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Es complejo ser mujer en un mundo construido por hombres, diseñado para hombres, con mayores espacios expulsores que acogedores. Es complejo ser mujer y tratar de adaptarse a un sistema político y social completamente masculino.

Las vías están hechas para correr y el hombre cada vez se jacta más de conseguir motores más poderosos para desarrollar mayor velocidad. Diseñan mejores carreteras donde puedan desplazarse estos aparatos con relativa seguridad. La velocidad manda. Se valora la rapidez, el menor  tiempo. Todos corren, van apurados hacia las oficinas, las universidades. Todos se desplazan como enceguecidos por un destello que les impide disfrutar del viaje, solo quieren llegar hacia alguna meta. Menor costo de producción, menos tiempo de espera, menos uno de recursos, mayor optimización del tiempo.

Me pregunto si la felicidad podrá ser medida con estos mismos parámetros de tiempo. Me pregunto también si los que piensan el mundo se han puesto en nuestro lugar alguna vez. ¿Habrán pensado que las mujeres no queremos un mundo agresivo y desafiante donde todos corren y nadie sabe por qué?

Miro el diseño del mundo, con sus satélites dando vueltas para las comunicaciones y otras tareas, miro las grandes antenas instaladas en las casas de cualquier vecino. Miro las torres de alta tensión a solo metros de una escuela o  de un barrio en la periferia. Miro esos enorme edificios que compiten entre sí por ser el más alto, de Chile, de Latinoamérica, en fin. El edificio más alto del mundo.

¿Qué sentido tiene? ¿Cómo puede enorgullecerse un país de tener las torres más altas o la mayor cantidad de televisores por habitante. ¿Qué sentido tiene tener sucursales de las tiendas europeas más famosas? Es solo un vestido, son solo zapatos. ¿Por qué compraría algo que viajó para que yo lo tuviera si puedo encontrar lo mismo, producido en mi propio país?

Pero el mundo, construido por hombres, no se cuestiona estas cosas. Y los espacios de reflexión, cada vez más reducidos, no admiten demasiadas preguntas. Nos parece natural que vayan todos rápido. Nos parece natural desear una cartera que viajó 15 kilómetros para que yo la tuviera.  Nos parece natural que al otro lado del mundo, haya gente explotada trabajando en condiciones inhumanas, fabricando objetos para otros que nos han vendido el sentido de bienestar, a través del uso de alguna de las cosas. ¿Y el tiempo? Alguien ocupa mi tiempo. Todos corren y no veo que sean más felices por ello. Si tan solo se detuvieran a pensar que las cosas seguirán allí y que pueden tomarse su tiempo. Apropiarnos cada uno del tiempo que nos corresponde y detenernos a observar la puesta de sol o detenernos a saludar al amigo de la infancia. Nuestro amigo tal vez no tuvo la suerte que tuvimos nosotros y no terminó sus estudios o cayó en las redes de delincuencia. Pero era nuestro amigo. Y saludarlo, darle ánimo, mostrarle que vivir de otra manera es posible, tal vez pueda hacer algo por él.

Detenerse, tomarse su tiempo para saludar a los viejos. Y que no nos de la lata de oír las mismas viejas historias. Pensemos en ellos. Serán felices con tu visita, con tu tiempo compartido con ellos. Pero es difícil. En este mundo construido y pensado por hombres, manda la velocidad. El mundo se mueve a un ritmo que no es el propio. Todo sucede demasiado rápido. ¿Qué tal si nos ponemos de acuerdo y le bajamos la velocidad? Disfrutar la vida y los espacios. Se da cuenta que con la velocidad actual usted no supo en qué minuto le subieron los precios y no se dio cuenta que alguien depositó basura tóxica aguas arriba y no se dio cuenta que el valle ya no produce olivos.

Bajemos la velocidad. Mas inclusión, más inclusión, más pensamiento de mujer. Eso hace falta. Más abrazos. El mundo en manos de mujeres.

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