Compartir

Una de las principales causas de nuestro retraso cultural y social es nuestra tendencia a hacer las cosas al revés e insistir en que está bien.

Tenemos en la actualidad una decena de precandidatos presidenciales o más, y ninguno tiene la seguridad de contar detrás suyo con un partido político que pueda hacer siquiera el trámite de inscribirlo como postulante a La Moneda.   Ninguno de ellos tiene un programa de gobierno definido.  Es cierto que conocemos, más o menos, sus ideas generales, pero nada de compromisos puntuales.

Dentro de esa tendencia a hacer las cosas al revés, poniendo la carreta delante de los bueyes, es que tendemos a buscar personas que se supone que pueden ser atractivas para el electorado, pensando que los factores del conocimiento y la simpatía permiten ganar algo de terreno en la búsqueda de los votos.

¿Qué sucedería si definiéramos primero el perfil del cargo?   Desde un punto de vista estrictamente formal, un Presidente es un funcionario público y debería cumplir con ciertas condiciones, al menos las mismas que se le piden a cualquier funcionario en otro nivel.

En este sentido, a la luz de la situación de deterioro de quienes ejercen la actividad política, debe tratarse de una persona honesta, con principios morales y éticos, que se guarde de la tentación que significa la corrupción, pero que además haga lo posible para prevenir que los demás caigan en la tentación.

Es natural que la experiencia de los pasados gobiernos revele otro tipo de necesidades, como lograr un adecuado equilibrio entre experiencia y juventud, pero no la juventud en términos de edad sino desde la perspectiva de la capacidad de ofrecer soluciones nuevas a problemas viejos, desistiendo de insistir en las fórmulas que no han dado resultados.

Por otra parte, se precisa alguien dotado de una capacidad de liderazgo que convoque a la participación de las personas, sin recurrir a la política de trincheras que tanto daño nos ha hecho.   Los últimos Presidentes han declinado su deber de constituirse a la vez en jefes de sus respectivas coaliciones, y eso ha producido un desorden que va en contra de su gestión.

Es inevitable que, quien resulte electo, precisará del apoyo de los partidos políticos en el Congreso Nacional y debe tener, por lo tanto, la capacidad de aunar tras de sí a senadores y diputados, pero no por la vía de la imposición como se suele hacer, ya que produce resistencias y pequeñas revanchas, sino por el camino del convencimiento.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *