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Si algo útil deja el Festival de Viña recién terminado, es comprobar, como si nos reflejáramos en un espejo, la condición en la que se encuentra nuestra sociedad, y el resultado no es bueno, al menos de acuerdo a lo que han señalado algunos comentaristas en los medios y las redes sociales.

Dejando de lado las críticas a la calidad del evento, que siempre es un asunto discutible y subjetivo, resulta evidente que nuestra sociedad se ha ido deslizando hacia el terreno del morbo y a privilegiar los gustos del segmento juvenil, sin mayores consideraciones por la calidad, el buen gusto, la oferta de nuevas propuestas y la protección de la tradición cuando esta tiene un valor propio.

Esto, que podría no considerarse importante porque se trata sólo de un evento musical que busca la diversión pasajera, sí tiene relevancia en la medida que nos retrata.   Como si fuera una constatación acerca de la necesidad de promover la educación de calidad, muchos -uno mismo- reclaman por tratar de modificar un paupérrimo paisaje cultural, pero se debe reconocer que la pretensión civilizadora tiene una piedra de tope: No es posible obligar a las personas a educarse.

Es cierto que las leyes establecen ciertas obligaciones, como cursar la educación básica, pero no está contemplada la posibilidad de enseñar el buen gusto, las buenas costumbres o el respeto.  Lo que hacen las leyes es sancionar el abuso pero no se puede obligar a un cambio de conducta y esto obedece a una buena razón: La libertad.

Es de la mantención de espacios abiertos a la libre expresión que surge la creatividad de las personas.  En las sociedades democráticas no se practica la censura, aunque tienen el derecho a castigar el abuso de la libertad de expresión, pero siempre después y nunca antes.

Esa evolución de las características sociales y culturales de una sociedad no puede ser dirigida de forma vertical, pero sí puede ser orientada a través de la motivación y la valoración, aunque nunca es legítimo ni democrático definir una forma cultural como la única oficial y verdadera.

Sin embargo, como si fueran parte del mercado, la cultura, la educación y el buen gusto han sido relegados fuera de la acción de quienes deberían asumir un rol más protagónico en la educación de la sociedad, porque la formación de las personas no depende en forma exclusiva de las personas.  También tienen que enseñar y ser ejemplo las autoridades políticas, los medios de comunicación y cualquiera que se haya constituido en un líder de opinión.   Entre otras cosas, es posible que sea conveniente reclamar menos y proponer más, así como que la libertad va acompañada de la responsabilidad.

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