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“La muerte y el carnaval van de la mano, como hermanos siameses que sienten repulsión mutua, pero que no sobreviven el uno sin el otro. No es gratuito que los carnavales terminen los miércoles de ceniza, cuando la gente se quita la máscara de fiesta y vida, para hacerse marcar por la cruz de tierra y muerte”. Laura Restrepo, escritora colombiana.

En los años sesenta la cantante de la Nueva Ola, Gloria Benavides, hacía suspirar a las quinceañeras con su tema “Las caricaturas me hacen llorar”. La letra hablaba de una adolescente que descubría en el cine a su pololo con otra niña. La pareja se besaba mientras se exhibía una película de dibujos animados. Para ocultar su pena,  el estribillo repetía que las caricaturas la hacían llorar. Una balada inocente para un Chile algo ingenuo. Cincuenta años después, una chilena joven y viajera me comentó que Berlín le había parecido la ciudad más triste del mundo. La presencia del antiguo muro, las placas con los nombres de quienes murieron trepándolo, los monumentos, murales y ex campos de concentración, le parecieron depresivos, grises y dolorosos. Se preguntó cómo los berlineses podían sobrevivir a tan terrible historia y hasta qué punto era aconsejable que en el 2016 siguieran mostrando a los turistas tanto drama. La viajera, como muchos jóvenes y adultos actuales, se acaba de sumar a la gran sensación digital: El Pokémon Go. John Hanke, el creador de la empresa Niantic que administra el juego, ha puesto a los ciudadanos del planeta a cazar adorables monstruitos que fueron la delicia de los niños del 90’. Lo nuevo de esta entretención es que combina sitios reales con la virtualidad. De esta forma, autoridades de varias ciudades del mundo han reclamado por la inclusión en el mapa Pokémón a lugares sagrados o de respeto, como cementerios, museos del holocausto y de la memoria. El caso más reciente fue el del alcalde de Hiroshima, quién exigió el retiro del juego al domo que conmemora a las víctimas de la bomba atómica de 1945. Sin entrar en polémica sobre las virtudes o defectos de esta moda, me llama la atención la mezcla de tecnología para la diversión y los monumentos dedicados a recordar hechos dolorosos.

Persiguiendo la felicidad

Aunque las Cartas Fundamentales de varios países destacan la aspiración humana a la felicidad, desde mediados del siglo XX se ha ido forjando el concepto de la felicidad como derecho individual, más que como bien común. Es muy diferente aspirar a algo que exigir tener algo. Por un lado, los horrores vividos en las últimas guerras y el anhelo de construir sociedades más humanistas y prósperas, han incentivado el hedonismo de gratificación inmediata. Hablamos de un estado placentero, donde el dolor, el miedo y la muerte no existen o se niegan. El cambio en la crianza de los hijos desde la disciplina a través del terror, al terror de causar frustraciones y penas, ha ayudado también a confundir la felicidad con la risa fácil, la carcajada, la fiesta y la evasión. Por lo mismo, resulta perturbador que alguien manifieste algún quiebre emocional en público. Los funerales son “obligaciones que cumplir” y las enfermedades peligrosas no son tema de vida social. Curiosamente, es más aceptada la ira, la rabia, la grosería y el ataque anónimo, amparado por las redes sociales, que el sufrimiento o el pedir ayuda. La decadencia, la muerte, la caída, los errores, la crueldad animal o la destrucción de la naturaleza la preferimos escondida o denunciada como algo muy lejano, que nunca nos afectará. Navegar en las sociedades modernas implica mantener un equilibrio psicológico muy fácil de perder en cualquier minuto. Por eso, necesitamos que todo esté bien…y rápido. Todavía las personas en duelo, mutiladas por accidentes o discapacitadas causan incomodidad. Peor son esos familiares que lamentan públicamente el asesinato, rapto, violación o la desaparición de alguno de los suyos.  Oscilamos entre el pánico a estar viviendo en ciudades sin Dios ni Ley o culpamos a los medios de comunicación por todo. Ya sea porque nos mantienen en la evasión con la farándula o porque enfatizan demasiado “lo malo”. Esta tendencia no es nueva. Desde fines del siglo XIX se culpó a las tecnologías de la entretención de enajenar a la gente. Primero fue el cine, la radio, la televisión (¿Se acuerdan de la “caja idiota”?) la internet, las redes sociales y a sus parientes, los juegos virtuales con sus avatares y segundas vidas paralelas a la realidad. Hoy, el delirio de buscar caricaturas en las calles se cimenta en la unión entre la fantasía y la realidad. Una forma exitosa de lograr que el mundo exterior sea un imaginario colectivo.

En una isla olvidada…

La isla de Lesbos ofrece un ejemplo sobre el conflicto entre la soñada felicidad y la cruda realidad. Hasta el 2014, sus 85.000 habitantes eran envidiados por ser parte de las paradisíacas islas griegas. Una postal de caseríos blancos, playas transparentes, ruinas grecorromanas y exquisita comida. Los cruceros hacían escala en Lesbos y los hoteles atendían reservaciones con meses de anticipación. Los principales visitantes eran los nórdicos, alemanes y franceses, aunque siempre circulaban viajeros de todo el planeta. Así fue hasta que las barcas con desesperados refugiados sirios, iraquíes y afganos comenzaron a llegar. Las playas se convirtieron en escenario de dramas y cuerpos sin vida. Los habitantes de Lesbos respondieron con lo mejor de sí. Ayudaron antes de que llegaran los equipos de las Naciones Unidas y que el gobierno de Atenas enviara improvisados albergues, medicinas y comida. Los más pudientes crearon la fundación “Estrella del Mar”, que acogió a madres que estaban por dar a luz, a enfermos y entregó tierras para sepultar a los muertos. Los niños de Lesbos compartieron sus juegos con sus similares del Medio Oriente. Pronto, la generosidad de esta isla causó admiración internacional. Los vino a bendecir el Papa Francisco, los saludó el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon. Se sacaron fotos con la reina de Jordania y con la bella actriz, Angeline Jolie. Actualmente, los isleños están nominados para un colectivo Premio Nobel de la Paz. Pero ellos no desean galardones, quieren recuperar sus trabajos y ser considerados “normales”. Necesitan que regresen los turistas. Hace más de un año, los cruceros hicieron desaparecer a Lesbos de sus agendas y paseos, tal como se elimina al “amigo indeseable” en las redes sociales. Los aviones charter que llegaban a diario desde Atenas, suspendieron sus vuelos. La paradoja es que todos admiran a Lesbos, pero nadie quiere poner un pie en la isla. Ya no es un sitio feliz. Pasó a ser un lugar donde se corre el riesgo de ver a 3.000 refugiados con caras tristes, manos pidiendo monedas, gente con miedo. Nada más desagradable y contagioso que el miedo. Como si fuera poco, los habitantes de Lesbos no solo están cesantes, sino que también tienen detractores. Se los acusa de “fascistas” por pedir una respuesta clara al tema de los refugiados. Se parece un poco a lo que sucede en Haití, uno de los países más pobres del mundo. Existe allí una playa privada, comprada por una empresa naviera para que los pasajeros disfruten la belleza del Caribe sin tener que contaminarse con la pobreza, el desagrado y el dolor de sus habitantes.

La solución pokemón

Algunos sugieren que la mejor solución para Lesbos y otros lugares tristones, es   incluirlos en las rutas de los pokémón. Incluso, podrían asignarles los de mayor puntaje. Así, al igual que en los cementerios, museos y sitios de la memoria, podrían llegar muchísimos jugadores. La ventaja es que cada uno de ellos pagaría su consumo, y al mantener la vista fija en sus celulares, se abstendrían de prestar atención a los “detalles inconvenientes”. En vez de ver a refugiados hambrientos y a isleños cesantes, los turistas disfrutarían de su felicidad cazando monitos de colores, ojalá vestidos como los dioses griegos para reforzar el necesario aspecto de carnaval. John Hanke dio en el clavo con su lúdico invento. Gracias a él y a otros juegos que vendrán, los que aspiran a que la vida sea un eterno  carnaval, podrán acercarse a los sitios de dolor sin tener que verlos. Las dulces caricaturas de sus fonos inteligentes evitarán que lloren o si lo hacen, dirán que es por pura felicidad.  Satisfacción garantizada.

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