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Causa preocupación en círculos políticos y ciudadanos la virulencia en las opiniones de unos y otros, la sorprendente capacidad para hacer denuncias de todo tipo respecto a la rectitud de los dirigentes y candidatos y la habilidad del público para replicar este comportamiento.

Se entiende que la lucha política requiere usar armas que no siempre son elegantes, pero también debe entenderse que la saña exhibida produce dos efectos en el público: Por un lado, que la gente se cansa de ver cómo se agreden las personas supuestamente llamadas a dirigir el país, como si fueran trogloditas cegados por la búsqueda del poder, y resulta por lo tanto comprensible el distanciamiento con la actividad política.   Si se muestra un rostro alterado por la ambición de poder (perfectamente legítima pero poco estética), si se demuestra que ese apetito lleva a romper las mínimas reglas éticas del combate, entonces resulta evidente que el político pierda en el respeto y la confianza.

Una segunda consecuencia es que la disminución en el nivel del debate puede resultar muy contagiosa -especialmente en estos tiempos de protagonismo de redes sociales en que resulta fácil tirar la piedra y esconder la mano- y eso resulta especialmente preocupante porque degrada la convivencia social.

El mensaje es muy sencillo:   Tu candidato agrede a mi candidato.  Tú respaldas lo que dice tu candidato, luego yo me siento agredido por ti.   Como me siento atacado, considero que tengo el derecho a atacarte.   Es perfecto derecho a la defensa.

Si a eso añadimos que el ser humano conserva mucho de animal, con todo lo que eso implica en términos de competencia por la sobrevivencia, territorialidad e impulsividad, el terreno queda perfectamente preparado para sembrar un odio que es difícil de desterrar.

Es posible que esta forma de comunicarnos, que consiste básicamente en imponer nuestros puntos de vista sobre los de los demás, no sea algo novedoso, pero sí es novedosa la forma tan pública en que se observa.  Basta, por ejemplo, un penal mal cobrado en un partido de fútbol para que las personas partan de la crítica a la conducción del encuentro al ataque contra los que disienten, llegando en ocasiones a la descalificación del otro.  Da la impresión que, si en vez de redes sociales, tuviéramos rifles en las manos, seríamos capaces de dispararnos entre nosotros.

Preocupa también que no surjan voces llamando la atención sobre la necesidad de rectificar nuestras conductas.  Ya se sabe que la paz representa el camino largo y difícil en una especie como la humana, en la que la violencia y la competencia se desatan con facilidad; ya sabemos que, frente a la animosidad, los intentos por reponer la cordura son calificados como infructuosos y hasta inocentes, pero eso no puede significar que no se deba intentar.

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