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El movimiento estudiantil se las ha arreglado para estar nuevamente en la noticia, aunque esta vez ha sido generando una reacción adversa en parte importante de la opinión pública que no comparte los métodos de los jóvenes para promover su causa.

Es necesario decir que este rechazo es en lo formal, porque en el fondo el movimiento estudiantil alcanzó a tener una amplísima mayoría ciudadana tras sus demandas por una educación gratuita y de calidad y nada hace suponer que ese apoyo se haya diluido, pero hay que insistir que en política no sólo hay que serlo, sino que también hay que parecerlo y hasta ahora los jóvenes han parecido muchas cosas menos las que quieren ser.   No corresponde entonces tratar a los detractores de fascistas, imperialistas o cualquier cosa, sino de recoger la crítica positiva.

En primer lugar, es necesario comprender que en una sociedad democrática conviven distintos grupos de interés, cada uno de ellos con sus propias demandas.  Lo habitual es que estas reivindicaciones no sean complementarias entre sí, sino que exigen al Gobierno establecer prioridades entre ellas.   En el caso del movimiento estudiantil existe un amplio acuerdo respecto a la necesidad de mejorar la educación en el país, lo que hace que esa demanda trascienda al grupo específico de los estudiantes, pero al ponerse el acento en la gratuidad y postergarse la idea de la calidad se pierde sincronía con el resto de la sociedad que aspira a que la educación sirva como un factor real de movilidad social y de progreso colectivo.

En segundo término, la convivencia en una sociedad democrática significa también que  deben convivir los derechos de todos, y la insistencia del movimiento estudiantil de recurrir siempre a las marchas, sin considerar el perjuicio que estas causan al resto de la ciudad, lleva a adjudicárseles cierta dosis de egocentrismo.  Nadie niega su derecho a manifestarse, pero cuando se abusa de esta la reacción obvia es restringirlo e incluso negarlo.

En este sentido aparece la tercera cuestión:   Los deberes.   Si bien todas las personas tienen derecho a expresar sus demandas, también todos tienen la obligación de cumplir con sus deberes.   Los estudiantes están en una fase de su vida en que su principal tarea es prepararse para la vida adulta, con todas las responsabilidades que ello conlleva, y su insistencia en animar una reivindicación lleva a suponer que están desatendiendo sus deberes y eso se entiende como una estrategia para eludir sus compromisos.

Por último, este el tema de la ideologización.    No se puede promover una causa presentándola como ciudadana, si al mismo tiempo se hace un discurso con slogans y una evidente falta de reflexión que es sustituida con una ideología que es tan confusa y descalificatoria de los demás que ni siquiera alcanza a aparecer anarquista.

Se debe agradecer el esfuerzo de los jóvenes por hacer de este un mundo mejor, pero se les debe recordar que el mundo está girando mucho antes que ellos nacieran y que la posiblemente excesiva atención que recibieron en su infancia no los convierte en el centro del Universo y menos si no tienen una estrategia convincente.   Se trata entonces de sumar la inteligencia a la pasión.  El país mayoritariamente se los agradecerá.

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