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El cerebro es un órgano tan inteligente que busca siempre la opción que cause en él un menor consumo de energía. En ocasiones nuestra máquina de pensar entra en competencia con otra víscera imprescindible, el estómago, responsable de la recarga de energía que el cuerpo consume. De hecho, el cerebro registró su mayor etapa de desarrollo cuando el ser humano comenzó a utilizar la tecnología (el fuego y las herramientas de cortar) para cocinar alimentos más ricos en proteínas (las carnes) que los vegetales; liberó así flujo sanguíneo que pasó de sintetizar nutrientes a ideas.

En los últimos cien millones de años el cerebro ha tenido una evolución acelerada en comparación con los miles de millones de años anteriores. El desarrollo de los circuitos descendentes, los que van desde el neocórtex hasta la base del cerebro, la zona subcortical, donde se asienta la mayor parte del ‘cableado neuronal’, se debe básicamente a la necesidad de gestionar las emociones, cuyo puesto de mando se ubica en la amígdala, y los instintos básicos que configuran el denominado cerebro reptiliano. Mientras los circuitos ascendentes favorecen el pensamiento a corto plazo, los impulsos y la toma rápida de decisiones, los descendentes estimulan la autoconsciencia, la reflexión, la deliberación y la planificación.

Por los circuitos ascendentes circulan las respuestas instintivas provocadas por las emociones, aquello que en el lenguaje popular se entiende como “lo que te pide el cuerpo”. El sometimiento a las emociones puede llegar a provocar el secuestro amigdalar, una circunstancia que es puntual (todos la sufrimos en algún momento) o estructural. En este segundo caso las personas se muestran incapaces de gestionar sus emociones y son víctimas de las respuestas químicas que este estado produce.  Por ejemplo, es una evidencia científica que la tristeza produce un debilitamiento de las defensas inmunológicas.

La intolerancia, la resistencia al cambio y los miedos son reacciones defensivas ante lo nuevo provocadas por los modelos culturales y de comportamiento que se alojan en los circuitos subcorticales. La mejor forma de combatirlos es estimulando los circuitos descendentes, tarea que requiere un mayor esfuerzo y, en consecuencia, conlleva un mayor consumo de energía por parte del cerebro. El pensamiento lateral es la victoria de los circuitos descendentes contra la tendencia a la repetición o a la imitación.

No son pocos los que confunden menor consumo de energía con pensar poco, ni minoría aquellos que se dejan llevar por digestiones largas en las que el cerebro se queda aletargado. Estómagos agradecidos, que diría en su época el periodista deportivo José María García, aunque en su juicio tuviese mucho peso quién pagase la factura de la comida.

Tampoco forman un grupo reducido quienes interpretan que la mejor forma de recorrer una distancia entre dos puntos es el camino más corto. Esa querencia por el atajo está muy asentada en la cultura hispana que tiene al Lazarillo de Tormes como un héroe más que como un villano y que celebra con sonrisas la pillería cuando no es víctima de ella.

César García Muñoz, profesor de la universidad pública del Estado de Washington, alertaba en La Página Cuarta de El País sobre “la enfermedad del clientelismo”. A su juicio, “la longevidad del fenómeno clientelista en una sociedad como la española solo puede explicarse como una carencia de capital social (usando el término del sociólogo francés Pierre Bourdieu, referido a la suma de los recursos con los que cuenta cada individuo en virtud de sus relaciones personales) de una mayoría de la población que carece de acceso a los centros de poder mediante un mercado libre, unas instituciones políticas representativas o un sistema legal igual para todos. Al individuo sin capital social no le queda más remedio que conectarse a redes de influencia buscando un atajo que le permita saltarse las barreras sociales. Este atajo puede consistir en entrar a formar parte de un partido político o, si se ofrece la posibilidad, aprovechar las conexiones familiares que uno tiene a mano”.

Algunos de los atajos más buscados por el español son hacerse rico sin tener que trabajar y para no tener que trabajar más y, de rabiosa actualidad, eludir el pago de impuestos al tiempo que se reclama la mejor de las atenciones en la sanidad o en la educación públicas, o en ambas. Como el propio profesor escribe, ¿quién no ha buscado un enchufe en alguna ocasión para saltarse una lista de espera en la sanidad pública?

El atajo conecta con los circuitos ascendentes del cerebro en la medida en que canaliza  el instinto de supervivencia. Esa satisfacción que algunos experimentan cuando un contacto les hace sentirse poderosos, que no privilegiados, alimenta en la amígdala la sensación del deber cumplido. Ese mismo flujo neuronal facilita la creación de una moral a la medida para explicar los ahorros éticos del camino corto emprendido o ya recorrido. La defensa de la propia sangre es a menudo el manantial que provee el líquido moral para calmar la sed provocada por la escasez de moralidad.

El profesor de ciencia política Francis Fukuyama sostiene que en el Estado clientelar se produce una especie de equilibrio de muy baja calidad, de tal suerte que los políticos y los ciudadanos se conforman con una situación que es a todas luces manifiestamente mejorable.  Un ecosistema que se mueve por favores y jugadores de ventaja margina al talento al no favorecer a los mejores, sino a los que están más cerca de un grupo económico o del poder político”, en palabras del economista española Carlos Sebastián, autor del libro “España estancada”.

España se manifiesta en ocasiones como un gran atajo colectivo, una autopista que acepta todo tipo de vehículos que chocan sistemáticamente contra los bordes éticos del sistema, poniendo al pretil al servicio de los que no respetan las normas del tráfico democrático. Este país no necesita más cerebros, sino ciudadanos que utilicen más y mejor sus circuitos descendentes, no tengan miedo a pensar fuera de la caja pero dentro de la ley y estén dispuestos a recorrer el camino sin salirse de la ruta por larga que ésta sea.

Artículo publicado en la revista de APD

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