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Todos iban a ser presidentes del mismo país con vista al mar.  Sebastián con Alejandro; Ricardo con Carolina; Alberto con Beatriz; José Antonio y Manuel; Marco y Felipe, y alguno más que falta por nombrar.

Pero el país era uno solo y el puesto uno solo también.   Había que ponerse de acuerdo en quién nos irá a gobernar.

Todos hicieron una ronda frente a los micrófonos con papeles judiciales en sus manos, tratando de dejar fuera de carrera a los demás.

Cada uno de ellos con sus adeptos y sus detractores, discutiendo en la calle y las redes sociales sobre las ventajas y desventajas de los competidores, mientras los candidatos no explican si los discursos los hacen ellos ni quiénes están detrás.

Que este es viejo, que el otro es joven, que ese es hombre, que la otra es mujer.   Cada cual con sus argumentos tratando de convencer a los que van a votar.

¿Y el que vota?   ¿Irá a votar?  ¿Se quedará durmiendo hasta tarde, aprovechará de irse a ver la montaña o el mar, para quejarse en la noche que ganó el candidato de alguien más?

Todos querían ser presidentes, pero sólo uno podrá gobernar.   ¿Qué irán a hacer después los demás?   Deberían ponerse de acuerdo antes para no molestar y para cooperar, pero quizás eso sería pedir en exceso si al final se trata de impedir que gane el otro y no de lo que el país pueda necesitar.

Más de treinta partidos quieren participar pero no todos van a llegar, porque la gente está aparentemente aburrida que no la consideren o que la traten mal y no se quiere refichar ni militar.   Hay ahí un asunto que es urgente de resolver, pero ya lanzadas las candidaturas pareciera que el afán por la competencia, la adrenalina de sentir una cuota de poder, la repartición de cargos y quién sabe que más, pueden más que cualquier otra necesidad.

Así las cosas no sería de extrañar que no sea elegido el mejor, sino el menos malo, y de esa forma seguiremos siendo el país rico en potencialidades y pobre en realidades que no es capaz de dar ese salto cualitativo y cuantitativo del que nos vienen hablando desde hace más de dos décadas atrás.

Pobre país.  Claramente no es el mismo con el que soñaba Gabriela Mistral cuando escribió eso de que “Todas íbamos a ser reinas de cuatro reinos sobre el mar”

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