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Cuando hablamos de la política y la cultura, no podemos limitarnos a batucadas ni a funciones gratuitas de ópera o ballet, sino a aquello que configura la idiosincrasia de un pueblo, y entonces es inevitable recurrir a la típica pregunta: ¿Quiénes somos los chilenos?

La respuesta tradicional es que somos gente solidaria, caracterizados por nuestra resiliencia frente a las inclemencias de la naturaleza, pero al mismo tiempo cargados por cierta bipolaridad que nos hace pasar de la más explosiva de las felicidades al más profundo pesar, y siempre por motivos ajenos a nuestra propia responsabilidad.

Es posible que estas respuestas ya no sean válidas, pero lo que es claro es que la dirigencia política ha dejado de ser formadora de la cultura, o como dirían los partidarios de las conspiraciones, ha permitido que se desarrolle una forma de ser individualista y consumista por oscuras intenciones relacionadas con el mejor control de las tensiones sociales y las demandas ciudadanas.

Si uno observa las distintas propuestas políticas, observa que se limitan a intentar dar respuesta a las reivindicaciones inmediatas de la población, pero rara vez se atreven a proponer medidas de largo plazo.   A los que lo hacen se les conoce como estadistas y se les aplaude como personajes con derecho a formar parte de la historia.

No hay en nuestro país una visión crítica respecto del tipo de sociedad que estamos construyendo, tras un período en el que los gobiernos intentaron crear un Hombre Nuevo -desde Frei Montalva a Pinochet- y se ha preferido la simple satisfacción de las necesidades materiales básicas, y se extraña alguien que tenga una visión propia acerca de lo que es o no correcto, sin dejarse llevar por las presiones de los grupos de la sociedad que quieren avanzar más rápido o lento.

El liderazgo tiene una connotación pedagógica que no suele tenerse en cuenta. Un líder es capaz de explicar las razones de sus decisiones y convence, sin imponer sus propios criterios sino lo que es mejor para la sociedad.

Cuando una sociedad se ve atravesada por una falta de orientación, resulta natural que lo más fácil y cómodo se instale como prioridad, y en esas circunstancias aflora lo peor de la naturaleza humana.   Cuando las autoridades morales pierden el prestigio que se necesita para dar esa conducción, el rol tiene que ser asumido por cualquiera que tenga dotes de liderazgo, pero para poder actuar tiene que demostrar, antes que nada, que tiene la integridad necesaria.

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