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Lo sucedido en Gran Bretaña tiene una dimensión que no se ha considerado en todos los análisis que se han hecho, aunque sí se ha comentado como síntoma del resurgimiento de los nacionalismos que llevaron al mundo a las guerras mundiales.

Sí se ha señalado con fuerza el efecto de la decisión de los británicos de retirarse del pacto de la Unión Europea desde la perspectiva de su impacto en los mercados y las bolsas bursátiles, lo que viene a reforzar la interpretación de estos acuerdos de unión como un acto de interés para empresarios e inversionistas, pero se descuida la dimensión humana.

Durante mucho tiempo se nos dijo que era mejor permanecer unidos, que la unión hace la fuerza, que unidos nos levantamos y que dividimos caemos, todas expresiones grandilocuentes que provienen desde el fabulista Esopo y del Nuevo Testamento, sin considerar sus múltiples usos en la era moderna e incluso en la cultura popular.

Pero resulta que, con su decisión, los británicos nos vienen a afirmar lo contrario, que se puede estar bien solos, que la unidad puede ser contraproducente para los legítimos intereses nacionales y eso implica una ruptura con nuestro acervo cultural.  Y luego asoman otras naciones anunciando que tienen propósitos similares para el corto plazo.   No se puede considerar ello solamente como expresiones de nacionalismo, sino que también se involucran argumentos contrarios a la globalización.

La unión de bloques de países parecía ser la panacea frente a la belicosidad de los nacionalismos, y así lo entendió la unanimidad después de la Segunda Guerra Mundial, propiciando el entendimiento incluso entre naciones enemigas pocos años antes.   La propia Unión Europea, la OTAN, el Mercosur, Unasur, el Pacto Andino, la OCDE, la Liga Árabe, la Unión Africana, Celac, y una larga lista de organizaciones internacionales que promueven el entendimiento entre las naciones, como las Naciones Unidas y todas sus instituciones especializadas: Unicef, OIT, FAO, Unesco, etcétera.

El sentido de la unidad era parte además de la utopía de borrar las fronteras entre las naciones, pero ahora parece estar iniciándose un movimiento en el sentido contrario con alcances que aún no podemos prever.

A nivel político, también el principio de la unidad parecía ser la receta mágica para la gobernabilidad de los países, otorgando cierto grado de flexibilidad a las naciones que requieren una adecuación de sus fuerzas políticas frente a las exigencias de los cambios sociales.   De esta forma, movimientos nuevos pudieron negociar con los partidos dominantes para que se acogieran sus propuestas a cambio de garantizar las mayorías, pero ahora todo queda en cuestión con el agrietamiento de la idea de la unidad como un bien superior en sí mismo.   Lo único seguro es que no hay nada seguro.

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