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Matilde Bastianello es italiana tiene poco más de 20 años y en julio terminó la carrera de medicina. Después de obtener su licenciatura, y mientras esperaba dar el examen de Estado que la habilitara para ejercer la profesión de médico, decidió concurrir como voluntaria a un campo de refugiados sirios situado en Salónica, Grecia. La conmoción que le generó su estancia en este lugar, donde esperan hacinadas miles de personas que han huido de la guerra en Siria, la movió a enviar una carta a su supervisor y, luego de haberla informado, éste decidió publicarla en su Facebook.Esto ocurrió hace dos semanas. Me comuniqué con Matilde y le pedí permiso para traducir esta carta/informe, que publicamos casi en su totalidad, y en la cual Matilde llama a romper el silencio acerca de lo que ocurre en un campo de refugiados y a protestar contra política de cierre de fronteras que adoptó la Unión Europea para frenar la llegada de refugiados e inmigrantes, lo cual ha generado esta situación de campos atochados en Grecia y miles de personas en situación de tránsito.

Esta es la carta:

Fotografía Campo refugiados en Salónica 2 Cortesía de MAM Beyond borders
Fotografía Campo refugiados en Salónica 2 Cortesía de MAM Beyond borders

“Buenos días, o mejor buenas noches”, visto el horario. Le había prometido un informe y hoy, después de una semana de intensa actividad, decidí finalmente sentarme y escribir.

Sé que estamos habituados a tonos más formales, pero no tengo otras palabras para describir lo que estoy viendo y viviendo aquí. Le escribo como escribo yo, a medianoche y después de 12 horas en un campo bajo el sol tórrido de Grecia en agosto y luego de siete días en un campo de refugiados políticos sirios.

1800 pares de ojos me miran. No se ve todos los días una médica italiana aquí. El primer día llegué vacilante, con la esperanza de tener, simplemente, que ocuparme de actividades con los niños. No era simple, lo descubrí después. Pero vamos por orden.

Dejé mi documento de identidad a la policía griega en el portón del campo de refugiados y entré con mi responsable. En forma repentina sentí una mano que agarraba la mía: era la de Rea, una niña de cinco años que saltaba sola sobre la gravilla caliente. Ella quería ser mi “anfitriona” y tímidamente me dijo: “Hi my friend, what’s your name?” con su vocecita aguda y estridente de niñita, en un inglés mejor que el mío.

La temerosa y necesitada de ayuda era yo. Empecé a reírme sola y me dejé acompañar en este mar inesperado y revuelto compuesto por siete hangares en desuso de la aviación repletos de carpas. En cada carpa una familia. Y en cada familia distintas historias, distintos ojos, al principio desconfiados y distantes.

En una semana he censado 400 niños por la vacuna para sarampión, paperas y rubeola MPR (me pidieron que me ocupara de las campañas de vacunación con Save the children) y he llevado en mi auto a una muchacha de 23 años que estaba punto de dar a luz. Juntos hemos hecho toda la noche esperando, él y yo, como dos padres ansiosos. Ninguno entendía la lengua del otro, pero él me mostraba las fotos del día de la boda, de dos años atrás, donde ellos se ven vestidos de fiesta y felices. La recién nacida se llama Manessa y es hermosa.

Fotografía Campo refugiados en Salónica 5 Cortesía de MAM Beyond borders
Fotografía Campo refugiados en Salónica 5 Cortesía de MAM Beyond borders

He visitado decenas de carpas; he visto a mujeres, niños y hombres enfermos sin poder resolver ninguno de sus problemas. Aquí no hay ningún tipo de remedios. No hay bizcochos para los pequeños y las madres se pelean por los alimentos para los neonatos como si fuera dinero en efectivo. Los ventiladores son bienes de lujo, comparable solo a la carga baterías del celular, sin los cuales las personas quedan incomunicadas y fuera del mundo.

Tras una semana una semana aquí, estoy hecha puré, aplastada con una responsabilidad que me cayó encima de golpe (“doctora…doctora come here”). Aquí hay un problema donde mires: mujeres que sufren porque no tienen a su disposición un profesional de su mismo sexo a quien preguntar y prefieren quedarse solas con su dolor. Niños desnutridos en los cuales nadie piensa ni se hace cargo, bien porque los padres no están o porque no se puede hacer más. Medicinas recetadas en campos de refugiados que están en Turquía, sin indicaciones para seguir o entregadas porque era lo único que había disposición. Mujeres embarazadas que no se han controlado nunca en su vida. En fin, miedos, problemas, preguntas sin respuesta. La cuestión es la sobrevivencia básica y solamente puedo contribuir con lo poco que tengo. Me siento sobrepasada por una responsabilidad civil y humana, desatendida completamente por una generación que guarda silencio. Me siento aplastada por un pueblo masacrado, por cientos de chicos solos, sin infancia que no tendrán cómo enfrentar un futuro tan duro inimaginable para nosotros.

Estoy sudada, endurecida, paralizada en mi tiempo. Mi aporte es como gotas en un mar de necesidades, que se juntan unas con otras como un rio en una inundación. Todo esto que veo estaba sucediendo a dos horas de viaje de donde vivo, y yo no lo sabía. O mejor dicho lo sabía, pero no lo había experimentado.

(…) Deben venir a este lugar. Deben, porque es un deber hacerlo, es una matanza, una cobardía, un ultraje, a nosotros mismos que estamos contribuyendo con nuestro silencio.(…)

Debería ver y sentir los chicos que saltan gritando «Open the Borders» (Abran las fronteras) sabiendo perfectamente lo que significa. Debería ver la vergüenza en los ojos de las mujeres, que me preguntan si puedo comprarles ventiladores, porque el calor en las carpas es insoportable; ver la violencia con la que se pegan los pequeños y cómo esconden la mirada cuando un adulto llora, sabiendo que no deben mirar, pero habituados ya al espectáculo.

Pensaba documentar esta experiencia, en vez de eso estoy escribiendo solo un diario, chiquito y negro, el mío. Quiero hacer entender a todos, gritar a los cuatro vientos lo que está sucediendo y no puedo, no puedo verdaderamente traer a todos aquí.

Debería ver la sonrisa de los muchachos, cuando llega la harina de garbanzo para hacer el falafel que se prepara en el campo; los voluntarios españoles que a pesar de la policía griega entran por los agujeros de las redes para jugar con los niños. Y para decir que NO, que no están de acuerdo con esta Europa maldita.

Fotografía Campo refugiados en Salónica 4 Cortesía de MAM Beyond borders
Fotografía Campo refugiados en Salónica 4 Cortesía de MAM Beyond borders

Debería ver la escuela; las hamacas construidas atando cables a las vigas de los hangares; saborear el café arenoso; el té con azúcar y menta; la cantidad de dulces que las abuelas preparan con nada. Debería escuchar las historias que cuentan los viejitos con lágrimas en los ojos cuando hablan de sus casas, que no existen más; caminar entre los baños químicos y sentir el olor de 1800 personas que cada día orinan y se duchan en el mismo lugar. Debería ver las ratas, los perros, los gatos, que son los patrones; la cantidad de paquetes de cigarrillos de contrabando que fuman quienes no saben de qué otra forma pasar el tiempo.

Y también debería ver los cientos de ojos luminosos, las sonrisas, los cabellos siempre impecables, cortos y limpios. Los mundos dentro de cada carpa, la dignidad y la elegancia en una cama con dos telas.

No me quiero ir de aquí, no quiero dejarlo a esos niños – siempre hay uno que se encariña- aunque sé que tendré que hacerlo. No quiero sentirme inútil en casa, cuando hay centenares de campos como el mío, cuando la gente está congelada aquí, como en un invierno infinito, sin la posibilidad de poder volver a vivir con dignidad.

Mi vida, no podrá ser la misma, me doy cuenta de ello. Quería agradecerle una vez más, porque es gracias a usted que estoy aquí. No lo aburro más, ya escribí mucho, espero que esté bien y que no lo hagan volver loco en el consultorio”.

Fotografía Campo refugiados en Salónica 3 Cortesía de MAM Beyond borders
Fotografía Campo refugiados en Salónica 3 Cortesía de MAM Beyond borders

Nota de la redacción: Hasta mayo Grecia había recibido a unos 54 mil refugiados provenientes en su mayoría de Siria y Afganistán, los cuales estaban distribuido en distintos campos repartidos por todo el territorio. Uno de los campamentos no oficiales situados en Idomeni fue disuelto y muchos de quienes se encontraban allí (cerca de ocho mil personas) fueron devueltos a sus países. Para agosto las cifras de Médicos sin fronteras de Grecia señalaban que unas 600 personas estaban llegando a diario a las islas griegas del Egeo: Lesbos, Samos, Quios, Leros y Kos. Son personas que están de paso, pues su meta es llegar a otros países de Europa, lo más lejos posible de la guerra.  En distintos países se han organizado redes de voluntarios para proporcionar ayuda a refugiados que no están en campos oficiales.

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2 Comentarios sobre “Carta de Matilde desde un campo de refugiados sirios en Grecia

  1. Querida Matilde Bastianello, leer tu testimonio estremecedor, nos lleva a reflexionar nuevamente sobre uno de los países y pueblos más bellos del mundo. Mientras escribo siento los bombardeos incesantes, sistemáticos, que siguen cayendo sobre las ciudades del cercano oriente, asolando a los pocos sobrevivientes que han permanecido allí, aferrados a su terruño natal e historia.
    El hombre está siendo el lobo del hombre, movido por las más oscuras ambiciones y por sobre los derechos más esenciales de respeto y dignidad.

  2. Hace reflexionar en la importancia de países en paz, para que la gente no quiera salir de ellos. A veces, debido a las divisiones tribales, guerras y tantos problemas causados externa o internamente, muchos de quienes escapan, ya no pueden regresar por miedo a represalias. En la paz está la respuesta y somos ciegos para verla.

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