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Los porteños siempre tienen ese aire a Joaquín Edwards Bello, el más preclaro cronista e intelectual de Valparaíso en su historia. La ironía a flor de piel, una cierta amargura en el juicio que en apariencia displicente, deja tirado por ahí la critica mordaz a cuestiones que le resultan extrañas. Y extraño es aquello que se sale del sentido común, de un diagnóstico más o menos simple, a flor de piel, sobre realidades que andan rondando por los cerros o quedan tiradas a la orilla de playas casi inexistentes, después de grandes marejadas.

En aquel abril del año 2014 el habitante que encadenó las calles, escuchó desde El Vergel Alto, en pleno Cerro La Cruz, la soberbia frase espetada sobre los rostros de todos y cada uno: “¿Te invité yo a vivir aquí?”. De ahí para adelante la cuestión estaba decidida. El rey desnudo se había salido de madre,  de los grandes márgenes de la mediocre realidad y había defecado sobre el único plato de comida que lo mantenía vivo.  Eso bastó para el porteño, que chamuscado y cabizbajo, pero ya decidido, comenzó a rumiar su sencilla y democrática venganza, porque una cosa es vivir bajo el manto de tristeza que va cubriendo los cerros con sus calles y sus niños, y otra muy distinta, que cualquiera con un poder transitorio, obtenido del propio pueblo, lo eche a uno a comer con los perros.

Fotogramas de Joris Yvens en su Documental "A Valparaíso" (1965)
Fotogramas de Joris Yvens en su Documental “A Valparaíso” (1965)

De la política tan comentada estas últimas semanas es mejor no hablar, si no se entiende la identidad del que habita. Y tampoco, si no se comprende, al decir del mismo Edwards Bello la enorme determinación de la geografía sobre nuestros hombres y mujeres.  Entonces, el que aquí se queda, o aquel que va y vuelve como encantado por una fuerza sobre humana, podrá convivir  día y noche y por la eternidad, con la carga de arena y desperdicios, con el fuego sobre cerros y quebradas, con la lluvia trágica sobre las desteñidas escaleras, o descansar si puede y quiere, de su lucha cotidiana observando desde las alturas al mar quieto, único paisaje de toda nuestra costanera. Pero jamás nunca, tolerará ni por un segundo del tiempo, a aquellos que tan ufanos, y engañados por el manto de la autoridad, se atrevan a tomar ególatra distancia de quienes le permiten ejercer un liderazgo.

Así, en este puerto que amarra como el hambre, no triunfó Jorge Sharp, sino el habitante y su esperanza, nadie más, ni nadie menos y no hay ni habrá poder posible, ni pasado, ni nuevo, que en un equívoco tan humano como fatal, se atreva a desterrarlo de su hábitat, o  a ningunearlo en su decidida reciedumbre, sin correr enormes riesgos. Esa es, para cada uno de nosotros, triunfadores y perdedores en la contienda, la exacta enseñanza de estos tiempos. En Valparaíso,  secando la brea y elevando volantines, una vez más el viento como siempre, limpió la cara de este puerto herido.

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