto o extensa e ilimitada, como un paisaje después de dos días de nevadas.

Todo eso piensas mientras lees una entrevista de la francesa Christine Cayol en Le Monde- filósofa de profesión que actualmente asesora a empresarios que invierten en China – en la cual habla de las diferencias en la concepción del tiempo en oriente y occidente.

En occidente, dice Cayol uno habla de hacer tiempo como si se tratara de un objeto que se echará de menos si se pierde con el consiguiente malestar.Y el futuro se ve casi siempre con un matiz apocalíptico lo cual nos hace sufrir.

Christine vive entre Beijing y París lo cual le permite experimentar dos formas distintas de asumir el tiempo. En China, uno aprende a “tardar” y a jugar con los momentos vacíos; es decir nada de “matar el tiempo” sino abrirse a recomponerlo o dejar espacio para lo inesperado.

Agrega que si bien todos tenemos los mismos relojes (orientales y occidentales) y vivimos de acuerdo a un patrón matemático similar para su división en horas, minutos y segundos, las pautas culturales son distintas al momento de tomar decisiones, según los países y culturas (distinguiendo la existencia de un tiempo de la cultura que se aplica a las representaciones simbólicas resultantes de un momento de profundización, sensible, deslumbrante, que no se condice con la sed de velocidad).

Explica que en China el tiempo se define en tres momentos que involucran los procesos de maduración, preparación y relación.

El tiempo de maduración tiene que ver con buscar el momento adecuado, aquél en que la fruta cae naturalmente del árbol. Aquí no es el calendario el que guía la acción sino las circunstancias que la hacen posible: no se trata de cultivar la lentitud sino la sensibilidad para ver cuando algo está maduro. (Nuestros abuelos lo decían así: “no por mucho madrugar amanece más temprano”. Actualmente, claro, aplica otro dicho: “El que pestañea pierde”).

El segundo punto, el de la preparación, tiene su origen- según Cayol- en las artes marciales o en la caligrafía, labor para la cual la disposición de los materiales es fundamental para que la tarea sea exitosa. Una cosa lleva a la otra. Eso explica por qué los chinos siempre llegan con antelación a una cita, señala, ya que así se preparan mental y espiritualmente para lo que viene. En la prisa, uno funciona pero no controla, señala.

Finalmente, debe considerarse el tiempo de la relación que habitualmente se sacrifica. Observa la exitosa entrenadora francesa que hoy ya no nos vinculamos con los otros en lo sensible y profundo sino que confundimos el relacionarse con el intercambio de información, mezclando los espacios personales con el quehacer profesional.

Del conejo a las magdalenas

playa_piedritasVuelves a estirarte y ahora alzas los brazos mientras meditas en aquello de “trabajar como chino” que va en la dirección contraria a lo que dice Christine Cayol o las informaciones que has escuchado acerca de las extenuantes jornadas en fábricas chinas, para producir las marcas que al otro lado del mundo serán compradas por consumidores dominados por la prisa.

Alguien pasa apurado en el pasillo y resuena en tu mente el reclamo del conejo de Alicia en el país de las maravillas. “Me voy, me voy, si me hablan ya no estoy. Me voy, me voy, se me ha hecho tarde hoy”. Entonces deseas salir del mundo de Lewis Carroll y entrar al de Cayol. Recuperar el sentido del tiempo de la gente simple de aquí y allá. Apropiarte del privilegio de quien puede esperar a que el fruto madure en el árbol. Buscar el tiempo perdido con olor a magdalenas, de Proust, y atesorarlo para luego desmigajarlo sin prisa. Asumir que efectivamente es posible relacionarse de una manera distinta.

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Alguien comentó sobre “Recuperar el tiempo

  1. me encanta tu manera de pasear por las palabras para llegar lentamente a tu propuesta……y me encanta lo que dices…..gracias pati

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