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Esta es la frase que los hombres más temen escuchar de sus mujeres.  Anuncia quejas graves por lo que se ha hecho y por lo que se ha dejado de hacer. Es el presagio además de una nueva negociación respecto al tipo de relación que se mantiene.

Esta situación que parece tan difícil de enfrentar en las parejas es precisamente la que se produce en todo un país cuando hay elecciones.  Sin perjuicio de otras formas de expresión, en un acto electoral es todo un pueblo el que le dice a los aspirantes a representarlos que “tenemos que hablar”.

La gran diferencia entre una escena y la otra es que en la pareja es imposible resistirse al desafío, mientras que en la política resulta habitual que los candidatos pongan los temas en lugar de sentirse desafiados a responder el emplazamiento que se les hace.

¿Por qué esta diferencia?   Simplemente porque el electorado no es capaz de plantarse con decisión como lo hace la pareja, y en esa circunstancias es sencillo eludir la situación.

Las campañas electorales son el mejor momento para hacer ese “tenemos que hablar”, para pedir cuentas de lo que se ha hecho, para exigir claridad respecto a los compromisos, pero la verdad es que la gente tiende a recibir el mensaje que se le entrega sin cuestionamientos, olvidando que el proceso de comunicación se puede desarrollar en ambos sentidos.

Desde ese punto de vista, se puede decir que las condiciones en las que se desarrollan las elecciones son puestas por los postulantes a cualquier cargo de elección popular, aprovechando la falta de rigurosidad de la contraparte.

Tampoco resulta sorprendente que las campañas que se hacen por la transparencia no obtengan respuesta de los candidatos que, sabiendo la fragilidad de sus propuestas, prefieren no exponerse al escrutinio público.

Hay que asumir que las elecciones son asimilables a un contrato en el que se acepta entregarle a una persona el poder que pertenece al pueblo para que lleve adelante una serie de compromisos en nuestro nombre.   Esa es la esencia de lo que llamamos democracia representativa.   En su esencia es similar a la compra de un televisor.  Si el vendedor no nos habla de sus características o de la garantía, haciéndose el sordo, lo habitual es que nos vayamos a otra tienda en la que nos den la información que necesitamos.

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