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Nadie puede poner en duda el valor de los que murieron de uno y de otro lado, ni el derecho de sus partidarios a recordarlos e incluso elevarlos al altar de sus devociones, ni la libertad para que cada cual conmemore ángulos distintos de una misma historia sin ser tildados de comunachos o de fachos, pero es necesario comprender que mantener un mundo en blanco y negro es colaborar a conservar una realidad que no es fiel a lo que viven las personas.

Así como la televisión en blanco y negro dio paso a la televisión en color, así como el mundo de la Guerra Fría mutó a un mundo en el que cualquier país puede desatar una guerra nuclear, las cosas cambian y lo que pareció importante el día de ayer pierde toda relevancia al convertirse en una simple página en un libro de historia, y más cuando ese relato histórico está teñido por las ideas propias de los autores.

Volver recurrentemente al pasado como si hacerlo pudiera resolver los problemas del presente o prepararnos para el futuro es una ilusión.   El pasado tiene valor en la medida que sirve de aprendizaje y poco más.   Cada época tiene sus paradigmas y definiciones, y hay que evolucionar junto con ellas.

Lo anterior no significa dejar de valorar lo que hicieron las personas, la importancia de los procesos históricos, la necesidad de asegurar que las tragedias no vuelvan a ocurrir.   Eso es parte del aprendizaje.  Otra cosa es qué hacemos con lo aprendido.

Por otra parte, es necesario cuestionar si tenemos el derecho de transmitir a las nuevas generaciones nuestras propias derrotas, triunfos y frustraciones.  El mundo en el que les toca vivir a ellos es abismantemente diferente al nuestro y sólo les serán de utilidad los valores y los pilares básicos de la ética y la moral.   Todo lo demás es prescindible, por mucho que a los mayores nos parezca esencial.

Nosotros, los que vivimos la época de hace 43 años atrás, ya tuvimos nuestra oportunidad de cambiar el mundo y debemos comprender que es hora de entregar el testimonio porque esto es una carrera de postas.  Tenemos que hacerlo mientras aún nos ponen atención, antes que los jóvenes nos vean como dinosaurios que repiten las historias de su juventud en forma majadera.

Hay que aceptar del mismo modo que la idea de la reconciliación y de la unidad nacional tampoco es del todo posible.   Cada cual tiene derecho a entender el mundo de su propia manera, y así como debe tener libertad para hacerlo tiene la prohibición absoluta de imponer visiones parciales de la historia.

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